«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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FORMAN PARTE DE UN PLAN PARA CONTROLAR LA CAPITAL

El desastre venezolano también contó con manteros: las semejanzas entre la fórmula chavista y Podemos

No tendrían que ir muy lejos los madrileños que quieran enterarse del desastre que se le causó a la capital venezolana desde mediados de los años noventa con el fenómeno de los llamados “manteros”.

Una de las víctimas y protagonistas del fenómeno vive en Madrid como exiliado político perseguido por el chavismo: Antonio Ledezma, exalcalde de Caracas (1995-2000) y Alcalde Mayor de Caracas (2008 – hasta hoy) –pues el régimen chavista eliminó el cargo para no pasar la vergüenza de perderlo otra vez en las urnas–.

En Venezuela, los manteros reciben el nombre de “buhoneros”. Son lo mismo: voluntariosos trabajadores, nadie lo niega, pero en condición de irregularidad. Su ilegalidad es integral, pues ocupan espacios públicos que no les pertenecen más que a los peatones, espacios por los cuales no pagan a la municipalidad.

Sumado a esto, los productos que ofrecen son tradicionalmente ilegales. Se trata de copias “pirateadas” de marcas de renombre, pero traídas de las factorías fraudulentas de China –normalmente también a través del contrabando–, para una mayor vulneración de las leyes y destrucción de la producción nacional.

Y como si esto fuese poco, no solo no pagan impuesto alguno, sino que se plantan en la acera frente al comerciante que sí cumple con deberes tributarios, pago de nómina y aportes a la seguridad social, costos de recolección de basura, electricidad y agua.

Al comerciante que crea empleo y paga impuestos, le compite entonces un voluntarioso que dice no tener empleo ni medios para trabajar de otra manera. Cuentan con la anuencia del ciudadano inconsciente que prefiere comprar lo barato aunque sea ilegal y con la hipócrita comprensión del Estado incapaz de dar respuestas con políticas públicas para atacar el problema de raíz: dando oportunidades directas a quienes dicen ser manteros “por falta de oportunidades”. Y al que rechace oportunidades legales, prohibición. Y si es el caso, deportación.

Porque ahí había otro problema: una ingente masa de extranjeros en condición de ilegalidad. Vivían de la economía informal que se desarrollaba en las aceras de Caracas. Pero ya no eran el humilde vendedor de flores cultivadas en su jardín, ni la curtida vendedora de jugo de frutas y empanadas que se movía a diario con su improvisado cochecito con ruedas –caldero incorporado–. No. Se trataba de trabajadores al servicio de una mafia que controlaba las aceras de Caracas, repartiéndose las principales esquinas o sectores por rubro: “la calle del hambre” donde se vendía fast food; el “mercado campesino” donde se vendían verduras, frutas y hortalizas; y los “mini mercados” donde se vendía ropa y calzado. Todo de bajo precio y más baja calidad. Sumando además los puestos de venta ilegal de software, DVD, música, libros –todos pirateados–.

Ya no eran humildes voluntariosos. Eran mafias donde se ligaban policías que se hacían la vista gorda a destajo salarial, concejales, funcionarios de la alcaldía y hasta periodistas y sindicalistas, capaces incluso de conseguir jueces que fallasen a su favor con sentencias insólitas, como la que ordenaba encarcelar al gobernador del Distrito Federal, Asdrúbal Aguiar, y al alcalde del municipio, Aristóbulo Istúriz, en 1994 por desalojar forzosamente a vendedores ambulantes de comida rápida.

Casi derrotados

En 1995, desde la alcaldía de Caracas se hace un esfuerzo por sacar a los buhoneros de las aceras y, además, acabar con las mafias que permitían su permanencia en los espacios públicos. Era un clamor ciudadano. Con esfuerzo, el entonces alcalde Ledezma halló un sitio céntrico y lo acondicionó, para convertir a esos ilegales comerciantes de calle en pequeños empresarios, comerciantes con puesto en un mercado donde tendrían además los servicios de los que no disfrutarían en la calle. A cambio, obviamente, de pagar el canon de arrendamiento por el uso del espacio y los impuestos municipales que correspondieran.

Las mafias se resistieron pero ganó poco a poco la acción de la policía y el apoyo ciudadano y del comercio formal, empeñado en el rescate de las aceras. Cuando la derrota de los manteros caraqueños era casi un hecho, llegó la desgracia: ganó Hugo Chávez la presidencia y con los pobres manteros de la capital venezolana echó la suerte a andar. Un anodino gobernador del entonces Distrito Federal fue colocado por encima de los alcaldes capitalinos y, sin sorpresa, se puso del lado de los manteros, que no solo regresaron a la calle, sino que se envalentonaron con el apoyo gubernamental y se convirtieron en brazo de calle del chavismo en la capital.

A partir de ese momento, si algún opositor osaba ir al centro de la ciudad a hacer algún acto de reclamo al gobierno chavista, los humildes y pobres manteros trabajadores se convertían en fuerzas de choque que repelían a los manifestantes opositores, ante la mirada silente de la policía, con órdenes de no intervenir.

Tradicionales esquinas de Caracas se vieron invadidas de estos manteros-pandilleros, que hacían imposible el comercio formal y la libre circulación, pero también impedían el derecho a la libre manifestación de ciudadanos opositores. Unos tonton macoutes espontáneos y bien ganados a la causa.

Fueron esos manteros quienes, convertidos en gavilla, se enfrentaron a tiros con la policía el 11 de abril de 2002 cuando una multitudinaria marcha ciudadana se dirigía al palacio de gobierno a expulsar por la fuerza a Hugo Chávez. Quedaron registrados muchos de ellos disparando desde puentes y avenidas contra manifestantes, que desarmados caían como moscas sobre el pavimento del centro de una ensangrentada Caracas, que nunca pudo recuperarse de esa fecha. Los alrededores del palacio eran de prohibida circulación para opositores.

Con el tiempo, los opositores se olvidaron de ir a Miraflores a reclamar nada. Y cesado el peligro, cesó también la necesidad: por la fuerza y con la excusa de la “refacción de espacios públicos” fueron poco a poco expulsados del centro de la ciudad, hasta ser reducidos casi a cero, con muy contadas excepciones que solo confirman la regla: los manteros solo existían porque el gobierno lo permitía.

¿Por qué permitió el chavismo la existencia del fenómeno mantero? Porque por un lado golpeaban al comerciante formal compitiéndole deslealmente y por el otro lado disfrutaban de un escudo humano, protector y violento, que les resguardaba en caso de emergencia.

No hay buenas intenciones detrás del fenómeno mantero. Y que sea precisamente el partido chavista Podemos quien enrole en sus filas al jefe de la mafia mantera madrileña, haciéndole además candidato, da cuenta de la intención final: someter a la ciudad, cueste lo que cueste.

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