«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Estamos ante la primera escalada importante de represalias mutuas entre la UE y China

El enfrentamiento inevitable que marcará el destino de la civilización

Reunión por videoconferencia celebrada el 30 de diciembre entre Charles Michel, Ursula von der Leyen, Angela Merkel, Emmanuel Macron y Xi Jinping. EUROPA PRESS

Con tan inmensa escandalera política nacional como tenemos y los medios de comunicación entregados a los juegos de intoxicación, encubrimiento y mareo que dicta este gobierno de despropósito e ineptitud, los españoles no se enteran de hechos de mucha gravedad y trascendencia fuera de nuestras fronteras. Y están pasando cosas muy serias.

La pasada semana pasará a la historia por un salto cualitativo sin precedentes en un enfrentamiento que va a marcar el futuro y quizás el destino de la civilización y hasta del planeta. Y es que en una rápida concatenación de acontecimientos inauditos, Europa se ha unido a EEUU en la aplicación de urgentes medidas de respuesta a la creciente agresividad y brutalidad del régimen chino. Vaya por delante que esta es una de las pocas noticias positivas en la política exterior de la Unión Europea que se registran en mucho tiempo. Este conflicto es bueno, porque perjudica a quienes pretenden que el enemigo triunfe sin que estalle y sin que sus continuos avances encuentren reacción de autodefensa o resistencia.    

La percepción del peligro y la conciencia de la amenaza son parte misma de la seguridad. Las decisiones tomadas por Europa han recibido el inmediato apoyo de EEUU y de Japón, Corea y por supuesto Taiwán, pero también de Australia y la India, piezas clave en la nueva estrategia global de contención al nuevo imperialismo comunista chino.

El conflicto entre China y EEUU ya había estallado antes, cuando Donald Trump se convirtió en el primer presidente norteamericano que se atrevía a hacer frente al Dragón Amarillo, tras 50 años de concederle ventajas por el cálculo, catastróficamente erróneo, de que más pronto que tarde el capitalismo acabaría con la dictadura china. No hace falta decir que no ha sido así, sino todo lo contrario. La dictadura comunista china es más cerrada, tiránica y brutal que nunca. Y ha tenido tanto éxito en combinar la gestión capitalista de la economía con el implacable control social y político de la sociedad militarizada y sus individuos, que cada vez se adivinan más simpatizantes de los métodos chinos en las élites del capitalismo occidental.   

En dos días, la Unión Europea acabó bruscamente con un aparente idilio con China que había tenido su momento culminante, y casi cabría decir escandaloso, cuando el 30 de diciembre, en medio de fiestas y pandemias, la UE anunciaba un nuevo gran Acuerdo de Inversiones con la República Popular China. Este acuerdo que establece supuestas grandes garantías para inversiones en China y la consiguiente deslocalización de la industria y hasta de la agricultura europea fue recibido con un nada disimulado malestar y con el rechazo de dirigentes y observadores europeos.

Ese acuerdo se había pergeñado en una videoconferencia entre Xi Jinping por un lado, y Angela Merkel, Ursula von der Leyen, Charles Michel y Emmanuel Macron, de invitado de piedra y lustre, por el otro. En el último día de la presidencia alemana, la señora Merkel se reúne virtualmente con Xi Jinping y deciden un Acuerdo de Inversión que beneficia masivamente a las exportaciones alemanas, un país que vende ya más coches en China que en el resto del mundo, sin más participación que de lo que, de facto, son sus subordinados, y un Macron que apoya por un cambio de cromos. Sin participación ninguna de los 25 miembros restantes de la UE.

Es cierto que el acuerdo debe pasar aún sus tramites en el Consejo y en el Parlamento, pero no deja de ser insólito el hecho de que se produzca este acuerdo en un momento en el que con la pandemia no solo se han visto los efectos graves para la seguridad y el suministro de muchas deslocalizaciones hacia China. También se produce en los momentos de peor agresividad del régimen comunista chino hacia su propia población y los países vecinos.

Estos alardes de brutalidad represiva por parte de Pekín han llevado a que, meses después de aprobarse la Ley Europea de Sanciones por violaciones de Derechos Humanos -un instrumento similar al Acta Magnitsky norteamericana para represalias puntuales contra violadores de los Derechos Humanos-, el Parlamento Europeo indujera inevitablemente a la UE a las sanciones. Estas primeras sanciones se dirigen contra unos funcionarios y cuatro organizaciones oficiales chinas por graves y continuas violaciones de los Derechos Humanos de los uighures. Y Pekín respondió con sanciones mucho más contundentes contra europarlamentarios, investigadores y directores de centros de estudios y fundaciones relacionadas con el estudio de China.  

El contenido de las sanciones es lo de menos. Nada importa que unos cuantos jefes comunistas locales de la China occidental no puedan viajar a Europa ni abrir cuentas allí. Aun siendo más grave, tampoco será dramático que tengan vetada la entrada en China unos europarlamentarios, unos estudiosos o unos ejecutivos de Europa y EEUU. Lo cierto es que estamos ante la primera escalada importante de represalias mutuas entre la UE y China, y que esto podría llevar a movimientos tectónicos en las relaciones internacionales.

No estamos ante una nueva versión de la Guerra Fría del siglo pasado entre Occidente y la URSS. Entonces los dos bloques enfrentados eran compartimentos estancos entre ellos sin apenas interacción comercial, económica y financiera. Hoy son inmensas las interconexiones y sinergias entre el bloque Occidental, si como tal contemplamos a EEUU, UE, Japón, Corea del Norte y Australia, y su adversario la República Popular China. Empezando por la deuda de muchos de los países del frente común con la potencia comunista.  

Como no hay ninguna expectativa de que el régimen de Pekín suavice su represión interna, es de esperar que el nivel de conflicto vaya a más y no a menos. De momento, lo que está en cuestión es el Acuerdo de Inversión que Xi Jinping y Angela Merkel se sacaron de la manga e intentan imponer a todos los demás miembros de la UE.

Un grupo cada vez más numeroso de europarlamentarios han solicitado como reacción a las represalias de China a las sanciones que quede en suspenso toda la tramitación. Muchos creemos que es un buen momento para liquidar ese acuerdo del todo. Ni interesan mayores deslocalizaciones hacia China, ni nos creemos ninguna de las garantías que dice dar Pekín, una vez más, en cuanto a propiedad intelectual, legalidad, reciprocidad etc. Occidente tiene que dar pasos muy consistentes para recuperar su plena autonomía respecto a China, que es una potencia enemiga de todos los valores y libertades que forman parte esencial del mundo democrático. Quien vea el carácter militar que China confiere a toda su expansión en obras de infraestructura por el mundo, desde sus bases militares encubiertas a lo largo de sus autopistas por el Himalaya paquistaní, a los puertos del Pireo u otros, sabe que toda presencia china significativa acaba minando las soberanías nacionales y su seguridad.  

La creciente brutalidad de la represión interna, más la agresividad de China bajo Xi Jinping, externa por todo el mundo y ahora en el marco de una pandemia desatada desde China, exige una firme coalición de países libres y coordinación de sus políticas hacia Pekín y por tanto el fin de las vías de apaciguamiento, tales como la alemana.

Merkel ha sido especialista en estas operaciones. Solo hay que ver cómo ha permitido que los oleoductos Nordstream 1 y 2, entre Rusia y Alemania, de espaldas y contra la voluntad de muchos países europeos, pongan en peligro la política general de la UE hacia Rusia. Con China es hoy aún mucho más peligrosa toda posible dependencia. Y hay muchas.   

Desde hace años, el régimen comunista chino acompaña su penetración de los mercados de una masiva compra de voluntades en Occidente y en el Tercer Mundo. En EEUU es alarmante ver el grado de influencia de China en las élites donde, directa o indirectamente, un gran porcentaje de las personalidades decisivas han trabajado o trabajan para compañías chinas, todas obedientes al Partido Comunista o que albergan intereses comunes. La administración de Joe Biden y las grandes compañías de nuevas tecnologías están cuajadas de ellos. En Europa no ha de ser muy distinto. Ni lo es en África o Iberoamérica.

Algunos aún creen que se puede comerciar masivamente con China sin caer en obediencia o sumisión hasta el grado de subvertir la seguridad de las naciones occidentales. Nadie debería a estas alturas hacerlo. Todos los empresarios chinos que actúan en el exterior son y se entienden como agentes del partido y de la expansión del poder nacional chino. Cuando quieren más mercado sonríen mucho y hacen favores muy obsequiosos. Cuando controlan el mercado su sonrisa desaparece y surgen muy pronto las órdenes, las amenazas y las represalias del mismo poder brutal que se ejerce en el interior de China. Las libertades occidentales corren inmensos peligros. Están omnipresentes. Pero si se sigue el rastro de todos los principales peligros que nos acechan, todos tienen el mismo que el virus que nos conduce a China.

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