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¿SI PIERDE TRUMP SE ACABA EL MUNDO?

El escenario en el que Trump gana, aún perdiendo

El presidente de Estados Unidos Donald Trump regresa a la Casa Blanca después de que los medios de comunicación declararan al candidato presidencial demócrata Joe Biden como ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2020, en Washington, Estados Unidos, 7 de noviembre de 2020. REUTERS/Carlos Barria/Foto de archivo

Semana y media después de que se realizaran las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, todavía no hay un resultado definitivo. Aunque la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses ya han procedido a proclamar vencedor a Joe Biden, Donald Trump aún mantiene procesos legales abiertos en un par de entidades federales, arguyendo que ha ocurrido un “fraude” electoral allí.

Aunque los números oficiales casi al cierre de la totalización (99% escrutado) señalan que Biden logra 290 votos electorales y se impone a Trump por 0.3% en Arizona, 0.7% en Wisconsin, 0.8% en Pensilvania, 0.3% en Georgia, 2.7% en Michigan y 2.7% en Nevada; el candidato Republicano ha enfilado contra el Demócrata básicamente en 2 frentes: argumentando en las cortes que se han cometido irregularidades al admitir y contabilizar votos a destiempo (y por ello se debe parar la certificación de los resultados) y apelando al reconteo de votos en los estados en disputa (este miércoles, por ejemplo, la autoridad electoral de Georgia ha emprendido por cuenta propia un recuento manual de las papeletas).

Pongamos por caso que Trump sale con las tablas en la cabeza; que el candidato Republicano no logra hacer valer su posición frente a los tribunales y que los recuentos, por mala fortuna, no le son favorables.

¿Es el fin del mundo? Para nada.

No quiero asomar una posición catastrofista, ni mucho menos de autocomplacencia o consuelo, pero hay varias cosas a tener en cuenta:

Durante su Presidencia ­–y aún más durante la campaña por la reelección– Trump ha tenido siempre que remar en contra de la corriente. Literalmente se ha echado encima al mass media que lo demoniza y que hoy ha llegado al punto de sacar del aire sus declaraciones en vivo.

Bien es sabido que la personalidad del magnate está cargada de incorrección política y que su relación con los medios de comunicación y con los periodistas siempre ha sido tirante. Pero al día de hoy es imposible decir que, por ejemplo, el Presidente sea un censor o un autócrata.

Luego de cuatro años de estadía en la Casa Blanca no ha cerrado un solo medio de comunicación, ni ha hecho despedir a ningún periodista. Por el contrario, ese bien tan preciado dentro de la sociedad norteamericana que es la libertad de expresión parece estar, paradójicamente,  puesta en jaque no por Trump, sino por las grandes cadenas mediáticas de los Estados Unidos y los CEO de compañías de Redes Sociales como Twitter y Facebook, que ahora deciden qué debemos ver y qué no.    

Como si aquello no fuese poco, a Trump le ha tocado tener a todo el Star System de Hollywood y  la industria de la cultura y la música en contra. Un grupete que en general siempre ha tenido la costumbre de engordarle el caldo al Partido Demócrata, pero que en esta elección se ha pasado 4 pueblos a la hora de decantarse por la agenda progresista que viene a redimir a los Estados Unidos de los males del capitalismo que, por supuesto, están encarnados en el malvado Donald.   

También le tocó al candidato Republicano batallar en contra de las encuestas. La mayoría de las firmas que hacen estudios de opinión vaticinaron un escenario de caída y mesa limpia para Trump. Uno en el que  incluso Biden le sacaba hasta 10 o 12 puntos porcentuales en el voto popular a nivel nacional y en el que, por ejemplo, los del partido del Elefante, perdían hasta el estado de Texas (ese bastión que los Republicanos no han dejado de ganar desde mediados de la década de los 70s). Nada de eso ocurrió. Con unos resultados que, como sabemos, aún están en disputa, Trump pierde ante Biden en el voto popular a nivel nacional por apenas 3.3%.

Es por todos conocida la aversión que tenían muchos líderes republicanos del establishment ante Trump. De modo que al presidente también le tocó hacer frente a porciones importantes de su propio partido. En su contra se pronunciaron desde el expresidente George W. Bush hasta el Senador y excandidato presidencial Mitt Romney, pasando incluso por Cindy McCain, viuda del fallecido  excandidato presidencial John McCain.

Trump nunca fue un Republicano de carrera, pero logró hacerse con la candidatura presidencial del partido en 2016 y, aún más, ganar la Presidencia en un entorno extremadamente hostil.

El fenómeno mercadotécnico que representó la pasantía de Barack Obama por la Casa Blanca había dejado al Partido Republicano contra la pared y amenazaba con condenarlo a hacer el ridículo frente a una mediáticamente mimada Hillary Clinton.

Trump logró remontar la cuesta y poner a los conservadores de nuevo en el poder, pero 4 años después luce que dentro de las filas republicanas muchos lo han dejado solo y ya hacen cuentas para 2024, pensando que pueden prescindir del Trumpismo.

“De malagradecidos está lleno el mundo”, siempre dice mi madre. Veremos…

Vamos nuevamente a los hechos: en el New York Times (afín abiertamente al Partido Demócrata) se señala cómo Trump incluso mejoró sus números dentro dos minorías claves en los Estados Unidos con respecto a 2016. En este 2020 habría obtenido un 32% más de votos a nivel nacional dentro de la comunidad Latina y un 12% más en el voto negro. Eso a pesar de los señalamientos de racismo y xenofobia de los que usualmente es objeto. Así, el Partido Republicano –tradicionalmente señalado por los demócratas como una organización política de blancos racistas– estaría viendo ensanchar su base electoral. Un partido que definitivamente ya no es el mismo desde que Trump tomó un rol protagónico dentro de él.  

Aunque no lo parezca, dentro de ese esquema Trump tiene mucho peso, pues rescató al Partido Republicano del ostracismo en 2016 y lo ha reconfigurado en 2020.

¿Está dispuesto el statu quo a permitirlo? He allí la pregunta.

En este momento el mayor enemigo de Trump no es Biden, es el propio Trump. Aún en el peor escenario (uno en el que las demandas no prosperen o los reconteos no le sean favorables) el magnate tiene la primera opción de orientar la línea que va a tomar el Partido Republicano en la oposición; con un panorama en el que incluso podrían retener la mayoría en el Senado y tener una poderosa Corte Suprema inclinada claramente hacia el bando conservador.

El Trumpismo, dentro o fuera del Partido del Elefante, es una tendencia que no va a desaparecer mágicamente. Queda de parte del propio Donald decidir si echará todo por la borda o tomará provecho de todas estas ventajas de cara a 2024.

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