En 2007 el expresidente Hugo Chávez y el recientemente electo presidente de Nicaragua Daniel Ortega, posaban para una foto sobre la primera piedra de lo que según sus discursos sería la refinería el “Supremo Sueño de Bolívar”. Ese megaproyecto se construiría cerca del Puerto Sandino en el océano pacífico de Nicaragua, prometiendo que para 2020 estaría supliendo el 41% de la demanda de hidrocarburos en Centroamérica.
Aunque la influencia chavista había iniciado incluso antes de la elección de Ortega, el anuncio de ese proyecto petrolero en un país no productor de hidrocarburos como Nicaragua, simbolizaba la grandilocuencia del discurso del “Socialismo del siglo XXI” y su promesa de integración latinoamericana. 13 años después la promesa ha quedado en tan solo una pequeña parte de la infraestructura prevista y que en la actualidad ha quedado tan sólo como una pequeña planta de almacenamiento.
La intención del bolivarianismo en Nicaragua no era aportar a la cooperación al desarrollo, sino patrocinar un partido aliado del eje Caracas-La Habana para consolidar un sistema clientelar que, en lugar de superar la pobreza, la profundiza
Entre 2008 y 2016 el flujo de petrodólares venezolanos alcanzó un promedio de 450 millones de dólares anuales, es decir, como mínimo unos 4,000 mil millones de dólares. Según el Banco Central de Nicaragua ese monto se desglosa en “cooperación petrolera, prestamos, donaciones e inversión directa.”
Lo cierto es, sin embargo, que la opacidad ha sido una característica constante de este flujo de dinero, que a la fecha no deja claro la proporción de deuda pública y privada. Por otro lado, los pasivos de esta relación en concepto de deuda, se aprobaban por la Asamblea Nacional, pero no pasaba igual con las donaciones y réditos del negocio petrolero, controlado de manera privada por uno de los hijos de los Ortega Murillo.
El intrincado organigrama para canalizar tales flujos financieros, creció y se nutrió a expensas del Estado, mientras el dominio de dichas estructuras estaba en manos de la pareja presidencial a través de sociedades anónimas, testaferros e incluso sus propios hijos. Todo este flujo contante de divisas, dinamizó y contaminó la economía del país, al tiempo que engrosaba las arcas del FSLN y de la familia Ortega Murillo. En otras palabras, se privatizó la solidaridad venezolana, sin lugar a dudas con el conocimiento y consentimiento del chavismo.
Pero el chavismo no sólo era consciente, de este modelo de administración, sino que también era partícipe de la corruptela generada a costa del petróleo de los venezolanos. A la sombra de este modelo binacional estructurado por PDVSA y ALBANISA por el lado nicaragüense, vieron la luz empresas “mixtas” de importación y exportación de crudo y materias primas demandadas por Venezuela. Así mismo, se creó el banco BANCORP y la financiera CARUNA R.L. como una red para canalizar los dividendos del comercio petrolero en Nicaragua. Ambos entes financieros fueron sancionados por el departamento del tesoro de los Estados Unidos por sus vínculos con la empresa estatal venezolana.
El socialismo del siglo XXI y su paraguas regional del ALBA ha buscado de manera deliberada la injerencia en la política interna de los países latinoamericanos, soportado por la chequera petrolera que, durante sus tiempos de bonanza, logró interferir en procesos electorales inclinándolas a su favor. Con la caída de los precios internacionales del petróleo y la profunda crisis venezolana, la pequeña economía nicaragüense, vigésima de América Latina y la segunda más pobre del continente, vio mermada súbita y rápidamente el flujo de dinero que sostenía programas clientelares de la confusa telaraña Estado-partido.
Desde 2017 el grifo petrolero y financiero empezó a cerrarse e hizo necesario que, una economía acostumbrada durante años al “dopaje” proporcionado los recursos petroleros, se viera obligada a ajustar las cuentas públicas y sobre todo a pasar al Estado las deudas de consorcio PDVSA-ALBANISA, es decir, la fiesta de unos pocos, la pagarán todos los nicaragüenses.
Está claro que la intención del bolivarianismo en Nicaragua, no era aportar a la cooperación al desarrollo, sino patrocinar un partido aliado del eje Caracas-La Habana para consolidar un sistema clientelar que, en lugar de superar la pobreza, la profundiza. Los petrodólares fueron aprovechados para construir un emporio privado en beneficio de la familia Ortega Murillo y la cúpula sandinista, a quienes, en su nueva faceta posrevolucionaria se les ha llamado popularmente los “nuevos ricos”.-