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Alberto no puede salirse del libreto trazado por Nestor y Cristina

El presidente argentino no quiere, ni puede, condenar al castrismo

El presidente argentino, Alberto Fernández, junto al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel. Fotografía de archivo

Si bien es verdad que el Gobierno de Alberto Fernandez es una máquina de acumular fracasos, lo que hace muy difícil elegir un podio, sin duda entre los desastres más importantes se encuentra su política exterior. Pero lo que está ocurriendo con las declaraciones de Alberto Fernández respecto de Cuba tiene otra lógica. Muchos analistas sostienen que la política de la Cancillería argentina es errática pero esto no es así. Es una política ideológicamente tan consistente que se puede volver irrisoria en lo económico y hasta en lo coyuntural, pero que tiene una razón: acumular poder desde el relato del socialismo setentista. “La izquierda te da fueros” decía Nestor Kichner y en las relaciones exteriores eso se traduce en una alineación pétrea con la izquierda internacional.

Como custodio del relato kirchnerista, Alberto no puede salirse del libreto trazado por Nestor y Cristina. Un relato setentista, propio de la Guerra Fría que tiene que acomodar chapuceramente. Así fue que para referirse a la violenta represión sobre personas desarmadas, asesinatos, desapariciones y torturas que están ocurriendo en Cuba, el Presidente Alberto Fernández dijo: “No conozco exactamente la dimensión del problema en Cuba, lo que tengo claro, como dijo Manuel López Obrador, es que si realmente nos preocupa lo que pasa, terminemos con los bloqueos, le están haciendo un daño incalculable y también a Venezuela. Si realmente nos preocupa tanto la vida de los venezolanos, terminemos con los bloqueos”.

Se vuelve cauto hasta la cobardía cuando se trata de condenar las violaciones de los derechos humanos en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán o China

En Argentina hay internet (no como en Cuba) así que resulta imposible que Alberto desconozca las toneladas de informaciones sobre las violaciones a los derechos humanos que está ejecutando el dictador Miguel Díaz-Canel. Pero Cuba es la vaca sagrada del socialismo iberoamericano, es la nave nodriza de la doctrina de la dirigencia de izquierda de la región y es la razón por la que no va a recibir condena del kirchnerismo. Muchos de sus dirigentes recibieron en los años 70 adiestramiento guerrillero en Cuba.

No fue sólo Alberto el que repitió el mito, mil veces desmentido, del bloqueo. Diputados, funcionarios y militantes salieron a blandir que el problema en Cuba no es esa dictadura mísera sino un ajuste económico coyuntural.

Lo curioso es que la ficcional cautela que enarbola Alberto con Cuba no se condice con otras posturas temerarias que sí ha tomado su gobierno opinando sin remilgos sobre cuestiones internas. Recordemos que durante el conflicto israelí del ultimo mes de mayo, en medio de los ataques terroristas de Hamas hacia la población civil de Israel, el kirchnerismo se metió de lleno a cuestionar al gobierno de Benjamín Netanyahu por el “uso desproporcionado de la fuerza por parte de unidades de seguridad israelíes ante protestas”, tomando una postura (de nuevo) consistente con la ideologia del peronismo setentista socio y defensor del terrorismo palestino.

Cuando Alberto apenas asumió, Chile se encontraba atacado por la guerrilla urbana que quemaba estaciones de subte e iglesias con coordinadas manifestaciones golpistas. En ese momento Alberto no dudó en sentenciar a PiñeraYo me acordaba que (Sebastián) Piñera metió presas a 2.500 personas y nadie dijo nada”. En la misma tónica, en su cuenta de Twitter, cuando el Gobierno de Iván Duque debió enfrentar al narcoterrorismo que asolaba las calles de Colombia no tuvo empacho en condenar la “represión desatada ante las protestas sociales” y exigió que, “en resguardo de los derechos humanos, cese la singular violencia institucional que (Duque) ha ejercido”.

Esta es la forma en la que se va a manejar el kirchnerismo en relación al levantamiento del pueblo cubano: negando los hechos y desviando la atención

Es claro que el presidente argentino no ahorra conflictos cuando puede castigar a gobiernos que no simpatizan con el Foro de San Pablo, pero se vuelve cauto hasta la cobardía cuando se trata de condenar las violaciones de los derechos humanos en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán o China. En innúmeras instancias, el cuarto gobierno kirchnerista tuvo que enfrentar quejas y crisis diplomáticas. Pero estas cuestiones no le quitan el sueño a Alberto, para quien lo importante es obedecer a la narrativa trazada por Cristina. En el sistema de alianzas internacionales Fernández está a sus anchas con el mexicano Andrés Manuel López Obrador o con Luis Arce, presidente de Bolivia, a quien acaba de apoyar en una denuncia por presunta entrega de material militar en el gobierno de Mauricio Macri. Una curiosa operación jurídico/mediática que sirve a ambos mandatarios para reforzar el apoyo de la propia tropa en sus jaqueados países.

Esta cercanía con países acusados de violaciones a los derechos humanos hace que ocurran muchas veces desinteligencias y posturas contrapuestas. Crisis reiteradas han acontecido entre el embajador argentino en Washington Jorge Arguello y el representante argentino en la OEA, Carlos Raimundi: todas estas cuestiones se solucionan siempre dando la razón al funcionario más radicalizado y alineado con el kirchnerismo duro. Del mismo modo, mientras el embajador en Brasilia, Daniel Scioli, procura acercar posturas con Jair Bolsonaro, la Casa Rosada apuesta al triunfo electoral de Lula, otro entrañable amigo de Cristina. Algo similar ocurre con las posturas arancelarias dentro del Mercosur, no hay medias tintas, la postura de la Vicepresidente siempre triunfa.

Su sumisión al panchavismo actual se debe leer en esa clave, la de ser siempre más papista que el papa. Obediente a la mano del que le da de comer.

Alberto Fernández constituye un caso de estudio. Es proverbialmente conocida la flexibilidad pragmática del kirchnerismo para sobrevivir en los distintos momentos de crisis y conservar el poder. Pero en su caso la sobreadaptación es nociva, dado que con ella no acumula poder sino una imagen negativa creciente y papelones internacionales que lo hacen el rey del meme. Los gobiernos kirchneristas se han caracterizado por una oportuna orientación izquierdista, pero a Fernández el discurso legitimador le sale caro y no lo capitaliza. De hecho el presidente ha tenido una sinuosa carrera político-ideológica que lo llevó del nacionalismo proteccionista, al menemismo, luego fue kirchnerista, luego antikirchnerista furioso y ahora kirchnerista de nuevo, su sumisión al panchavismo actual se debe leer en esa clave, la de ser siempre más papista que el papa. Obediente a la mano del que le da de comer.

Fernández recordó en declaraciones periodísticas que en las últimas reuniones del G20 pidió “por favor que se terminen los bloqueos en el mundo”, y argumentó que en el contexto del coronavirus “No hay nada más inhumano en una pandemia que bloquear económicamente a un país. Cuando bloquean a un país, bloquean a una sociedad, y eso es lo menos humanitario que existe”, dijo. Esta es la forma en la que se va a manejar el kirchnerismo en relación al levantamiento del pueblo cubano: negando los hechos y desviando la atención. Después de todo, el castrismo es el catecismo kirchnerista en el plano ideológico, económico y sobre todo en la forma de la jerarquía de acumular poder. Alberto solo tiene que repetir ese dogma.

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