Si usted está respirando, probablemente sea racista. La psicosis masiva que quiere imponer la actual administración sobre los ciudadanos estadounidenses en torno a la raza -una obsesión que los votantes ya han empezado a castigar en las elecciones estaduales de la muy demócrata Virginia, donde han optado por un republicano- amenaza con anegar y hacer imposible todo el debate político, porque cuando todo es racista, nada lo es realmente.
Las carreteras, por ejemplo. Los estadounidenses se enorgullecen con razón de una magnífica red interestatal de autopistas que ha contribuido más a cohesionar el país que la mayoría de las leyes. Pero, ay, también esta red es racista. No lo digo yo, ni un enloquecido activista de Black Lives Matter, no: lo ha dicho el propio ministro del ramo, Pete Buttigieg.
Este Buttigieg merece un capítulo aparte, porque ejemplifica a la perfección el gabinete de Biden. Su experiencia política estelar consistió en ser alcalde de su ciudad natal en Indiana, South Bend, por el Partido Demócrata. Ese no es exactamente un logro capaz de llevar a ningún político al estrellato en el panorama nacional, pero en cambio este otro, sí: el alcalde Pete anunció en 2015 que era gay y que se iba a casa con su novio, ahora su marido, con el que tiene (previo pago) dos hijos por maternidad subrogada. Y, en el sistema de cuotas que domina Estados Unidos, eso sí es un logro a tener en cuenta.
De hecho, Buttigieg participó en las primarias demócratas de las que salió elegido Joe Biden y en las que su vice, Kamala Harris, hizo un papelón horroroso. Pete no salió ni de lejos, pero Biden entendió que tenía que meterlo en su gobierno para cubrir el cupo LGTBI. Le tocó la cartera de Transporte como le podían haber dado cualquier otra. La experiencia de Buttigieg en transportes es, según dijo en su momento, que había usado mucho el transporte, fin.
Hace poco, Buttgieg dio una carcajeante prueba de su incompetencia muy comentada en la prensa alternativa norteamericana cuando, en plena crisis sin precedentes de la cadena de suministros, con los puertos colapsados y las mercancías esperando días en los cargueros inmovilizados, se descubrió de pronto que el ministro llevaba dos meses de baja por paternidad. Dos meses. Por paternidad (subrogada). En la peor crisis que ha sufrido su sector en décadas. Y, naturalmente, lo mejor del chiste fue que su presencia o su ausencia resultaban absolutamente indiferentes para la resolución de la crisis.
Si bien pertenecer al colectivo LGTBI es un punto importante para su prestigio, Buttigieg sabe que necesita algo más para justificar su sueldo, así que lleva un tiempo obsesionado con que la red interestatal de carreteras es «racista». Como suena. Porque todo es racista.
En esta ocasión fue una periodista de CNN quien hizo la pregunta en una rueda de prensa celebrada por el ministro. April Ryan, de la infame cadena del régimen, le preguntó que si Biden había anunciado su plan para «deconstruir el racismo» de las infraestructuras norteamericanas, ¿podría el secretario explicar cómo va a deconstruir el racismo inherente a la construcción de la red vial?
Buttigieg respondió: «Sigue sorprendiéndome que a algunos les sorprenda cuando señalo el hecho de que haya autopistas construidas con el propósito de dividir barrios negros de barrios blancos, o que se construyan túneles demasiado bajos para que no pueda pasar un autobús que lleva niños negros y portorriqueños a la playa…».
Este tipo de ejemplos, asegura Buttigieg, hace «evidente» que el «racismo» es inherente al sistema vial… «que obviamente refleja el racismo de quienes diseñaron esas opciones», e hizo referencia a unas declaraciones suyas anteriores en las que afirmaba directamente que “hay racismo físicamente construido en nuestras carreteras».
Pese a su ausencia de dos meses, ya puede decirse que Pete Buttigieg se ha ganado el sueldo con estas declaraciones esperpénticas.