«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Tras décadas de renuncia a la libertad

¿Hay lugar para la derecha en Sudamérica?

Daniel Ortega, Raúl Castro, Nicolás Maduro y Evo Morales, durante una reunión del ALBA en el cuarto aniversario de la muerte del dictador Hugo Chávez en marzo de 2017 (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

Cuando terminaba la primera década de este siglo, Sudamérica parecía condenada irremediablemente al Socialismo del Siglo XXI. Confluían Lula da Silva en Brasil, Cristina Fernández en Argentina, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Hugo Chávez en Venezuela y su poder gravitacional creaba o dominaba universidades, medios, fundaciones y proyectos artísticos. El mundo posaba sus ojos soñadores sobre esa mancomunión de voluntades socialistas, como lo había hecho décadas atrás con Cuba.

Pero la capacidad de estropicio del socialismo no defrauda, y promediando la segunda década el quebranto, el autoritarismo y la corrupción (la izquierda siendo izquierda, bah) arruinaron la popularidad de los franquiciantes del Foro de Sao Paulo que empezaron a ser implicados en casos judiciales gravísimos. Sumado a las crisis económicas, esta coyuntura generó una fuerte desconfianza en el modelo otrora venerado. El éxodo masivo que provocó la dictadura de Venezuela fue el detonante final y este conjunto de factores pareció sepultar a la “izquierda nuestroamericana”.

Cuestión que las riendas ejecutivas parecieron cambiar de manos. Se avizoraban alternativas liberales o conservadoras, contrastantes con la deriva chavista. Las victorias electorales de Macri, Piñera, Kuczynski, Cartes y Duque, entre otras, se auparon en parte en el estancamiento económico que prometían revertir, así como en el miedo que causaba la crisis venezolana, detalle que no faltó en las campañas y se prometieron alternativas libres de la corrupción y del populismo de izquierda. Un cambio de agenda social y económica que terminaría con el socialismo enquistado que llevaba emponzoñando la región desde la Guerra Fría. Pero fue un espejismo.

Para evitar la guerra, las derechas se quedaron con la humillación y con la guerra; ni chicha ni limonada, para expresarlo en criollo

Una proverbial impotencia para cambiar la agenda de la izquierda dominó mayormente sus gestiones, haciendo la salvedad de Brasil. Los depositarios de tanta esperanza tampoco descollaron como mejores administradores que sus predecesores. Si bien cada país tiene su peculiaridad, coincidieron en postergar las expectativas de sus votantes en cuanto a los valores republicanos y a las reivindicaciones de los derechos individuales, con el objetivo de calmar el descontento de los sectores sociales que no los habían votado. El caso de Macri es paradigmático dado que anticipó posturas que en distinta medida tuvieron sus paralelos en Piñera o en Lacalle Pou, por ejemplo. No modificó el adoctrinamiento educativo en todos los niveles, ni la sumisión profunda a la perspectiva de género volcada a cualquier política pública a costa de los contribuyentes, ante la imposibilidad de desarmar redes clientelares veladas por subsidios procuró ser aún más dadivoso con una postura culposa frente a su pertenencia al ideario liberal. Dio aires a una economía inviable y apuró el quebranto. El gobierno de Macri huyó a la confrontación apenas terminada la campaña y a poco de caminar la gestión pasó a una defensiva que el kirchnerismo aprovechó arteramente.

Sobre llovido, mojado. El estancamiento de la región, uno de los más importantes en décadas, hizo impensable el conjunto de reformas que demandaban las economías exhaustas. Para evitar la guerra, las derechas se quedaron con la humillación y con la guerra, ni chicha ni limonada, para expresarlo en criollo. Debilidad, culpa, incompetencia o error de diagnóstico, no interesa: un puñado de oportunidades perdidas provocaron el retroceso que dio nuevo aliento a ese resentido Socialismo del Siglo XXI que ni corto ni perezoso, volvió recargado a la arena política.

La tendencia hacia el ideario izquierdista es clara y representa un desafío para la psiquiatría

Argentina volvió al kirchnerismo, Bolivia repatrió a Evo, en Chile el socialismo noqueó a la derecha en el plebiscito constitucional, cada nuevo llamado a las urnas es un triunfo de la izquierda. Pero este retorno tiene componentes bien distintos: una polarización más afiebrada y en carne viva, que ya no tiene el beneficio de la duda para los votantes distraídos, en primer lugar. En segundo lugar una situación económica que suma herencias de pésimas administraciones, una tras otra, como una mamushka de crisis a las que el Covid sumó la última y letal pieza. Y por último, un sinnúmero de procesos judiciales que dirigen las candilejas a la Justicia de cada país, que ahora ocupa las primeras planas. Los partidos políticos apenas arañan un 13% del nivel de confianza. La representatividad está dañada. Nadie la tiene fácil.

La tendencia hacia el ideario izquierdista es clara y representa un desafío para la psiquiatría: todos los países de la región han recibido venezolanos que huyen de la miseria, la tortura y la muerte. Nadie puede hacerse el inocente respecto de lo que representa el modelo chavista que, con alevosía, abrazan los socialismos que vuelven en su versión recargada.

La derecha se dejó asociar con los procesos autoritarios sin presentar batalla. Como si el mundo y peor, la región, hubiesen emergido del océano en los años 70

Ahora bien: no es la idea abundar en lo que representa el panchavismo, que para eso hay material como para transcurrir entretenidos la eternidad. La cuestión es ¿y la derecha? ¿qué hizo, qué va a hacer, existe? Hay aquí dos factores para analizar, que no son excluyentes pero son distintos. El sistema académico, cultural, mediático, el que construye sentido, que dinamiza problemáticas, que genera debates y difusión. Ese que modela las narrativas. Y, por otro lado, el “sistema político electoral”. Bueno, la derecha, (o la no izquierda) se dejó aplastar es ambas instancias.

Desde hace décadas se dejó crecer la gota que horada la piedra de la hegemonía socialista. Ingenuidad o complacencia, la cosa es que no dio batalla a un sinfín de ideas, de adoctrinamientos, de medias verdades. Un conjunto de piezas que cuando se juntaron todas, conformaban el enorme rompecabezas al que se llamó: El Relato. Cuándo este Relato ya había educado unas cuantas generaciones, cuando ya había establecido sus tótems y sus tabúes era muy tarde. La derecha se dejó asociar con los procesos autoritarios sin presentar batalla. Como si el mundo y peor, la región, hubiesen emergido del océano en los años 70, como si las ideas de la libertad no tuviesen historia o filosofía y como si el terrorismo comunista y su zaga de muerte y miseria no hubiesen ocurrido.

Cuando el arco político inició su viraje al centro, en la convicción de un mayor reporte de votos, ya nunca pudo dejar de correr el eje

Décadas sin difundir un planteo teórico seductor, una épica de la libertad, el orgullo de una historia científica y ética de progreso, nada. Sólo la defensiva para librarse de los complejos derivados de una historieta revisionista maniquea a la que no se desventró como era debido. Un pecado original que validaron siendo una fake news grande como una casa. La libertad no estaba amenazada por ley sino por una corriente de opinión contraria a la divergencia, a la racionalidad, por el auge de las ideas colectivistas repelentes a la individualidad. Faltó filosofía, historia, datos, pasión y, sobre todo, entender las jugadas del otro.

Haciendo arqueo de caja, resultan indistinguibles ideológicamente los cuadros de eventual oposición al Socialismo del Siglo XXI de los adeptos a dicho modelo. Sólo es una pelea de personalismos o de fanatismos, vil legado de la polarización. Pero la agenda de género, climática, ecologista, indigenista, igualitarista, la supuesta gratuidad de los servicios públicos y la necesariedad pétrea del Estado presente son calcados. Las corrientes que no rezan este credo son una expresión marginal y para colmo, sin potencia institucional. Cuando el arco político inició su viraje al centro, en la convicción de un mayor reporte de votos, ya nunca pudo dejar de correr el eje. Hoy, defender la propiedad privada o la libertad de expresión es ser facho.

En consecuencia se demonizaron, por décadas también, valores de la derecha como la cultura del esfuerzo, la meritocracia, el respeto a la ley, la responsabilidad individual, la vida familiar, y, sobre todo, la idea del mercado como el mecanismo ordenador de la economía. Como una picadora de carne, las generaciones que se fueron incorporando a la vida adulta educados en esta cosmogonía continuaron divulgando espontáneamente esta moral socialista inculcada. Fueron a ocupar cargos políticos y estatales, pero también se convirtieron en educadores, artistas, directivos de bancos o albañiles, padres y madres. Para entender el panorama: el sudamericano es socialista o socialdemócrata. La región es más izquierdista que hace cuarenta años, y este proceso de transformación no fue por generación espontánea sino el fruto de décadas de trabajo consciente, escrito, debatido y expuesto a la luz solar por la izquierda académica y mediática. No fue conspiración, se dio naturalmente mientras la derecha se guarecía en las cuevas.

Todo eso que sería una locura hasta hace un par de generaciones, eso que avergüenza a cualquier defensor de las ideas de la libertad es lo que vota, regula, legisla y defiende el concierto de nuestro arco político hoy

Hagamos el ejercicio de viajar para atrás 30 o 40 años, a jugar con nuestros abuelos de entonces a ver quién dice la pavada más grande, la cosa más loca acerca de cómo sería el futuro. Digámosles que las personas se podrán despertar cada mañana con una autopercepción diferente incluyendo animales y será delito no seguirles la corriente, que la menstruación se considererá una dolencia invalidante que requiere la gestion estatal, que no va a existir la presunción de inocencia y esto se basará en la discriminación sexual, que el espacio de la privacidad será de incumbencia política, que la individualidad y el mérito personal serán pecado, que el humor será censurado a cotidiano, que los estados se quedarán con mucho más de la mitad de lo que las personas produzcan…¿se imaginan la cara de nuestros abuelos? Nos dirían que eso nunca podría pasar (y sólo les habremos enumerado el 10% de nuestra real distopía).

Bueno, eso que sería una locura hasta hace un par de generaciones, eso que avergüenza a cualquier defensor de las ideas de la libertad es lo que vota, regula, legisla y defiende el concierto de nuestro arco político hoy. Sin alternativas, el votante regional aprendió a comportarse de manera pasiva, con la sensación de no poder hacer nada para evitar su inconformidad. La base electoral de centro-derecha ha adquirido la resignación de que los representantes que eligen votan regulaciones soviéticas y barbaridades reñidas con la lógica porque les importa un bledo la opinión de quienes los eligen. El sistema electoral es perverso y el sistema cultural los volvió sumisos. ¿Verdad que ahora se entiende más la triste coyuntura de las últimas elecciones?

Se traiciona al votante al aceptar acríticamente cualquier tesis, por imbécil que parezca sólo por no ofender creencias socialmente aceptadas

Let’s face it: la derecha política no tiene capacidad institucional de torcer la cosmogonía socialista, vive a la defensiva y con bastante miedo. Se dedica a fluir por lo políticamente correcto sin sacar las patas del plato, y así maximizar las opciones de permanencia en el poder. Oponerse implica elevados costos y lo que prima es el corto plazo. A falta de narrativa propia y a razón de asumir, por tracto abreviado, los valores del constructo que llamamos progresismo; se ha limitado a ir adaptándose sin la pulsión aventurera de ver qué subyacía en el alma de sus eventuales votantes, sin un ánimo conquistador y sin hambre.

Difícilmente haya esperanza política en opciones que consideran que la lucha por la libertad puede ser supeditada al objetivo supremo de la uniformidad lograda mediante la ingeniería social. Se traiciona al votante al aceptar acríticamente cualquier tesis, por imbécil que parezca sólo por no ofender creencias socialmente aceptadas. El consenso que se logra así, por la fuerza, no es un valor en sí mismo. Tampoco puede ser liberal ni de derecha una opción política que crea que el problema de esta región, su pertinaz estancamiento moral y económico, es un temita de gestión, es no entender nada (Chile y su coyuntura desmontan esta premisa).

Las supuestas opciones de “derechas” que venían a terminar con el Socialismo del Siglo XXI se han jactado de ser más socialistas que sus homólogos de izquierda

El ovejismo político, la falta de conciencia crítica y la infantilización social, que conforman estos armados políticos: ¿son el huevo o la gallina de los fracasos de gobiernos ineptos? Estas alternativas políticas nacen de una sociedad que ha permitido, en su abulia, que la engañen. Las supuestas opciones de “derechas” que venían a terminar con el Socialismo del Siglo XXI se han jactado de ser más socialistas que sus homólogos de izquierda y no existen en la región opciones que discutan el mecanismo donde el voto se entrega a cambio de la promesa de un Estado de Bienestar (que cada vez es más costoso e ineficiente).

Entendamos lo siguiente: la izquierda no sabe perder, no se agacha, sólo toma impulso. El contrapeso que debió crecer con los recambios políticos de derecha, dejó pasar la oportunidad cuando la izquierda estaba en retroceso. Las acciones judiciales en las que Argentina o Bolivia depositaban la confianza del republicanismo sólo podrían resarcir en diferido, pero la no existencia de un poder judicial verdaderamente independiente, hace que las causas relacionadas con la política no sirvan para subsanar los males de fondo. Las garantías debían funcionar de manera automática cuando se produce el abuso de poder, no pasó. Todos los mecanismos de contrapeso estaban rotos.

Entre el espíritu intelectual de una época y su engranaje político existe una conexión pero ni es lineal ni es sólida. Podemos entender la sociedad, la política, la cultura, como un todo dinámico en el que el hombre es un bicho receptivo y adaptable. Pero pifiamos el diagnóstico si creemos que existe un determinismo en la historia y que la sociedad, mediante la ingeniería, es transformable. El problema surge cuando las opciones de derecha olvidan esta premisa, atizando una polarización gracias a la que sus votantes están dispuestos a tragar cualquier porquería vencida si la ofrece el político adecuado. Esto es tan persistente en la región que debería hacernos reflexionar sobre la existencia de una anomalía que trasciende personajes. ¿Hay futuro para la derecha en la región? No de esta forma. No bajo esta agenda, no con esta complacencia que condena a todos a vivir esta pesadilla socialdemócrata. Para eso estaba sembrado en nuestra cultura un caldo de décadas de una Sudamérica acostumbrada a renunciar a la libertad.

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