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Alejandro Chafuen recuerda al gran economista liberal argentino

Juan Carlos Cachanosky: Educando en la Verdad para la Libertad

El economista argentino Juan Carlos Cachanosky (1953-2015)

Este año perdí varios compañeros de ruta que pasaron su vida enseñando la buena economía. [De esa que seguro que les gusta a los lectores de La Gaceta]. Deepak Lal (1940-2020), Valeriano García (1938-2020), Armando P. Ribas (1932-2020), Antonio Margariti (1930-2020) y Walter E. Williams (1936-2020), entre ellos. Pero hace 5 años falleció Juan Carlos Cachanosky (1953-2015) otro gran educador con el que compartí una década durante mi época de estudiante y joven profesor (1972-1985) en Argentina. Su labor educadora tradicional tocó Argentina, Brasil y Guatemala. Pero en sus últimos años, siendo un pionero de la educación en línea, las enseñanzas de Cachanosky llegaron a todo el mundo a través de un Master en Política Económica que organizaba a través del Swiss Management Center y la empresa educacional que fundó CMT-Group.

Conocí a Juan Carlos Cachanosky por primera vez en 1973-4 cuando llegué a ese especial primer año en la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Fue una promoción donde creo que no llegábamos a 20 alumnos, tardé muy poco tiempo para descubrir que, al menos en el campo económico, tenía un alma gemela en Juan Carlos. Creo que los dos leímos el libro de Alberto Benegas Lynch (h), que tenían el título tan tímido de “Ensayo Acerca de la Superioridad del Sistema Liberal” que era su tesis presentada en la Universidad Argentina de la Empresa.

La mejor prueba de su valioso legado es ver como la familia de Juan Carlos siguió en su mismo camino

Teníamos varias mujeres brillantes en la clase. Para mí, tres de ellas eran dignas de una novela de Ayn Rand: Ana María Vartalitis, Irene Phillipi, y Patricia Gómez Aguirre. No por su ideología, sino por su mente independiente. Las tres se demoraron un poquito más en hacer su “confesión” de liberales. Sólo sigo en contacto con Irene quien, como yo, también emigró y siguió contribuyendo a la práctica de la política económica en varios países. Otra economista brillante, que luego estudió en Chicago, es Graciela Cairoli. Pero pocos se definían como liberales. No puedo mencionar a todos aquí pero, hoy, aunque parezca increíble, todos los compañeros de curso de Juan Carlos en la UCA somos, con diversos matices, afines a la economía de mercado.

Roberto Cachanosky, reconocido economista en Argentina, anunciando el ganador del premio Juan Carlos Cachanosky al think tank latinoamericano que mejor labor ha realizado en educación económica

No recuerdo a todos los profesores durante ese primer año. Uno de ellos fue Francisco Valsecchi (1907-1992), el tan gentil maestro. De su curso, además de su amabilidad y claridad, recuerdo nuestros debates sobre el móvil de la acción humana. Juan Carlos y yo firmes en el dogma del interés personal;  Valsecchi y sus ayudantes de cátedra defendiendo una visión más cristiana y medio sorprendidos por nuestra postura. También recuerdo que el profesor Valsecchi tenía sus dudas sobre la legitimidad de las tasas de interés, como continuando defendiendo las doctrinas de los escolásticos en contra de la usura. En tiempos de la escolástica tardía, el interés puro, el prestar dinero a interés, era condenado. Me imagino que ahora Valsecchi, desde el cielo, con la tasas ex-ante de interés negativas que existen en muchos países, nos estaría diciendo “han visto, quizás tenía razón yo.”

Desde el punto de vista político, eran años turbulentos en Argentina. El centro de estudiantes de economía tenía un liderazgo izquierdista. El socialismo en esos tiempos era muy ameno a métodos violentos. Cuando estábamos en primer año un alumno de segundo, Marcos Victorica y Urquiza, nos convocó para hablar en un bar en una esquina de la calle Florida, la emblemática calle peatonal de Buenos Aires. Nos dijo que iba a competir en las elecciones por el centro de estudiantes, y que en esos tiempos de crisis, aún los no políticos, como Juan Carlos y yo, teníamos que involucrarnos en política universitaria. Le dimos nuestro apoyo a Marcos. El plan era que a cambio de apoyo, al año siguiente, Juan Carlos y yo competiríamos para sucederlo. Y ganamos la elección! Juan Carlos como presidente y yo como vice. No hicimos mucho durante ese año pero al menos evitamos males y traer invitados de izquierda. Ser anfitriones de liberales en ese tiempo era complicado. Una vez invitamos al Dr. Ramón Díaz (1926-2017), de Uruguay, con una impecable trayectoria en el campo de la política económica, y un católico comprometido, pero tuvimos que hacerlo entrar “por la puerta de atrás” y no publicitar mucho. Ramón, un abogado de profesión y “chicagüense” en economía, llegó a ser presidente de la Mont Pelerin Society. En un tiempo, para los liberales eso era más honor que ser presidente del Banco Central, puesto que también ocupó Ramón.  

En un intercambio, Juan Carlos dijo, referiéndose a Guadagni: “hay dos clases de economistas… los austríacos y los equivocados”

Entre los libros que los profesores de esos primeros años de ese tiempo nos hacían leer estaban “Las Venas Abiertas de America Latína” de Eduardo Galeano, y la “La Introducción a la Economía: Un Enfoque Estructuralista” de Antonio Barros de Castro y Carlos Francisco Lessa. No nos daban esos libros para criticarlos sino, supuestamente, para educarnos. 

Juan Carlos Cachanosky en un evento en Londres en 1994

Durante esos primeros años, la “batalla” que más me quedó grabada, fueron las clases, y los exámenes con Enrique Folcini (1936-2010). Dictaba Macroeconomía. Tanto él como sus profesores asistentes estaban muy convencidos de las bondades de las enseñanzas keynesianas que eran las preponderantes en casi todas las materias. El examen del primer semestre de la cátedra de macroeconomía incluía una pregunta sobre el multiplicador keynesiano. Esa teoría trata de demostrar que todo gasto público, aunque aparentemente superfluo, genera toda una cadena de gastos subsiguientes, que alientan la economía. Luego de contestar en mi examen lo que decía nuestro libro de texto, no tuve mejor idea que la de incluir también como respuesta, la famosa paradoja de la ventana rota de Federico Bastiat. Folcini no era “peronista.” Y yo asumí equivocadamente que ergo, no era keynesiano. . .  Para mi sorpresa, y horror, por más que expliqué la teoría del multiplicador keynesiana correctamente, me pusieron esa respuesta como equivocada, y la peor nota sin aplazo, 4 de 10. No era aceptable ir contra el profesor “eso es para doctorados” [sic]. Fue tal mi enojo que le dije a mi padre que quería dejar la Universidad Católica y pasarme la Universidad de Buenos Aires, la UBA. Mi padre me dijo que no. Que había hecho mucho esfuerzo para mandarme al mejor colegio privado y que aguantara. La UBA en ese momento era una universidad “nacional y popular” tomada por lo peor de la izquierda. Me quedé en la UCA y, a partir de ese entonces, en la mayoría de las materias, me dediqué a repetir sólo la “doctrina oficial.” 

Como el apellido de Juan Carlos venía justo delante del mío, Cachanosky, él siempre le llevo la delantera a Chafuen

Al final del curso, luego del examen escrito, venía un examen final oral. En esos tiempos los alumnos podíamos estar presentes durante los exámenes de nuestros compañeros de clase. Durante el año parte de los requisitos para aprobar la materia era el de escribir un trabajo de investigación en el área de macroeconomía. Juan Carlos escribió un ensayo de como Keynes nunca había realmente refutado la “ley de Say.” Esta ley señalaba que la oferta crearía su propia demanda. Como el apellido de Juan Carlos venía justo delante del mío, Cachanosky, él siempre le llevo la delantera a Chafuen. Juan Carlos fue llamado el frente, y la primera pregunta que le hace Folcini es “hábleme de Keynes y la ley de Say.” Juan Carlos sin titubear responde: “Keynes refuto completamente la ley de Say.” Si mal no recuerdo, se sacó la mejor nota. Luego lo seguí yo. ¿Pueden crear que me hicieron la misma pregunta? “Hábleme de Keynes y de la ley de Say.” Y sí. Chafuen respondió, en contra de lo que creía, que Keynes había refutado a Say.

El economista neoclásico ingles William Harold Hutt con su mujer y Juan Carlos Cachanosky

Este ejemplo de pragmatismo de Juan Carlos no tuvo que ser repetido, aunque parezca paradójico, en otra cátedra, la de “Doctrina Social de la Iglesia.” El profesor de esa materia era Carmelo Palumbo. Tanto Juan Carlos como yo éramos agnósticos pero estudiamos la materia con mucha responsabilidad. No recuerdo cual fue su tesis, que era uno de los requisitos para la materia. Mi tesis fue la de mostrar que la doctrina social de la Iglesia tenía que hacer más y mejores esfuerzos para distinguir entre derechos humanos fundamentales, como el derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada, y los “derechos humanos” que dependen de las circunstancias, como el derecho a la vivienda digna, la salud o de un salario mínimo. Pese a nuestra postura crítica, el profesor Palumbo nos dio un 10, la mejor nota. El dogmatismo de lo políticamente correcto en lo secular, como el keynesianismo, puedo ser más intolerante que la misma “Iglesia.” En algunas otras materias, Juan Carlos se encargaba siempre de mostrar el lado “austríaco” del análisis económico. A nuestro único profesor “chicagüense” Juan Carlos una vez en examen le respondió que “Milton Friedman se había confundido con sus matemáticas.” 

En ESEADE, Juan Carlos siguió perfeccionando sus conocimientos, que ya eran casi enciclopédicos, sobre la economía austriaca

Como Juan Carlos, que yo sepa, nunca incursionó fuertemente en la política, no tenía que buscar compromisos. En otra ocasión memorable, que plantó muchas buenas semillas, Rogelio Pontón (otro gran educador) nos invitó a un seminario sobre economía Austríaca, en la Universidad Nacional de Rosario. En nuestra sesión éramos tres austríacos y Alieto Guadagni, un economista consultor de prestigio, que parecía que en esos años había moderado su keynesianismo. Pero el cuarto en el panel era el Dr. Benegas Lynch (h). En el descanso, viendo que pensábamos parecido, incluso con Guadagni, que entre los liberales dijimos (no sé quién fue el instigador) “los alumnos se van a aburrir, ¿porque no buscamos alguna discrepancia fuerte?.” Paso seguido, en un intercambio, Juan Carlos dijo, referiéndose a Guadagni: “hay dos clases de economistas, . . . los austríacos y los equivocados”. El murmullo en el teatro de la universidad fue mayor, y Guadagni amenazó con irse de la sesión. 

Después de graduarme de la UCA, me fui un año al Grove City College (US), a estudiar con Hans F. Sennholz (1922-2007), un discípulo de Ludwig von Mises (1871-1973). Cuando volví nos volvimos a juntar con Juan Carlos. Fue durante esos años personalmente tan productivos. Eran los inicios de la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas, ESEADE. Esta escuela de posgrado fue fundada por Alberto Benegas Lynch (h). Gracias a su liderazgo Juan Carlos y yo, además de ser nombrados profesores asistentes, fuimos incorporados al departamento de investigación. El Dr. Benegas Lynch nos daba mucha libertad para elegir nuestra agenda. Juan Carlos siguió perfeccionando sus conocimientos, que ya eran casi enciclopédicos, sobre la economía austriaca. Inspirado en lo que aprendí del Profesor Oreste Popescu (1913-2003), quizás el profesor de la UCA que más influyó en mí, yo seguí estudiando la escolástica tardía y su influencia en la economía de libre mercado.

Como Juan Carlos, tenemos que siempre tener en mente la verdad. Esa verdad que es esencial para educar en libertad y la que le motivó hasta el último segundo de su vida

Juan Carlos y yo también acompañamos al doctor Benegas Lynch como profesores asistentes en su cátedra de política económica en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. También los dos tuvimos el privilegio de pasar por Grove City College, en Pennsylvania, y recibir doctorados bajo Sennholz, y también nuestro peregrinaje nos llevó por la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala. Yo seguí más conectado con Grove City College y Juan Carlos, durante su vida, con la “Marro.” Como no coincidí con él durante esos años en Guatemala, dejo a otros narrar sus experiencias de esa etapa de su vida académica.

Tuve el privilegio de compartir también parte de uno de sus últimos esfuerzos académicos: el programa de masters on-line que él creó. Por dos años, hasta su muerte, fui profesor de justicia, ética y economía. Por esas coincidencias, le envié un correo electrónico a Alejandra Cachanosky, su hija, casi al exacto momento en que Juan Carlos fue llamado a otro mundo.

Tengo mucho para contar sobre Juan Carlos, en varios temas no pensábamos parecido. Especialmente desde que volví a la religión de mi bautismo. Pero siempre compartimos esa pasión por entender y enseñar la verdadera ciencia económica. La mejor prueba de su valioso legado es ver como la familia de Juan Carlos siguió en su mismo camino. Desde su esposa Beatríz a sus hijos Nicolás, Iván y Alejandra. Nicolás es hoy profesor en Estados Unidos y es miembro del directorio de la Mont Pelerin Society. ¿Qué más podemos decir del legado de Juan Carlos? Mientras que Juan Carlos se enfocó más en la teoría, su hermano Roberto, uno de los economistas más prestigiosos de Argentina, y al que admiro grandemente, se dedicó a estudiar la coyuntura económica, esa bendita coyuntura en que todos los seres humanos tenemos que vivir y construir. Pero en donde, como Juan Carlos, tenemos que siempre tener en mente la verdad. Esa verdad que es esencial para educar en libertad y la que motivó a Juan Carlos hasta el último segundo de su vida.

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Alejandro Chafuen es el director del Acton Institute y fundador del Hispanic American Center of Economic Research. Hasta 2018 fue presidente de la Red Atlas.

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