«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Con un PP de nuevo hegemónico, la derecha española está perdida

De Fraga a Casado: el partido de los mil errores

“Es muy posible que Manuel Fraga haya basado su carrera política en no hacer lo que se espera de él: ser el gran líder de la derecha, por ejemplo. Fraga no fue Suárez, ni fue Aznar y ni siquiera –ay- pudo ser Arias Navarro. Cometió el error Verstrynge y el error Gallardón. No dijo sí a la OTAN. Se abrazó a Castro y González lo alabó con unas gotas de curare”. “En la épica de la derecha española, el Congreso de Sevilla de 1990 –“centrados en la libertad”- marca el inicio de un viaje al centro como quien parte en busca de la rama de oro (…) De aquel tiempo narran los testigos que Aznar hablaba tan bajo que no se le entendía nada salvo que –jamás- iba a pactar, que nunca iba a ser “la puta” en Madrid de los nacionalistas catalanes”. “Esperanza Aguirre es más mala que dura y más dura que lista (…) Leyó manuales del liberalismo de tendera que a Thatcher le venían como herencia familiar”. “Mariano Rajoy es un temperamento conservador que huye del reaccionariado por la melancólica necesidad de hacer política, por la cautela, por ese pesimismo antropológico que lleva en sí la fatalidad de la Historia”. “Pablo Casado es un político yogurín, rápido y pragmático (…). Es listo, aunque nunca será un intelectual, y entre sus virtudes está no perder ni un nombre, ni un dato, ni un minuto. Alguien que podría penetrar a tu novia ante ti con la compensación de darte la mano”. “La comunicación política del PP está en algún lugar entre el quietismo de Miguel de Molinos, el susurro de los bonzos y la nada brillante de un maestro zen. De lo que se trata es de buscar ese centro cuya presencia solo se define por ausencia. Es algo así como ver caer la lluvia fina”. “En España solo se puede ser conservador una vez que has dejado claro que eres progre”. 

Estos son algunos de los juicios sobre las principales figuras del Partido Popular que aparecen en la obra de Ignacio Peyró, Ya sentarás la cabeza. Hombre moderado, nada complaciente con la derecha militante, buen escritor, acreditado gourmet, anglófilo hasta las cachas, enemigo de la tauromaquia, devoto del escritor mallorquín Valentí Puig, a Peyró se le atribuye la redacción de algunos de los discursos de Mariano Rajoy Brey. Se trata, por tanto, de un hombre que conoce a la perfección los entresijos, la mentalidad y la estructura del Partido Popular. En su libro, percibimos una realidad que ya conocíamos o que sospechábamos intuitivamente. 

Fraga acabó su carrera política en sus tierras gallegas, realizando una política que abrió los cauces al nacionalismo (…). Sin embargo, poseía una virtud: era inteligente y leído

Y es que el Partido Popular, lo quiera reconocer o no, tiene una profunda y decisiva responsabilidad en la situación de decadencia y crisis en que se encuentra la sociedad española. El retrato que Peyró esboza sobre la figura de Manuel Fraga me parece muy acertado. “Nadie a mi derecha”, tal fue su consigna; y la única que consiguió llevar a cabo con todas sus consecuencias. En lo demás, fracasó de manera palmaria y estrepitosa. Claro que hay que señalar que, en realidad, lo tuvo fácil. A su derecha, tan sólo se encontraba Blas Piñar López, es decir, la antipolítica. Por el “centro”, Adolfo Suárez, fuera del gobierno, era una nulidad, carente de proyecto político, como se demostró en su etapa de dirigente del CDS. Y los distintos grupúsculos liberales, democristianos o conservadores apenas contaban. Sin embargo, Fraga nunca consiguió llegar a la presidencia del gobierno. En realidad, su carrera política quedó truncada en 1976, cuando Adolfo Suárez fue designado para pilotar la Transición. Desde entonces, su figura quedó circunscrita a la etapa del tardofranquismo y, tras la caída de Suárez, no pudo competir con el juvenilismo de un Felipe González. Su función política consistió no sólo en ser el líder de la “leal oposición”, sino en evitar la emergencia de una derecha alternativa. Como señala Peyró, se equivocó en muchas cosas, sobre todo en la elección de Verstrynge –siempre un rojipardo- y de Ruíz Gallardón, quintaesencia del centrismo, como delfines, y en su irracional abstención en el referéndum sobre la OTAN. Con todo, siguió fascinando a un sector de la derecha como antiguo ministro de Franco y su imagen de político duro y autoritario. Acabó su carrera política en sus tierras gallegas, realizando una política que abrió los cauces al nacionalismo e instaurando un coriáceo caciquismo de partido. Sin embargo, Fraga poseía una virtud: era inteligente y leído. Conocía a Aristóteles, Saavedra Fajardo, Burke, Donoso Cortés, Maeztu y Schmitt. Fue el último líder de la derecha con bagaje intelectual. Sus sucesores, como hubiera denunciado el gran metafísico Francisco Suárez en el siglo XVII, han sido más hombres de cartapacios que de libros. 

El proyecto político-cultural de Aznar fue una especie de pastiche, de incoherente amalgama de progresismo inane

En ese sentido, la figura de José María Aznar ha sido profundamente negativa. Su proyecto político-cultural fue una especie de pastiche, de incoherente amalgama de progresismo inane, tópicos políticamente correctos y concesiones a la izquierda cultural. Hizo suyo el diagnóstico de Francis Fukuyama sobre “el fin de la historia” y la eterna hegemonía del liberalismo político y económico; defendió la Monarquía Constitucional y, al mismo tiempo, la figura de Manuel Azaña, seguramente sin haberlo leído; consideró el franquismo como un mero paréntesis en la historia de España; y defendió acríticamente el Estado de las Autonomías. Los proyectos educativos de Esperanza Aguirre ni llegaron a plantearse. Acabó con la Fundación Cánovas del Castillo, sustituyéndola por la inoperante FAES. A pesar de sus promesas, Aznar ejerció a conciencia el papel de meretriz del nacionalismo catalán y vasco en Madrid. El pacto del Majestic fue absolutamente letal. Dejó al Estado con una presencia prácticamente marginal, apenas el 9% de la Administración Pública. Suprimió los gobernadores civiles; transfirió la gestión de los puertos, al igual que la enseñanza y la sanidad a las comunidades autónomas. Suprimió el servicio militar obligatorio, sin ofrecer un servicio cívico alternativo. Y, como guinda, acabó con el PP de Cataluña, cercenando la cabeza de Alejo Vidal-Quadras. En su segunda atapa de gobierno, Aznar se comportó como un político impulsivo, soberbio e imprudente. Es decir, todo lo contrario de un líder conservador, cuya principal virtud, como señalaron Aristóteles y Burke, es la prudencia. No sólo fue incapaz de explicar ante la opinión pública su política hacia Irak, sino que desoyó a los sectores más lúcidos de su partido. El atentado del 11-M de 2004 fue una derrota histórica para PP y de incalculables consecuencias para la sociedad española. 

Bajo el vacilante liderazgo del pesimista Rajoy, el PP fue incapaz de oponerse eficazmente a la ofensiva político-cultural del PSOE: memoria histórica, aborto y políticas de género. En la práctica, las asumió. El PP ganó las elecciones de 2011 por autodestrucción de su adversario; no por méritos propios. Se limitó a esperar. El PP es muy paciente. Y la gestión de Rajoy fue absolutamente negativa, sin paliativos. No sólo no derogó la legislación socialista; la consolidó por décadas. Y, lo que es más importante, fue incapaz de atajar el proceso secesionista en Cataluña. Su caída en 2018 fue la culminación de un vacío estéril. A todo ello hay que añadir su corrupción sistémica. 

A pesar de todo ello, el PP pretende seguir siendo el único representante de la derecha social y política. Para ello sigue contando con el apoyo de las elites económicas y mediáticas. Como hubieran dicho los mauristas, es una derecha ante todo de intereses, no de ideales. En realidad, es un parásito político que se alimenta de los detritus de otras formaciones políticas, como hoy Ciudadanos, en período de hedionda descomposición. No hay duda que apesta. Su actual líder, Pablo Casado Blanco, sigue la linde de Aznar y Rajoy. Su pragmatismo nihilista le lleva a defender una idea y la contraria en función de sus intereses políticos más primarios. Por eso, nunca debería olvidarse el contenido de su discurso del 22 de octubre de 2020 frente a Santiago Abascal, toda una antología de resentimiento personal, conformismo político e intelectual e inanidad proyectiva: puro centrismo. Sin embargo, lo peor no fue eso, porque es inherente al PP; no es un accidente; es su esencia. Lo más humillante fue la actitud condescendiente de la izquierda radical representada por Pablo Iglesias Turrión, alabando el contenido “canovista” de aquel discurso del líder popular. Al ver la escena, me recordó al paternalismo de los blancos sureños respecto a la población negra en Estados Unidos. Casado Blanco se comportó como un auténtico Tío Tom ante la izquierda, sumiso a su hegemonía ideológica y a los nacionalismos periféricos. Su actuación en la campaña electoral en Cataluña fue por el mismo camino: centrismo, sumisión a los nacionalistas y absorción parasitaria de los detritus de otros partidos políticos. Recibió su merecido: tres diputados, aunque uno procedía de los detritus de Ciudadanos y otro de los de Unió Democrática de Catalunya. 

Tras estas estrepitosas derrotas, el PP se ha inventado un nuevo mascarón de proa en la figura de Isabel Díaz Ayuso, como prototipo de “lideresa” conservadora, algo que, hasta hace poco, nadie había sido capaz de percibir. Se trata de un fenómeno análogo al de Esperanza Aguirre. Y es que, al menos en nuestra opinión, Díaz Ayuso es un producto, una creación de la marca PP, de sus hábitos, mentalidades y estrategias. Venderá, como de costumbre, gato por liebre. Bajo ese mascarón de proa, se ocultan, pese a las apariencias, el torvo Pablo Casado Blanco y el tosco Teodoro García Egea. Porque, como ocurrió con Esperanza Aguirre, Díaz Ayuso carece de apoyos y de personalidad para transformar una estructura como la del PP. “Soy de Pablo total” suele decir Díaz Ayuso. Sin duda, lo es. De ahí la actitud suicida de un nutrido sector de la derecha española seducido de nuevo por la ley del menor esfuerzo y por los cantos de sirena de los vendedores de mercancía política averiada. Con un PP de nuevo hegemónico, la derecha española está, en mi opinión, perdida. 

Dixi et salvavi animam meam.

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