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VOX se ha presentado como una derecha de ideales

Isabel Díaz Ayuso, la faz equívoca de la razón cínica

Quizá no haya existido en la reciente historia de España un partido tan estéril como Ciudadanos. En su relativamente corta existencia, no sólo ha carecido de consistencia doctrinal, sino que, con su mera presencia, impidió la cristalización de alternativas políticas más sólidas y creativas. Todavía recuerdo con estupor las negociaciones de PP y VOX en Madrid, Andalucía y Murcia, siempre torpedeadas, en el último minuto, por los dirigentes de Ciudadanos. Le elite naranja tildaba a VOX de “extrema derecha”, mientras ellos eran, en realidad, de “extremo centro”, es decir, la nada, el eclecticismo y la evanescencia.

Como señala el célebre politólogo Julien Freund, la política es una cuestión de decisión y eventualmente de compromiso; y, en ese sentido, el centrismo es una manera de anular, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no sólo al enemigo interior, sino las opiniones divergentes. Por ello, para Freund, el centrismo suele ser el agente latente que, con frecuencia, favorece la génesis y la formación de conflictos violentos. En el fondo, el centrismo viene a representar aquello que el filósofo Peter Sloterdijk denomina “razón cínica”, una actitud difusa, característica de ciertos sectores sociales y de ciertas elites fatigadas, escépticas, la de aquellos que han asumido que, en la posmodernidad, todo ha sido ya desmitificado y que ya no pasa nada; en definitiva, que todo da igual.

Y es que, al carecer de sustantividad propia, y depender de posiciones ajenas, el centrismo se encuentra más cerca de un señuelo electoral que de una alternativa política sólida. De hecho, el centrismo no es más que la consagración del oportunismo político. No es una casualidad que sea, de hecho, la opción preferida por el mundo de los negocios. Es la filosofía política del mercachifle. Considera a la sociedad como una gigantesca Bolsa, un gigantesco mercado, donde todo se compra y se vende. Puede pactar, comprar o vender con cualquiera siempre que reporte beneficios a corto plazo. Es lo que ha intentado, infructuosamente, Inés Arrimadas, tras sus duras derrotas en las elecciones generales y luego en Cataluña. Que buscaba otro socio distinto del PP pudo verse claro cuando pordioseaba un pacto con Pedro Sánchez en los debates sobre los Presupuestos Generales del Estado. Su esperpéntica maniobra en Murcia, cuyo último destino era sin duda Madrid, ha significado su sentencia de muerte política. Por fin, ha recibido lo que merece.

Sin embargo, lo que llama la atención es que un partido político de las características de Ciudadanos, con su evanescencia ideológica, su estrategia errática y su defensa de aberraciones tales como los vientres de alquiler o la eutanasia, pueda haber pasado por ser un partido conservador o de derechas a ojos de un sector de la sociedad española. Recuerdo que en un medio de comunicación tan conservador como Radio Inter, en el programa “Micrófono Abierto”, que dirigía el periodista Rafael Nieto, un oyente, que se autodefinía como franquista, aconsejaba votar por Ciudadanos como respuesta a la inacción de Mariano Rajoy en defensa de la unidad nacional. En gran medida, el partido naranja, a semejanza del PP, vivió de esa imagen distorsionada y ficticia. Como estudioso de la trayectoria histórica de las derechas españolas, combatí en la medida de mis posibilidades esa imagen en libros y artículos periodísticos. Hoy, se ha descubierto su auténtica faz, que ya fue descrita en sus memorias políticas por Xavier Pericay: un partido minoritario dirigido por una oligarquía de cuatro personas sin rumbo fijo. Se asemejaba, en sus dirigentes, a un partido de ficción. Albert Rivera siempre me pareció un remedo patético de Ciudadano Kane, cuyo Rosebud no era otro que la pura y simple voluntad de poder; Ignacio Aguado era una mera imitación de Sheldon Cooper, el insoportable personaje de The Big Bang Theory; e Inés Arrimadas, un aspirante a protagonista de Eva al desnudo, sin éxito, por supuesto. 

Que Ciudadanos pudiese ser concebido como un partido conservador o de derechas fue consecuencia, al menos en mi opinión, de la falta de educación política de la población española en general, y de la conservadora en particular. La derecha española como sector social no aprende, no escarmienta. Quizá sea esa una de sus constantes históricas. Vieja y curtida en el infortunio, la discontinuidad de su cultura que se presenta esporádicamente en individualidades y grupos aislado, se ha convertido en un sector social sin experiencia y sumamente vulnerable a los cantos de sirena de politicastros y vendedores de mercancía política averiada. Deshabituada desde hace muchos años al esfuerzo intelectual profundo, autónomo, en no pocas ocasiones resulta mesianista creyendo en la fuerza de un líder o en la mera efectividad de unas elecciones. 

 La más que previsible desaparición política de Ciudadanos abre, sin duda, nuevas expectativas en el campo político español; y no todas positivas a mi modo de ver. Sin duda, es preciso celebrar la desaparición de un partido ambiguo y distorsionador; lo cual aclara el panorama político. Sin embargo, este hecho puede tener consecuencias muy negativas, porque abre el camino al menos como posibilidad a lo que el Partido Popular denomina “unión del centro derecha” o “casa común del centro derecha desde las bases”. En este proceso, tiene un papel de primer orden la figura de Isabel Díaz Ayuso, convertida por diversas razones en lo que podríamos denominar la faz equívoca de la razón cínica.

La imagen de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid ha sido creada, en gran medida, por la izquierda mediática y política. Una izquierda, dicho sea de paso, la plus bête no ya de Europa, sino del mundo.  Si Martínez Almeida es “Carapolla”, Díaz Ayuso es “Ida”, poco menos que una tarada. La ofensiva ha sido tan brutal y desproporcionada que convirtió a Díaz Ayuso en una nueva “lideresa”, como ocurrió otrora con Esperanza Aguirre. Gracias a las periódicas ofensivas de las izquierdas, Aguirre se adquirió una dimensión carismática en el PP frente a la dejadez de un Mariano Rajoy o a la ambigüedad sinuosa de Ruiz Gallardón. Sin embargo, nada más incierto. Aguirre encarnaba la “razón cínica” tanto como sus antagonistas en el PP. Cuando intentó plantar cara a Rajoy, en vísperas del célebre Congreso de Valencia de 2008, la “lideresa” pronunció un discurso en el que reprochaba a su partido haberse opuesto a las leyes de memoria histórica y de matrimonios homosexuales, convirtiéndose así en un “nasty party”. Lo cual demostraba cuán tributaria era de los planteamientos ideológicos de las izquierdas. Y es que, en última instancia, la lucha política se gana en el entendimiento del enemigo.

Finalmente, Aguirre no se presentó a la disputa por el liderazgo en el PP. En realidad, hubiera dado lo mismo. Como en el caso de Rajoy, su horizonte no pasaba del centrismo puro y duro. Por aquellas fechas, el gran hispanista Stanley Payne afirmó en una entrevista que la derecha en España había desaparecido como doctrina política; y que sólo quedaba lo que denominaba “no-izquierda”. Con Díez Ayuso ocurre lo mismo; la historia se repite como farsa. Los medios de comunicación conservadores han cerrado filas en torno a su figura. Y, lo que es aún peor, en radios y televisiones se oyen testimonios y opiniones tan alarmantes como: “Yo juré no volver a votar al PP y soy de VOX, pero por esta vez votaré a Díaz Ayuso”; o “Los de VOX estamos con Díaz Ayuso”.

Una vez más, nos encontramos ante el fenómeno de un claro déficit de cultura política conservadora. Y demuestra igualmente la ausencia de memoria. Parece como si nadie recordase ya el contenido del discurso de su jefe político, Pablo Casado Blanco, durante la moción de censura contra Pedro Sánchez, lleno de injurias y desprecio hacia VOX como partido político. Ese discurso fue la quintaesencia del centrismo y de la esterilizadora “razón cínica” característicos del PP; y una auténtica declaración de guerra a VOX. 

Según se desprende de sus declaraciones, Díaz Ayuso aspira naturalmente a la mayoría absoluta a expensas de los restos de Ciudadanos, pero igualmente de votantes de VOX. Lo cual supone un serio reto para el partido verde. Su éxito casi milagroso en Cataluña superando con creces al débil PP y a Ciudadanos supuso una clara derrota de Pablo Casado, cuyo discurso anti-VOX quedó plenamente desacreditado y derrotado en la práctica. A ello se unió su admirable ascenso de la nada a 52 diputados en el Congreso; y su progresiva influencia en diversos sectores de la sociedad española. A diferencia del PP, VOX se ha presentado, según hubieran dicho los mauristas, como una derecha de ideales y no de meros intereses materiales. Ha puesto de relieve paradigmáticamente las contradicciones permanentes del PP, su miseria política y moral. Sin complejos, ha denunciado las disfunciones y patologías del Estado de las autonomías, al igual que los peligros del eurofundamentalismo superficial y acrítico dominante todavía en amplios sectores de la sociedad española. Y, sobre todo, se ha enfrentado con todas sus consecuencias a la omnipresente hegemonía ideológica de las izquierdas, sobre todo al feminismo radical y las leyes de memoria histórica. El hecho era insólito: asistimos a una auténtica reforma intelectual y moral.

Sin embargo, esta ascendente trayectoria corre peligro de un impasse en Madrid. Y es que, incluso entre los votantes de VOX, persiste aún al parecer ese talante conformista que tanto ha sabido explotar el PP en su propio beneficio, el “voto útil” que luego en la vida cotidiana resultaba perfectamente inútil. De ahí su extraña adhesión a la equívoca figura de Díaz Ayuso. Les basta con su permanente choque con las izquierdas. Olvidan y/o desconocen que la presidenta de la Comunidad de Madrid es una pieza más en el engranaje del PP, y que fue designada por el propio Pablo Casado, aunque ahora diga en pleno giro centrista,no comulgar con algunos de sus supuestos. El PP es una auténtica estructura política que, siguiendo a Fernand Braudel y Claude Lévi-Strauss, podríamos denominar de “larga duración”. Ha cristalizado en una serie de hábitos y en unas mentalidades de los que resulta prácticamente salir al conjunto de sus militantes; imprime carácter. Díaz Ayuso es una criatura del PP, plenamente inserta en sus hábitos y prácticas político-sociales. Puede mostrarse más conservadora que otros dirigentes de su partido, pero no irá más allá de los límites trazados por Pablo Casado y su entorno. Esto es algo que, a la hora de actuar políticamente, nunca debería olvidarse. Votar a Díaz Ayuso es, hoy por hoy, votar a Pablo Casado, es decir, centrismo y “razón cínica”.  

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