«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Del triunfo efímero al fracaso sin paliativos

La ‘eficacia’ socialista en Argentina o la ‘cuareterna’ del presidente Fernández

Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidente de Argetina, y a su derecha, el presidente, Alberto Fernández (Juan Mabromata/Pool via REUTERS)

El 20 de marzo de 2020, la Argentina entró en cuarentena, cinco días después de suspender las clases en los colegios y de cerrar las fronteras para no residentes. En los meses anteriores el gobierno del presidente Alberto Fernández había reaccionado torpemente frente a la crisis sanitaria. El ministro de Salud, Ginés González García, mientras la situación escalaba en Europa ([1] y [2]) y la información al respecto circulaba por el mundo [3], minimizaba el asunto ([4], [5] y [6]) y tomaba una serie de medidas tardías y de efectos casi cosméticos: al principio sólo se hacía firmar a los viajeros que llegaban a Ezeiza (el único aeropuerto que recibe vuelos internacionales regulares) una declaración manifestando que no tenían fiebre ni otros síntomas de coronavirus; bastante tarde se empezó a tomarles la temperatura; los hisopados tardaron meses… pero llegaba el momento de “tomar el toro por las astas”.

Con un discurso de tono firme, Fernández anunció que por el decreto de necesidad y urgencia Nº 297/2020 establecía el aislamiento social preventivo y obligatorio hasta el 31 del mismo mes [7].

Si bien la idea inicial era establecer un confinamiento más o menos breve, intentando no dañar la economía, con el fin de ralentizar el ritmo de contagios mientras el sistema de salud público y privado se preparaba para afrontar la pandemia, la realidad se mostró más complicada.

Después de varios vuelos especiales de Aerolíneas Argentinas a la China, presentados épicamente [8] por el kirchnerismo como una especie de gesta patriótica [9], en los que los aviones que volverían repletos de respiradores y tests de distinto tipo llegaban cargados de mascarillas de mala calidad y, más tarde, de tests que no funcionaban [10], la dirigencia política comenzó a adaptar el discurso: ya no se trataba de preparar el sistema de salud, sino de mantener el confinamiento hasta que llegara el “pico” de casos de la pandemia.

[Fernández], ebrio de triunfo ante los sondeos de opinión en los que su imagen positiva saltaba desde alrededor del 40% a casi un 70% gracias al protagonismo adquirido al encerrar al país por decreto

Sobre el tristemente célebre “pico” corrieron ríos de tinta y se hicieron vaticinios sin número. Primero llegaría en abril [11], después durante la primera quincena de mayo [12], más tarde decidió esperar a la segunda [13], se pronosticó para junio [14]… después el “pico” dejó de ser el tema central y el confinamiento se convirtió en un método de prevención impuesto como única posibilidad mientras los contagios no empezaran a descender: luego vendría la nueva normalidad en la que los científicos o algún críptico grupo de notables nos enseñarían a vivir hasta que llegara la deseada vacuna.

Alberto Fernández, profesor universitario de derecho penal, había anunciado en los albores de su gestión que, frente al fracaso del Gobierno de los CEO (como el kirchnerismo calificaba al gobierno de Macri) él ]formaría uno de científicos [15].

Con el correr de los meses, cuando ante el hartazgo popular por el encierro […] la imagen presidencial comenzaba a declinar, los expertos se apartaron […] y dejaron a los políticos cargar con el costo de sus decisiones

Ebrio de triunfo ante los sondeos de opinión en los que su imagen positiva saltaba desde alrededor del 40% a casi un 70% gracias al protagonismo adquirido al encerrar al país por decreto, ni lerdo ni perezoso constituyó un comité de expertos que lo asesorarían en el manejo de la pandemia. Llevó en ese grupo la voz cantante el doctor Pedro Cahn, creador y director científico de la Fundación Huésped (financiada por la International Planned Parenthood Federation), que había adquirido especial notoriedad como impulsor del aborto en el debate legislativo de 2018 [17].

Sin embargo, con el correr de los meses, cuando ante el hartazgo popular por el encierro y la monstruosa crisis económica la imagen presidencial comenzaba a declinar, los expertos se apartaron prudentemente de las cámaras y dejaron a los políticos cargar con el costo de sus decisiones.

El presidente manifestó que entre salud y economía elegía la salud, pero aclaró que tenía un plan para enfrentar la caída de 5 o 6 puntos que esperaba en el PIB [18].

El profesor Fernández quiso enseñar al mundo como se detenía una epidemia, pero su receta no parece dar los resultados que esperaba.

La Argentina […] tiene una tasa de 76,83 muertos cada 100.000 habitantes, que la ubican como el sexto país con más fallecidos en relación a su población

El confinamiento impuesto por el gobierno kirchnerista regía originalmente hasta el 31 de marzo, pero se fue prorrogando (más allá de los cambios de nombre): primero hasta el 12 de abril, posteriormente hasta el 26, más adelante hasta el 10 de mayo, luego hasta el 24, después hasta el 7 de junio, luego hasta el 28, más tarde hasta el 17 de julio, luego hasta el 2 de agosto, hasta el 16 y hasta el 30, posteriormente hasta el 20 de septiembre, después hasta el 11 de octubre, luego hasta el 25, más tarde hasta el 8 de noviembre y, por el momento, hasta el 29 de noviembre. En esa fecha la Argentina cumplirá 254 días de cuarentena, u 8 meses y 9 días, y el 10 de noviembre llegó a los 34.531 muertos con coronavirus.

La Argentina, con una población mucho menos envejecida que los países europeos, tiene una tasa de 76,83 muertos cada 100.000 habitantes, que la ubican como el sexto país con más fallecidos en relación a su población [19].

A pesar de la prohibición de los despidos, alrededor de cuatro millones de argentinos perdieron sus empleos a lo largo de lo que se llama ya humorísticamente la cuareterna

La realidad es que el único efecto de un confinamiento tan largo ha sido destruir lo que quedaba de actividad económica. El grueso de la población fue llevado al agotamiento y dejó el encierro en tal medida que las fuerzas del orden abandonaron un control que resultaba imposible. Las industrias, comercios y demás empresas, sin embargo, permanecen cerradas o funcionando a menos de la mitad de su capacidad (cuando todavía no quebraron). El Banco Mundial estima la caída del PIB argentino en un 12,3% para 2020, mucho más allá de lo que preveía el presidente. Verdad es que Fernández se desdijo de su planteo inicial y reconoció no tener ningún plan económico, aclarando que en su opinión los planes no servían para nada [20]. Para más datos, a pesar de la prohibición de los despidos, alrededor de cuatro millones de argentinos perdieron sus empleos a lo largo de lo que se llama ya humorísticamente la cuareterna [21].

Según el gobierno kirchnerista todos estos males son consecuencias directas de la pandemia y no de las medidas adoptadas, sin embargo, no puede explicar por qué maldición la Argentina sufre la contracción económica más grande de la región [22] mientras el número de muertes parece fuera de control.

Los gobiernos europeos deberían estudiar con seriedad el “ejemplo” argentino para evitar cometer los mismos errores.

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Santiago Muzio es el director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

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