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EVITAR LA CAÍDA DE ESTOS DOS PAÍSES EN 2022 ES EL RETO PRINCIPAL

La Iberosfera, ante la amenaza de las garras de la izquierda sobre Colombia y Brasil

Lula da Silva. Reuters

La crisis política y social de Hispanoamérica entre 2020 y 2021 no puede entenderse sin la «brisa bolivariana» que sopló desafiante desde finales de 2019.

No pudimos prevenir el covid-19 y la crisis sanitaria que trajo consigo porque no hay herramienta humana que nos permita adivinar el futuro incierto; sin embargo, la amenaza que Diosdado Cabello hizo a la región desde Venezuela, bastante evidente, no encontró oídos, tampoco memoria. Todo lo contrario, la amenaza bolivariana, como un tumor a flor de piel, no llamó la atención de ninguna fuerza democrática, y fue apenas una anécdota para alimentar memes y tuits. Grave equivocación.

Uno a uno, los países de la Iberoesfera han caído en garras de la izquierda, que ha sabido aplicar diferentes matices dependiendo del país que le tocó arruinar: desde los neomarxismos “progresistas”, cuyos eslóganes se sostienen en las agendas feministas, LGTB y ambientalismo, hasta los marxismos indigenistas más ortodoxos, cargados de revancha y odio hacia Occidente.

¿Qué le depara el 2022 a Hispanoamérica? Con la caída de Perú y Chile en manos de Castillo y Boric, pronto Colombia podría sumarse al triste espectáculo de tener un impresentable como Petro en la presidencia, rodeado de subversivos, agitadores y dependientes del presupuesto público. «Presupuestívoros» es el neologismo con el que ha bautizado el periodista peruano Aldo Mariátegui a estos parásitos rojos. Aunque también los hay de color morado y verde.

Si bien no hablan la lengua de Cervantes, el gigantesco Brasil -prácticamente un país-continente dentro de Sudamérica- no puede perderse de vista, pues no solo es una de las economías más importantes de la región, es también un bastión de la derecha conservadora desde que Jair Bolsonaro ganó las elecciones. Y a pesar de la ofensiva de la izquierda pro Lula, la movilización de las bases de Bolsonaro ha impedido que le hagan un golpe desde las Cortes, el parlamento o la calle. Esto no significa que la tenga fácil en su reelección, pues el condenado Da Silva, aunque ha sido limpiado por un Tribunal Supremo cómplice, le pisa los talones y bien podría regresar al poder y cobrar venganza, una que no solo quedaría contenida en las fronteras brasileñas, sino que se extendería, como ocurrió antaño de la mano de la corrupta Odebrecht, a todo el continente.

A las fuerzas democráticas que no piensan ceder a la tiranía, y tampoco a sus aliados de turno, los liberales que adoptan la agenda de la izquierda para mendigar votos entre estudiantes y activistas, no les queda otra que seguir resistiendo los embates del enemigo, pero de una vez por toda planificar una ofensiva que les otorgue ventaja en esta guerra que no solo es cultural, es sobre todo política, y por la agresividad de los agentes subversivos, incluso militar.

Hispanoamérica está bajo ataque desde que sus élites (¿podemos llamarlas como tal?), cegadas por su determinismo económico y su desprecio por las ciencias sociales -que regalaron a la izquierda-, se durmieron cómodamente en sus laureles, pensando que, por haber reducido los índices de pobreza, habían convertido sus países en paraísos sostenibles. Las clases medias sin margen de ahorro, patrimonio, educación y pensiones, son solo emergentes con capacidad de endeudamiento a través de créditos. Y llegó la crisis por el covid y el espejismo se esfumó.

A la derecha hispanoamericana le falta quitarse de encima el mote de que son portavoces de los grandes capitales extranjeros y la banca internacional, etiquetas que espantan a las clases populares, que sobreviven día a día con trabajos informales y mal remunerados.

La lección que nos transmite la derecha que triunfa en Europa del este -y que también gana adeptos en España, Francia e Italia- es que no solo importa la economía y el libre mercado en el discurso, también la defensa de la Patria y la familia, de nuestras instituciones civiles y militares, la conservación y respeto de las tradiciones populares. Hispanoamérica requiere una dosis de realidad nacional, de autoconocimiento y autoestima.

Un buen gobierno urge de conocer la realidad, y solo hasta que las propuestas de derecha hispanoamericanas -las auténticas- pisen tierra y conozcan la realidad de sus países, y sobre todo el potencial que tienen estos unidos en una sola comunidad para hacerle frente a los intereses y abusos de foráneos, no habrá salida para el drama que atravesamos todos. Que el 2022 depare para la Iberosfera un de año trabajo arduo y logros para celebrar a ambos lados del Atlántico.

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