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Pide instituir una nueva agencia regulatoria

La ‘informante’ de Facebook pide al Senado de EEUU que obligue a las redes a censurar más

Logo de Facebook. Reuters

En otro tiempo, incluso hace solo unos pocos años, a Facebook le hubiera salido probablemente bien el truco. Pero estamos ya todos curados de espanto, y la red social ha forzado en exceso la credulidad pública con su última ‘psyop’, más digna de la CIA que de una empresa privada. Nos referimos, claro, al ‘sensacional’ caso de la informante que llevaba un tiempo filtrando supuestos trapos sucios del chiringuito de Zuckerberg y que acaba de revelar su identidad.

Los medios convencionales están aupando a Frances Haugen a la condición de heroína digna de una estatua. Esta antigua directora de producto de Facebook se ha ganado universalmente el codiciado título de ‘whistleblower’ (el informante que, desde dentro, revela un escándalo en una institución) por haber filtrado documentos internos de la empresa al Wall Street Journal en los que se discuten los supuestos daños que están causando Facebook y sus plataformas asociadas.

Ahora, Facebook ‘et al.’ están, ciertamente, causando graves perjuicios de los que se ha debatido extensamente, influyendo crucialmente en los procesos electorales, condicionando estados de opinión y censurando con la mirada estricta de la Srta Rottenmeier y los poderes de un Stalin por lo privado todas las informaciones inconvenientes para el pensamiento único. ¿Cómo no aplaudir a quien, desde dentro, pone a la empresa como no digan dueñas?

Pues porque Haugen, prototipo al milímetro de activista ‘woke’, no reprocha a su antigua empresa nada de lo que hemos expuesto, sino más bien todo lo contrario: debería censurar muchísimo más y ser todavía más enloquecidamente progresista.

Frances Haugen testificó el pasado martes ante el Comité de Comercio del Senado y les dijo a los senadores que deberían instituir una nueva agencia regulatoria para proteger al público contra los efectos dañinos de las redes sociales, y que debería estar dirigida por alguien como, no sé, la propia Haugen.

En el universo de Haugen, la red social es una amenaza para el mundo porque permite que perviva la desinformación, fomenta en las niñas neurosis relativas a su autoimagen corporal a través de Instagram (imaginamos que Vogue o Elle les han reafirmado psicológicamente hasta la fecha), promueve el contenido político ‘divisivo’ y amarillista (nada que ver con los medios convencionales) y, sobre todo, se niega a censurar lo suficiente informaciones y opiniones que se oponen a la verdad revelada por el poder ‘woke’. Conclusión: hay que obligar a Facebook y, ya de paso, a todas las redes sociales con presencia en Estados Unidos a censurar mucho más los contenidos de sus usuarios y controlar sus comunicaciones públicas. Esto viene a ser para Facebook como para un banco que le digan que ya está bien de cobrar comisiones tan míseras e intereses tan bajos. No exactamente un mensaje que odien escuchar.

Lo enloquecedor de todo el asunto es que la diatriba de Haugen, que los poderes públicos han acogido como acogieron las regañinas de Greta Thunberg, coincide con el cénit de la censura en las redes. Casi cada día de estos últimos años nos enteramos de un nuevo canal que desaparece de Youtube, de un usuario expulsado para siempre de Twitter (como el anterior presidente, Donald Trump), de una información que borra automáticamente Facebook. Las redes sociales, en manos de un puñado de grupos que se cuentan con los dedos de una mano, deciden qué informaciones son falsas y cuáles verdaderas tanto como qué opiniones se pueden expresar y cuáles no, ahogando cualquier conato de debate. Que esos criterios no corresponden siempre a la verdad exhaustivamente comprobada se comprueba con algunas de las ridículas prohibiciones que se han visto obligadas a levantar, como la que pesaba sobre las teorías -hoy cerca de la línea oficial- del origen artificial del SARS-COV2.

Es la excusa perfecta. Los políticos pueden señalar a la ‘heróica’ Haugen para justificar sus medidas de férreo control sobre nuestras mentes, fingiendo que ceden a un clamor en la industria; Facebook y sus alegres conmilitones siguen ejerciendo de Santa Inquisición progre y, como guinda del pastel, se cargan la competencia de todas aquellas redes sociales que están prosperando con los exiliados de las grandes. Todos ganan. Menos nosotros, naturalmente.

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