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EL VIRUS AVANZA EN VENEZUELA, UN AÑO DESPUÉS DE PARALIZAR AL MUNDO

La pandemia empieza a golpear a una Venezuela indefensa gracias al chavismo

Foto: EuropaPress
Foto: EuropaPress

Se ha roto la ilusión. Después de cumplir su primer aniversario como pandemia, la covid-19 golpea cada vez más fuerte en Venezuela. Esta nación sudamericana pasó casi todo el 2020 dentro del renglón de los países con más baja incidencia de contagios dentro de toda la región. Mucho se habló en su momento desde las academias y la opinión especializada del alto riesgo de que los contagios se estuviesen enmascarando, producto de un brutal sub-registro e incluso del mero y deliberado ocultamiento de datos reales dentro del deteriorado sistema de salud pública del régimen de Nicolás Maduro.

Otras personas cifraron la explicación a las bajas tasas de contagio y mortalidad por SARS-CoV-2 del año pasado en Venezuela en el hecho de que ésta se encuentra relativamente aislada con respecto a las conexiones aéreas. Un país que con los años ha ganado fama de inseguro, representante de una economía devastada, sumergido en una crisis política desde hace un rato y con cada vez menos vuelos comerciales que lo enlacen con el mundo, se ha revelado como un destino poco apetecible para los turistas y también para los propios venezolanos.  

Durante todo 2020 la tiranía chavista implementó el llamado esquema del “7 + 7”. Dicho sistema estimaba que durante una semana se imponían restricciones fuertes a la movilidad de las personas y a la semana siguiente estas restricciones se levantaban completamente; repitiéndose un ciclo que combinaba una semana de cuarentena “radical” con una semana de cuarentena “flexible”.

Desde hace un tiempo la diferencia entre estos dos tipos de cuarentena comenzó a atenuarse, con un relajamiento en los puestos de control policial y militar en las calles. Llegó un punto en el que la diferencia entre una y otra semana eran eminentemente nominales, puesto que en ambas la gente salía a las avenidas de la ciudad de Caracas sin encontrarse ninguna alcabala o restricción importante en el tránsito.

En febrero, durante la celebración de los días de carnaval, Maduro proporcionó medidas de flexibilización especial con apertura de playas incluida. Miles de venezolanos fueron retratados en la costa del litoral central (a media hora de Caracas) tomando el sol sin tapabocas ni ninguna medida mínima de distanciamiento social. Estaban confiados de que no pasaría nada.

Sin embargo, este domingo el propio Maduro ha admitido que la llamada “cepa brasileña” del virus ha comenzado a hacer estragos, sobre todo en Caracas y en el Estado Bolívar (al sur del país y limítrofe con Brasil). Aunque esta semana en teoría es una en la que corresponde la “flexibilización” de la cuarentena, el régimen chavista ha decidido urdir un cerco sanitario sobre varias entidades, entre las que destacan tanto Bolívar como Caracas, además de La Guaira y Miranda (al norte del país).

Los efectos de bajar la guardia en demasía y de creer que la pandemia no iba a asomar nunca su verdadero rostro, han comenzado a hacerse visibles dentro de una Venezuela que luce como uno de los países menos preparados de la región para hacer frente a un nuevo envión (además repotenciado) de la covid-19.

Aunque para el domingo 14 de marzo la Vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, afirmó que para ese día se habían contagiado 574 personas a nivel nacional, la integrante de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (ACFIMAN), Margarita Lampo, señaló que en los tiempos que corren los contagios diarios del país sudamericano estarían rondando entre 2500 y 3500 casos diariamente, de acuerdo a un modelo estadístico del Imperial College de Londres.

Esto es visible incluso en el abarrotamiento de las unidades de emergencia y cuidados intensivos que tienen destinadas a la atención de pacientes con covid-19 las clínicas privadas y  algunos pocos hospitales públicos en Caracas, como han referido tanto médicos como dirigentes sindicales de estos centros de salud en los últimos días.

Según los datos manejados por la Universidad John Hopkins hasta ahora se han producido en Venezuela unos 145mil contagios, que han derivado en 1430 muertes. Sin embargo, como se ha dicho, toda esta información parte de la narrativa oficial de Maduro, que es absolutamente dudosa.

Un médico de una importante clínica privada del Área Metropolitana de Caracas que ha preferido que resguarde su identidad por temor a represalias del régimen chavista por revelar información sensible, me ha comentado que desde la semana pasada en ese centro de salud se ha decidido cerrar el ingreso de nuevos pacientes que lleguen de emergencia con complicaciones respiratorias.

La clínica es una de las mejor equipadas y más costosas de la capital, pero aun así no se da abasto ni en camas, ni en equipos, ni en personal para atender a quienes lleguen allí con las complicaciones propias del virus.

Si hace un año lucía relativamente improbable en Caracas topar con alguien que afirmase con certeza haber sido contagiado por covid-19, hoy la pandemia asoma sus tentáculos cada vez con mayor ferocidad. Actualmente todo el mundo en Venezuela tiene un primo, tío, padre, madre o cuñado que ha experimentado el virus en carne viva, con la consecuente tómbola que implica hacer frente a una enfermedad cuya sintomatología y niveles de daño varían ostensiblemente de organismo en organismo.

La saturación en las emergencias ha llevado a que los pacientes que ven afectado su sistema respiratorio se vean obligados a buscar ganarle la partida al virus en casa, conectados a bombonas de oxígeno y sometidos a tratamientos con antibióticos. Dos artículos que, por cierto, se han convertido en objetos de deseo por estos días en Venezuela son los oxímetros de pulso, que permiten monitorear permanentemente los niveles de oxigenación en la sangre y, más aún, los concentradores de oxígeno, tan necesarios en casos en los que la capacidad pulmonar del contagiado se ve seriamente comprometida.

La nueva oleada del coronavirus toma a Venezuela completamente con la guardia abajo. Hoy por hoy su población puede confiar más en la suerte y en la divina providencia para salir bien librada de este trance que en el sistema de salud, las políticas de control y la información que brinda el régimen sobre el virus.

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