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UN BALANCE A 8 AÑOS DE LOS ACUERDOS

La ‘paz’ inmoral de Santos: terroristas en el congreso y Venezuela al matadero

Foto: EuropaPress
Foto: EuropaPress

Hace más de 8 años, cuando el entonces Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció que había establecido contacto con dirigentes del grupo terrorista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para negociar la paz, muchos pensaron que la pesadilla guerrillera que había azotado a dicha nación por más de medio siglo estaba –al fin– por terminar. Al cabo de un tiempo aquello quedó reducido al nivel de un cuento de hadas. Bello sobre el papel, pero absolutamente imposible en la realidad.

Las FARC sacaron una buena tajada de un acuerdo que, a todas luces, les favoreció enormemente: en principio lograron que se les sobre-representara en el Congreso colombiano y recibieran financiamiento con el fin de que dijesen adiós al negocio de la droga y a las armas que habían empuñado durante décadas para asesinar, violar y secuestrar.

Pero, sobre todo, se lavaron la cara frente a la Comunidad Internacional por la enormidad de crímenes que habían cometido, alzando la bandera de una izquierda revolucionaria que muy en el fondo era racional y no era tan asesina, al punto de ser capaz de “domesticarse” y asimilarse en el sistema de partidos políticos típico de una democracia,  para así canalizar sus demandas de un modo civilizado. No faltaron los cándidos que, de buena fe, en Colombia y fuera de ella se creyeron el cuento.

Las negociaciones se cerraron formalmente el 24 de agosto de 2016, y el 26 de septiembre las partes firmaron la “paz”. El Obamismo en los Estados Unidos lo celebró, así como la ONU, la OEA, la UNASUR y medio mundo.

El gran foco de resistencia a las  negociaciones siempre fue el valiente expresidente colombiano Álvaro Uribe, quien logró hacer ganar su posición de negativa a los acuerdos en un plebiscito popular realizado en octubre de ese mismo año. Sin embargo, el proceso siguió su curso y, frente a todo evento, terminó aprobándose. Eso con el añadido de que Juan Manuel Santos fue elegido como el Premio Nobel de la Paz muy poco tiempo después de aquello. Todo redondito.

La gran verdad, casi 5 años después de aquello, es que la guerrilla agrupada en torno a las FARC nunca colgó el uniforme militar; o al menos no lo hizo completamente. Desde hace cerca de 15 días se han conocido monstruosas noticias de grupos insurgentes adscritos a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que están presentes en Venezuela, y que están siendo combatidas por el Ejército y grupos policiales de ese país. Los episodios, que ya dejan más de 4000 desplazados del lado venezolano al colombiano, remiten más a una disputa entre distintos grupos criminales por espacios de control dentro de las rutas del narcotráfico que a una real lucha entre “los buenos” versus “los malos” de una película.

El Ministro de la Defensa de Colombia, Diego Milano, ha dicho que todos los indicios apuntan a que este combate emprendido por el Régimen de Maduro tiene características “selectivas”. Es decir: el chavismo solamente estaría haciéndole frente a unos grupos guerrilleros, mientras se permite que otros actúen en plena libertad dentro del territorio venezolano.

Esto concuerda con la idea de que desde hace muchos años, el propio Hugo Chávez dio plena entrada a grupos de las FARC en Venezuela para sabotear a distintos gobiernos colombianos y, de paso, inmiscuirse en el lucrativo negocio del tráfico de drogas.

La apreciación de Milano no es algo que surge en el aire. En días recientes el propio Comandante Iván Márquez (uno de los jefes guerrilleros de las FARC que oficialmente nunca se acogió al Proceso de Paz) reapareció públicamente para celebrar el “Día del Derecho Universal de los Pueblos a la Rebelión Armada” y lo hizo flanqueado por hombres que portaban fusiles AK-103. Este armamento, de fabricación rusa, que según el portal Infobae solamente ha sido vendido recientemente en la región por el régimen de Putin al régimen de Maduro ¿cómo llegó a manos de esta fracción guerrillera?

Es irremediable pensar que ese Proceso de Paz firmado hace 5 años con la anuencia castrista en La Habana dejó muchos cabos sueltos. Y el principal es relativo al ciervo de sacrificio en el que terminó convirtiéndose el territorio venezolano, como aliviadero y santuario de la guerrilla.

Después de todo este tiempo es evidente que, para que Santos haya conseguido su acuerdo, el precio a pagar fue otorgarle impunidad a componentes de las FARC que seguirían operando, pero que de ahí en más lo harían con vía libre desde la porosa frontera colombo-venezolana, prevalidos del amparo otorgado por Maduro. Ese era el acuerdo de fondo: decir que desaparecían, cuando en el fondo todo quedaba más o menos igual.

Para que Colombia tuviese su “paz”, Venezuela -aparente tierra de nadie en los tiempos que corren- debía pagar los platos rotos.

Al día de hoy hay al menos tres grandes grupos de las FARC, en medio de un complejo organigrama que seguramente se complica al momento de tratar de establecer sus vínculos, disputas e intereses: 1) Los que se visten de corderos y, desde el parlamento y disfrutando de las mieles de la estabilidad, afirman haberse pacificado (encabezados por personajes como alias “Timochenko”). 2) Los que nunca suscribieron la paz y persisten en las acciones ilícitas, amparados por Maduro (como el grupo de Iván Márquez). 3) Los grupos disidentes que también quieren persistir en la acción guerrillera y disputan territorios y negocios a grupos como el de Márquez, pero que, a diferencia de éstos, sí son perseguidos por Maduro (el más relevante de ellos es el encabezado por alías “Antonio Medina”en territorio venezolano).

Al final del día no sabemos ni siquiera si entre los grupos “pacificados” existe un vínculo con los grupos que aún se mantienen en la “insurgencia”; y si todo se trata de una enorme puesta en escena de un Proceso de Paz que estuvo condenado a fracasar desde un principio. No sería la primera vez que la izquierda, desprovista de cualquier miramiento moral, pone en marcha aquella táctica de ocupar dos frentes de batalla de manera simultánea: uno que encarna el partido político que se asimila a la vida democrática, y el otro -el real- con el frente guerrillero que utiliza la matanza como método de lucha diario para hacer la revolución. No sabemos.

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