«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EL IZQUIERDISTA PENSÓ QUE PODÍA HACER LO QUE LE VINIERA EN GANA

La renuncia de Iglesias a la vicepresidencia y el continuismo con la estrategia del Foro de Sao Paulo

Foto: EuropaPress
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El pasado 15 de marzo, Pablo Iglesias tomó una decisión que sorprendió a la opinión pública española: renunciar a uno de los más altos cargo del Gobierno para aspirar a la presidencia de la Comunidad de Madrid en las elecciones del 4 de mayo.

Ahora bien, ¿qué fue lo que verdaderamente motivó a Iglesias a renunciar? Lo mas llamativo de la decisión tomada por él fue la excusa esgrimida, ya que es evidente que no tiene ninguna posibilidad de ganar dichas elecciones.  

Se conjugaron tres factores. Primero: su propia soberbia, porque durante su paso por la vicepresidencia no tuvo disimulo alguno en cometer un sinnúmero de desmanes, entre ellos, el mal manejo de la pandemia, el apoyo descarado al separatismo, el ataque a la democracia española y a la monarquía, el respaldo a las manifestaciones violentas, los casos de corrupción –incluyendo el caso Neurona– y la promoción de la Ley Transgénero.

Iglesias pensó que podía hacer lo que le viniera en gana sin que ello tuviese consecuencias políticas. Esto se debe a que los dirigentes de Podemos –y en general todos los integrantes del Foro de Sao Paulo– están convencidos de que la realidad no importa, lo que cuenta es el relato que se haga de los hechos, la narrativa, la propaganda.

Pero en este caso, la realidad le pasó factura y Pedro Sánchez percibió –correctamente– que la vicepresidencia de Iglesias estaba perjudicando su gestión.

Según una fuente del partido morado, el segundo factor fue la división dentro de Podemos, causada en buena medida por el comportamiento de Iglesias. Las estrepitosas derrotas electorales en Galicia y en el País Vasco serían atribuibles a «la debilidad organizativa en los territorios debido a las peleas internas de la etapa anterior»; las denuncias de fraude electoral en las primarias de Podemos; la renuncia de Íñigo Errejón y de Manuela Carmena; el distanciamiento de Juan Carlos Monedero; y en fin, la equivocación de Pablo Iglesias al pensar que podía manejar el partido como si fuese de su única propiedad, y que su discurso contra los ricos podía seguir funcionando aún después de mudarse a su lujoso chalet de Galapagar.

El tercer factor y quizás el más importante de todos, es que la derecha española, y muy particularmente los dirigentes de VOX, no le dejaron pasar una a Iglesias. Se le hizo un seguimiento detallado a su gestión, lo cual permitió hacer las críticas correspondientes. 

Se introdujeron oportunamente querellas contra los presuntos delitos de Iglesias y de Podemos, incluyendo el caso de Dina Bousselham, el caso de Pablo Echenique por incitar actos terroristas, el caso de Neurona Consulting, el caso de Monedero por difamar a VOX; el caso de la financiación ilegal de Podemos; entre muchos otros.

Finalmente, VOX no tuvo miedo en dar la batalla ideológica y cultural en contra de Iglesias y de Podemos, porque, como dice la candidata de VOX a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio: «En VOX no tenemos miedo a los insultos o las etiquetas y estamos dispuestos a defender nuestras ideas hasta el final. Por eso cada vez tenemos más apoyo en zonas tradicionalmente de izquierdas y el cinturón rojo ha pasado a ser verde».

La renuncia –forzada– de Pablo Iglesias es un digno caso de estudio, porque permite aprender sobre las estrategias a seguir por parte de los sectores democráticos para derrotar a los dirigentes del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla.

Hay que darle seguimiento a sus actuaciones, criticarlos con argumentos válidos, mantener la constancia en las declaraciones públicas y en las querellas jurídicas; y –lo más importante– no tener miedo en dar la batalla cultural. No tener miedo porque se tiene la verdad.

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