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con la excusa de que el gobierno de Orbán vulnera los valores europeos

La UE castiga a Hungría negándole los fondos de recuperación

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. Europa Press

El vicepresidente y comisario de Comercio de la Comisión Europea, el letón Valdis Dombrovskis, ha anunciado la congelación de los fondos de recuperación destinados a Hungría, un nuevo intento de chantaje económica al país rebelde, con la excusa de que el gobierno de Viktor Orbán vulnera los valores europeos.

La excusa es lo de menos. Sin más, es un país relativamente pequeño y relativamente pobre que los jerarcas de la Unión Europea pretenden ahogar de forma inmisericorde hasta que se rinda y acepte ‘valores europeos’ tan desconocidos en Europa hasta hace unas décadas como la glorificación de toda anomalía sexual, la entrada de cualquier número de inmigrantes inasimilables, el abandono de cualquier política favorable a la familia o a la libertad religiosa y la voluntad de desarraigar, en fin, todo lo que sea verdaderamente propio de la Europa real.

Pero quizá el mayor pecado de la Hungría de Orbán sea su insistencia en que la Unión Europea vuelva a ser lo que se acordó en su momento, es decir, una alianza entre estados soberanos y no un proyecto de megaestado con un alarmante déficit democrático.

“La Unión Europea es fuerte cuando sus estados miembros son fuertes y soberanos”, declaraba hace solo cuatro días su ministro de Asuntos Exteriores, Peter Szijjarto, en declaraciones al diario suizo Blick. “Y eso significa, nada de nuevos poderes para Bruselas. Definitivamente, no queremos ser los Estados Unidos de Europa”.

No es exactamente lo que tienen en mente los eurócratas, cuyo avance hacia un estado paneuropeo es difícil ignorar, incluyendo los proyectos de unión fiscal y bancaria y la fusión de los ejércitos nacionales en uno que combata bajo la bandera azul de las doce estrellas.

El problema es que la postura de Orbán, aborrecida en los despachos de Bruselas, es extraordinariamente popular en su propio país -como muestran las encuestas electorales- y cada vez en más países de Europa. Para más abundamiento, Hungría está dejando en ridículo una de las principales razones, absolutamente fatalistas, que aducen desde Bruselas para obligar a la acogida de millones de inmigrantes: la espantosa crisis demográfica.

Ciertamente, Hungría es uno de los países más afectados por esta crisis de todo el mundo, con el concomitante efecto del envejecimiento de la población. Pero para Orbán -y, por extensión, para los húngaros-, la solución no está en ser sustituidos por una población de remotos orígenes y cultura y dejar de ser húngaros, sino de incentivar la natalidad y la familia.

No hay, naturalmente, atajos ni soluciones rápidas a este problema, pero Orbán lleva ya nueve años aplicando una política ‘agresivamente’ profamilia con excelentes resultados: un aumento de la nupcialidad del 40%, un descenso de los divorcios del 25% y, muy especialmente, una reducción de los abortos en casi un tercio.

La independencia de juicio de Hungría en esta Europa que venera la diversidad siempre que no sea de pensamiento ha llevado al país a un casi constante curso de colisión con el pensamiento globalista dominante en Bruselas, que amenaza de continuo al país con sanciones de todo tipo por un supuesto ‘autoritarismo’ tan vagamente definido como popular.

La Unión Europea no puede permitirse otro ‘Brexit’, y es desconocer por completo a Viktor Orbán y la psicología de los pueblos pensar que Hungría va a renunciar a su soberanía con este indecente chantaje. Todo lo demás, servirá para arrojar al país en manos chinas y sentar un precedente que podría destruir toda la Unión.

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