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la constatación del fin de la barra libre

La victoria de VOX: la reapertura de todos los debates que la izquierda creía superados

El líder de VOX, Santiago Abascal, y la candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, en un acto electoral. VOX

No hay una imagen como la de Santiago Abascal y Rocío Monasterio en el palco del estadio del Rayo Vallecano que ilustre mejor que estamos ante el fin del ordeno y mando de la izquierda. Antes VOX había ido a la plaza roja de Vallecas a hacer campaña y, sobre todo, a demostrar que no acepta la hegemonía progresista ni la patrimonialización de barrios. Por eso, tras las pedradas y justificaciones, se plantó en el estadio del Rayo, considerado territorio comanche por el grupo ultraizquierdista -de amplio historial delictivo- Bukaneros.

Nada de esto era imaginable hace apenas dos o tres años cuando la vida política española era un feliz erial en que la izquierda paseaba a placer sin que nadie rechistase. “Yo pongo el excel y tú la ideología”, en certera frase del autor del genial vídeo “Centro centrado”, era el pacto al que progresistas y conservadores habían llegado después de la Transición: te dejo gobernar si tú no tocas mi legado. Y así los socialistas avanzan en su agenda ideológica (aborto, ideología de género, memoria histórica, eutanasia, control de las aulas y medios de comunicación, redes clientelares en el mundo de la cultura…) mientras el PP se conforma asumiendo la gestión de los números. El trato, de facto, ha convertido al PP en el ministerio de Economía del PSOE los últimos 30 años. 

En realidad la hegemonía progresista ha sido -y sigue siendo- indiscutible en casi todo occidente salvo algunas aldeas que resisten como Polonia y Hungría. El fin de la historia declarado por Fukuyama en 1992 tras la desintegración de la URSS saltó por los aires cuando el terrorismo islamista derribó las Torres Gemelas. El autor exponía que la historia, como lucha de ideologías, había terminado por la victoria total del bloque capitalista sobre el comunista. En España, hoy punta de lanza del globalismo y pionera en aprobar leyes de marcado carácter ideológico progresista, se podría decir algo parecido de una izquierda que ya se veía ganadora antes de jugar el partido. No es para menos cuando sus ideas, envueltas en el papel de la superioridad moral, se han impuesto en aulas, medios y BOE sin oposición que las cuestione. Al menos hasta ahora.

La irrupción de VOX ha sido, ante todo, un puñetazo al tablero político igual o mayor al que Podemos propinó al bipartidismo en 2014. Es complicado imaginar que sin la grieta abierta por Pablo Iglesias en el sistema las ideas de Abascal hubiesen penetrado de la misma forma. La llegada de Podemos tuvo algo positivo: ensanchaba el campo de batalla y permitía discutir cuestiones que PP y PSOE (por imposición de los segundos) consideraban superadas. Debate cerrado. Y no es que Iglesias trajese ideas nuevas, sino que pedía más de lo mismo en cantidades industriales: más descentralización (“La nación española es un concepto discutido y discutible”, dijo Zapatero) hasta el punto de ofrecer un referéndum para Cataluña; más Estado para tejer nuevas redes clientelares y chiringuitos ideológicos; más sometimiento de España a organismos supranacionales como la ONU o la UE hasta el punto de ceder más soberanía al dictado de la Agenda 2030; más compromiso con el cambio climático hasta el punto de acelerar la desindustrialización de España y el desmantelamiento del sector primario; más inmigración hasta el punto de pedir fronteras abiertas y presentar a un mantero a las elecciones. En definitiva, se trataba de llegar más lejos de lo que PSOE y PP lo habían hecho nunca.  

Y en esas apareció VOX, que antes de propiciar la expulsión del PSOE del poder en Andalucía, se dio a conocer al gran público sentando a los golpistas catalanes del 1 de octubre de 2017 en el banquillo del Tribunal Supremo. La razón que explicaba la transformación de la teórica lealtad del autogobierno al odio a España -argumentaban entonces Abascal, Ortega y Espinosa- es el sistema autonómico. Por primera vez en 30 años alguien consideraba que la cesión de competencias territoriales -especialmente la de Educación e Interior- era el germen del secesionismo. Uno de los argumentos esgrimidos por VOX es que no se puede defender la igualdad entre todos los españoles sin oponerse al sistema autonómico que genera ciudadanos de primera y de segunda. Esto se tradujo el pasado septiembre en una ley para ilegalizar a los partidos separatistas, aunque el resto del Congreso votó en contra excepto PP y CS, que se abstuvieron. 

Si antes de VOX ningún partido con tal representación (52 escaños) cuestionaba las CCAA -todos están de acuerdo, desde Podemos a PP pasando por PSOE y CS- tampoco se hacía con la ideología de género (implantada en Madrid por el PP con la ley de 2016), el feminismo, el aborto, la inmigración, la memoria histórica, el islam o el modelo educativo. Si alguna vez los populares se opusieron (véase recurso ante el TC por la ley del aborto) finalmente acabarían pasando por el aro.

Naturalmente oponerse a toda la agenda progre le ha costado a VOX la etiqueta de ultra, facha, fascista, machista, racista, xenófobo, homófobo, etc. Ni siquiera se le da la opción a debatir porque sus propuestas son consideradas delito de odio por quienes hasta ahora dictaban las reglas del juego y elegían árbitro. Jordi Évole, uno de los santones del periodismo progre, se expresó con meridiana claridad en Antena 3, refiriéndose a VOX: “Es un partido fascista que habla con total impunidad sin que haya nadie en la fiscalía que se querelle”. Otra de las claves que explican que VOX haya volado por los aires la arcadia feliz del consenso progre es que Abascal no dé un debate por cerrado. “En Vistalegre VOX habló de homofobia, machismo, contra el aborto… todas estas cosas parecían ya superadas”, reconocía Évole, acostumbrado a que el PP le conceda entrevistas después de machacarlo. VOX no habla con él. 

Cuesta creerlo pero romper este cerco ideológico no ha sido tan difícil como se presumía. Bastaba con querer, pero para querer hay que intentarlo, y antes no sucedía: la izquierda ganaba casi todas las batallas por incomparecencia del rival. Un ejemplo ha sido el reciente debate-encerrona organizado por la cadena SER al que no acudió Díaz Ayuso, de modo que Rocío Monasterio se enfrentó sola a toda la izquierda (Podemos, Más Madrid y PSOE) y a CS. Y no sólo eso, sino a la escena que Pablo Iglesias traía ensayada de casa para abandonar el debate si la candidata de VOX no se arrodillaba y pedía perdón como si hubiera sido ella la autora del envío de un sobre con balas. Monasterio dijo lo siguiente:

-Nosotros condenamos todo tipo de violencia y nos hubiera gustado que el señor Iglesias condenara la violencia que sufrimos en Vallecas. Le animo a que vaya a una comisaría a denunciar estas amenazas. Yo lo que le he dicho es que los españoles ya no nos creemos nada de este Gobierno. Si usted es tan valiente, levántese y lárguese.

-Esto no es aceptable. Si no se retracta me voy-, contestó Iglesias.

-Pues lárguese, que es lo que queremos muchos españoles-, de nuevo Rocío. 

Desde luego, el debate marcó un punto de inflexión en la campaña, ya que desde ese momento la izquierda y la poderosa maquinaria mediática a su servicio repetían el mensaje de que VOX es violencia y su discurso el detonante de las amenazas. Ante ese relato, ¿qué hacer? VOX no lo dudó un instante: ni un paso atrás ante quien alentó las pedradas en Vallecas y no sólo no condenó la pedrada que hirió a la diputada Rocío de Meer en Sestao, sino que además se mofó diciendo que la sangre era kétchup. 

Claro que esta estrategia de confrontar a Pablo Iglesias disgustó y mucho al centrismo, que salió al quite para repartir culpas: Rocío Monasterio tendría que haberse puesto de perfil. Las tertulias dictaron sentencia: “Ya tiene Iglesias lo que quería, esto va a movilizar a la izquierda”. Toda una declaración de principios de quienes no entienden la política como una lucha por la verdad y el bien, sino un cálculo permanente por un puñado de votos. Una postura que, además de cobarde y relativista, engorda la superioridad moral de una izquierda blindada por la corrección política: yo te apedreo y no lo condeno pero tú te arrodillas y pides perdón ante una amenaza anónima enviada por carta

Precisamente que VOX rechace estas asimétricas reglas del juego provoca el hostigamiento de la extrema izquierda en la calle. Gran parte de la izquierda y el separatismo no aceptan que, tras medio siglo de hegemonía, ahora venga alguien a cuestionarlo todo. Por eso la máxima leninista “contra los cuerpos la violencia y contra las almas la mentira” se ejerce contra la formación de Abascal sin piedad ni descanso.

Al menos una reflexión, sin embargo, sí debería mover el cambio de postura de Iglesias en los últimos días. El candidato de Podemos dijo el miércoles entrevistado por Ferreras (siempre al rescate) que “condenaba cualquier violencia”, lo que equivale a reconocer que su estrategia de polarizar, embarrar e ideologizar la campaña al máximo no le estaba dando resultado. O sea, que Monasterio hizo bien en cantarle las cuarenta en la SER. 

El gesto de Iglesias es mucho más importante de lo que parece, pues no sólo es un cambio de opinión en mitad de una campaña -algo siempre arriesgado-, sino la constatación del fin de la barra libre y que a partir de ahora habrá alguien enfrente que no pasará una, que se acabó pedir perdón. Y si el consenso se escandaliza tildando de franquista a Abascal por decir que “es el peor Gobierno en 80 años”, el líder de VOX responde que “no es el peor en 80, sino en los últimos 800 años”. Y así con tantos temas como la ley contra la violencia de género que acaba con la presunción de inocencia del varón y el principio de igualdad ante la ley, la inmigración ilegal (y los menas) que sufren los españoles más humildes, la creación de chiringuitos ideológicos para mantener el poder de la izquierda, la oposición frontal a la Agenda 2030 que desmantela el sector primario y desindustrializa España, la connivencia con el separatismo, el adoctrinamiento en las aulas, la cesión de soberanía ante la UE…      

En definitiva, VOX ha logrado en muy poco tiempo no dar un debate por cerrado y retratar a quienes, como Pablo Iglesias, se aprovechan de las ventajas de aplicarse una vara de medir distinta a la de sus rivales. Por eso, si el 4 de mayo acaba su carrera política, sería de justicia que no se apunten el tanto quienes no dieron la cara en el debate de la SER.

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