“Que sepan esto: no olvidaremos, no perdonaremos. Os cazaremos y os haremos pagar”, declaró el presunto presidente Joe Biden en una rueda de prensa dedicada al atentado masivo en Kabul en el que han muerto 13 marines norteamericanos, plagada de citas bíblicas, incómodos silencios y la habitual, casi obligatoria, adjudicación de la culpa de todo a Trump.
Es una retórica previsible, no muy diferente de cuando O.J. Simpson dijo que iba a dedicar su vida a encontrar a los asesinos de su ex mujer. Joe Biden también se comprometió a proporcionar todos los recursos necesarios para cumplir la amenaza. «Cualquier cosa que necesiten, si necesitan fuerzas adicionales, se las garantizaré”, añadiendo que las tropas pueden responder sin necesidad de intervenciones militares a gran escala.
El pinganillo le jugó, como ya empieza a ser deprimentemente frecuente, una mala pasada, como cuando habló de “la primera persona a la que me dijeron que llamara”, delatando lo que es evidente para todo el mundo salvo los periodistas del sistema: que Joe no está a los mandos. Es decir, que al presidente de Estados Unidos le dicen a quién tiene que llamar en caso de crisis.
Prácticamente pasó sin transición de afirmar que se hacía personalmente responsable de todo lo que ha pasado a echarle la culpa a Trump por el acuerdo alcanzado. Inmediatamente después, reconoció que había sido la política de Trump lo que había garantizado una paz relativa en el periodo anterior a la retirada. La coherencia nunca ha sido el punto fuerte de Biden, pero está superando su propio récord.
