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un informe del periodista yoe suárez denuncia su uso

Las ‘patrullas-horno’: el método de tortura en el que se ha especializado la dictadura cubana

Retrato en Cuba del criminal Ernesto "Che" Guevara

Durante más de 60 años la dictadura cubana viene empleando diferentes tipos de torturas, físicas y psicológicas, con el propósito de coaccionar, debilitar, atemorizar e incluso eliminar a quienes se atreven a disentir en la isla. 

Hace unos días, el periodista independiente Yoe Suárez publicó el informe titulado Patrulla-horno, una tortura cubana desapercibida, donde demuestra cómo el régimen de La Habana «se ha especializado en un método de tortura que deja graves secuelas físicas, en algunos casos, y termina degradando sicológicamente a opositores y activistas».

El reportaje de investigación ha sido realizado por Suárez para el medio digital Diario de Cuba en alianza editorial con Connectas, una plataforma periodística, sin ánimo de lucro, que «promueve la producción, el intercambio, la capacitación y la difusión de información sobre temas claves para el desarrollo de las Américas», según aparece en su página web. 

El aporte de Suárez se suma a otros textos como «La tortura en Cuba (Informe sobre las distintas modalidades de torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes, aplicados en el curso de la revolución cubana), publicado en enero de 2008 por el Directorio Democrático Cubano

Dispositivos represivos como las extracciones forzosas de sangre, la tortura psiquiátrica, el abuso de la terapia electro-convulsiva (descargas eléctricas y/o electrochoque), o el uso indiscriminado de drogas psicotrópicas contra los detenidos y presos del castrismo, entre otras violaciones de los Derechos Humanos, se encuentran diseccionados, con testimonios de primera mano y ejemplos claros en La tortura en Cuba, entre otras denuncias, investigaciones, reportajes y acercamientos a la metodología criminal del aparato de violencia castrista destinado a mantener el statu quo del régimen.

Otro libro que, desde el descarnado testimonio, muestra las torturas y tratos degradantes es Contra toda esperanza, de Armando Valladares, un clásico de la denuncia de las violaciones contra el ser humano, traducido a varios idiomas en todo el mundo. Su impactante alegato dio a conocer de forma irrebatible los horrores del castrismo y sus métodos para imponer, a golpe de violenta represión y constante adoctrinamiento, un sistema totalitario. 

No en balde el expresidente Ronald Reagan nombró a Valladares embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, puesto desde el cual le demostró a la opinión pública internacional la existencia de presos políticos en Cuba y denunció las múltiples violaciones del régimen en contra de los ciudadanos de la isla caribeña. Así quedó registrado en Ginebra y en la historia.

Suárez, en esta nueva entrega, apela a recursos y géneros como la entrevista, el testimonio, la investigación, el relato de no ficción, pues su intención no es producir un informe frío y políticamente correcto como los que suelen publicar algunas organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, o supuestamente con esta misión. 

Así comienza Suárez: «Volvió en sí tendido sobre la acera, con un círculo de curiosos y militares a su alrededor. Minutos antes, al reportero y activista antisistema Alexis Pérez lo detuvieron oficiales de los Órganos de la Seguridad del Estado (OSE), la policía política cubana, mientras reportaba un desalojo en la periferia habanera. Junto a opositores políticos, aquel día de octubre de 2019 lo hacinaron en la parte trasera de una patrulla hermetizada bajo el cenit del trópico. Adentro pesaba más el ambiente, los hombres aspiraban con dificultad lo que otros exhalaban y el cuerpo frágil de Alexis se apagó: No puedo precisar cuánto estuvimos amontonados, porque por el calor asfixiante y la recirculación de dióxido de carbono perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos de nuevo, estaban reanimándome, y la policía gritaba a la gente que se alejara”. 

«La escena describe una usual tortura del castrismo en la última década: retener por cerca de una hora o más en vehículos herméticamente cerrados, muchas veces bajo el sol, a personas incómodas para el régimen. Aprovechando el clima húmedo y abrasador de Cuba, en un espacio recubierto de metal, el método patrulla-horno puede provocar sensación de asfixia, desmayos, irritación cutánea, vómitos, deshidratación, etc. El uso, inclusive, de compuestos químicos está documentado», asegura Suárez. 

En su acucioso reporte, Suárez ha compilado testimonios de voces disidentes que han sufrido experiencias con este tipo de tortura como el exprisionero político Ángel Moya, quien relata que en una de sus detenciones los militares lo dejaron en la patrulla-horno con las cuatro ventanillas herméticamente cerradas y bajo el sol: “Golpeé los cristales y les dije que los bajaran para que me entrase aire, pero dijeron que no”. Cuenta que logró que una ventanilla se abriera, pero «en vez de aire fresco recibió una dosis de spray pimienta. La irritación en las mucosas de ojos y nariz empeoró al ambiente calcinante».

El movimiento opositor femenino Damas de Blanco (DDB), liderado por Berta Soler, esposa de Moya, ha documentado otros casos de tortura patrulla-horno «combinada con el uso de compuestos sintéticos», según el informe: «En octubre de 2019, Micaela Roll, Marieta Martínez, Zulema Jiménez y María Josefa Acón fueron detenidas violentamente. Ocurrió tras ir a misa en la iglesia habanera de Santa Rita, y lanzar octavillas contra el socialismo por calles cercanas, en la campaña “Todos marchamos”, promovida por el Foro por los Derechos y Libertades. 

«Las mujeres detectaron “un olor químico fuerte” en las patrullas donde terminaron herméticamente encerradas horas bajo el sol. A Micaela le faltó el aire, Marieta acabó vomitando tras ser abandonada lejos de su casa y María Josefa sintió “su cabeza grande” antes de desmayarse».

Una de las denuncias del uso de patrullas-horno fue realizada por Soler en 2017, quien describe que las integrantes del grupo han sido “detenidas, sometidas a actos de repudio y encerradas en autos patrulla, donde permanecen al sol durante varias horas”, y luego “abandonadas en zonas boscosas e inhóspitas alejadas de la ciudad”. La líder de DDB expuso «cómo les obligaban a desnudarse, permanecer incomunicadas, sufrían robos con fuerza del dinero en sus pertenencias, actos vandálicos en sus hogares, y decomisos de juguetes para niños, laptops, cámaras y otros equipos».

Otro informe de 2018, citado por Suárez, recoge el empleo de la tortura patrulla-horno: “Con las ventanillas cerradas para causar sensación de asfixia”. En resumen, el periodista atestigua que después de haber procesado unos 300 materiales de organizaciones pro derechos humanos como Prisoners Defenders y el Instituto Cubano por la Libertad de Expresión, reportes de prensa, denuncias en redes sociales, vídeos testimoniales y entrevistas con víctimas de esta tortura «reveló 117 casos de patrulla-horno de septiembre 2013 y abril 2021«. 

El 93% de las denuncias de patrulla-horno, indica Suárez, «corresponden a activistas políticos, de los cuales el 75% tuvieron lugar en La Habana, donde acontecen buena parte de las movilizaciones sociales, incluyendo la campaña “Todos marchamos”. Con esa iniciativa, que lanzó a las calles mayormente a DDB, las denuncias de mujeres torturadas (86) superan a las de hombres (31)».

Según el informe, registros de la campaña «Todos marchamos», entre cuyos promotores se encontraba Antonio Rodiles, director de Estado de Sats, «aluden a la presencia de hombres insolados por horas en patrullas hermetizadas, aunque, muchas veces, eran metidos en furgonetas UAZ de la era soviética»: «Ahí es peor que en patrullas o guaguas –dijo Rodiles-, porque el metal no tiene aislante con el interior, las ventanillas son aberturas pequeñísimas o están selladas, y hacinaban dentro a una buena cantidad de detenidos, entre ocho y diez en los dos bancos laterales y otros tirados en el piso». 

Suárez asevera que entre 2020 y 2021 creció el número de hombres sometidos a la patrulla-horno, mientras que el de las mujeres descendió, debido, según razonamientos de los propios opositores, al avance del coronavirus, en medio del cual «las restricciones de movilidad y reunión» han aumentado, entre otros factores. 

El amplio texto constata que en los últimos dos años se ha torturado con patrullas-horno a nuevos disidentes: «El 19 de abril de 2021, la periodista Mary Karla Ares fue detenida camino a una entrevista. No imaginaba que la patrulla donde la trasladaron hasta la Cuarta Unidad de Policía del Cerro se convertiría en un lugar de tortura. “La dejaron por más de cuatro horas encerrada dentro del auto bajo el sol”, contó Normando Hernández, editor de la veinteañera. Una de las dos agentes vestidas de civil que la custodiaban le espetó codazos en la cabeza». 

Suárez explica que «si bien la patrulla-horno tiene características propias de tortura, el foco mediático y de oenegés de DD.HH. no está aún sobre ese método. Por un lado, ofrecen lógica prioridad al calvario de los presos políticos y, de otro, no parecen reconocer la patrulla-horno como tortura». 

En el texto Patrulla-horno, una tortura cubana desapercibida, donde confluye perfectamente la tríada testimonio-denuncia-análisis, aparece una observación de la DDB, María del Carmen Cutiño, quien «cree que el régimen gusta de usar patrullas como celdas porque no deja registros de las detenciones en los libros de las comisarías. Así es más difícil evidenciarlas ante organizaciones de Derechos Humanos». 

Según Yoe Suárez, de 2013 a 2021 uno de cada cuatro casos de encierros en vehículos cumple con características de la tortura patrulla-horno. En su informe, el joven y valiente periodista cubano, describe perfectamente este tipo de tortura, la cataloga, le da voz a sus víctimas y examina su impacto, subterfugios y objetivos en el contexto represivo de la Cuba de hoy. 

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