«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EL TIRANO DEJA ATRÁS LA POLÍTICA DE CHÁVEZ EN ESTA MATERIA

Maduro crea una burbuja económica con la reapertura de casinos en Venezuela

Nicolás Maduro ha aprobado la reapertura de casinos y salas de juego en Venezuela. La decisión contraviene lo ejecutado hace más de 10 años, cuando el gobierno presidido por Hugo Chávez ordenó el cierre de casas de bingo y casinos en el país sudamericano.

Luego de ser reelecto en 2006, Chávez decidió desarrollar una agresiva política socialista, dentro de la que estaba enmarcada su obsesión personal por acabar con los juegos de azar, bingos y casinos. El fallecido gobernante asumía que en gran medida estos sitios eran frecuentados por “personas de clase alta”; es decir, el sector de la población venezolana que tradicionalmente se había opuesto al chavismo.

Así en 2008 el régimen de Chávez echó adelante un decreto en el que se prohibía la entrega de permisos para nuevos establecimientos de este tipo, decretando la desaparición de estos espacios. Con la ilegalización, el juego no desapareció sino que se hizo clandestino: locales comerciales de todo tipo se convirtieron en fachadas perfectas para que este tipo de operaciones siguiesen en marcha y los jugadores siguiesen jugando. 

Sin embargo, la eliminación formal de esta área de actividades económicas trajo consecuencias: para 2012 se estimaba que la decisión de Chávez había dejado en la calle a cerca de 100 mil antiguos trabajadores directos e indirectos de casinos y establecimientos afines.    

Pasaron los años, Venezuela siguió su curso bajo el chavismo y el socialismo del Siglo XXI tomó cuerpo en lo económico: las expropiaciones se hicieron ley, emergieron cada vez más restricciones a las actividades comerciales, el valor del Bolívar (la moneda local) se fue destruyendo progresivamente, apareció la hiperinflación y más nunca se fue, las industrias colapsaron, aprobaron cada vez más regulaciones de precios de productos y servicios de consumo masivo, las calles comenzaron a mostrar largas filas para comprar comida. Eso, entre un largo rosario de penurias.

Al llegar al poder Maduro insistió en la mayoría de las políticas que su predecesor había instaurado, e incluso algunas fueron radicalizadas. De los primeros años del tirano socialista en el poder se recuerda especialmente la agudización de los controles de precios de alimentos, que derivaron en que estos desapareciesen del comercio formal y comenzasen a ser revendidos por buhoneros en una suerte de mercados negros, a costos obviamente más elevados que los fijados por los burócratas rojos.

Sin embargo, con el paso del tiempo el régimen chavista ha ido mutando. En los últimos años, y sin mayores aspavientos, Maduro ha logrado sostener su modelo de control político centralizado con el relajamiento de ciertos controles en el plano económico. Obviamente el tirano venezolano no se ha convertido por convicción al ideario del liberalismo clásico y tampoco ha tenido un golpe repentino de sensatez, sino que el nivel del fracaso de los controles económicos que ha desarrollado es de tal magnitud, que básicamente se ha quedado sin repertorio de opciones frente a la gran debacle venezolana.

Eso y no otra cosa es lo que ha llevado al chavismo gobernante a tener que soltar algunas amarras impuestas a la economía nacional. Todo ello con miras a intentar crear la apariencia de que en Venezuela aún es posible invertir y obtener suntuosas ganancias, aun cuando el poder lo detenta un grupo ampliamente comprometido con los procederes castradores y autoritarios de la izquierda enmarcada dentro del Foro de Sao Paulo.

La política de fijación draconiana de precios de determinados artículos –en la que tiene gran responsabilidad el asesor español Alfredo Serrano Mancilla y que fue tan utilizada al comienzo del mandato de Maduro- hoy brilla por su ausencia. La mayoría de los productos de consumo masivo –empezando por el combustible– en el país hoy tienen costos más o menos parecidos a los que poseen en otros mercados del mundo. La era de los grandes subsidios ha quedado atrás.

Otro tanto puede decirse de la dolarización de facto que el chavismo ha dejado permear en la sociedad venezolana. Hasta hace poco era incluso penado por la ley el hablar de precios de productos o servicios en dólares americanos, mientras que ahora lo más común es ver a la moneda estadounidense como el marcador por excelencia que utilizan los comercios para fijar el valor de sus productos. Todo ello sin que el régimen ponga ningún pero.  

En ese espíritu es que, por ejemplo, la vicepresidenta del régimen, Delcy Rodríguez, fue recibida y aplaudida en la más reciente reunión celebrada por la cámara empresarial más grande del país, Fedecámaras. Todo ello para apuntalar supuestos acuerdos y puntos de encuentro entre un empresariado acomodaticio y la tiranía roja, dejando atrás la historia de hostilidad protagonizada por ambos.

Sin embargo la realidad habla. Desde hace varios años la nación latinoamericana se ha convertido en una de las economías más devastadas de todo el mundo. Se estima que para julio de este año el país presentaba un 1984% de inflación interanual, que es por cierto la más alta de todo el globo. Por otra parte, la Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI) realizada por universidades venezolanas y publicada el año pasado, determinó que Venezuela es el país más pobre y desigual de toda América Latina.

Así el plan de Maduro por crear la apariencia de que en Venezuela todo se está “normalizando” -empezando por su economía- no cesa. En el caso de los casinos, el tirano ha dicho que ha expedido la licencia para que sean abiertos unos 30 en todo el territorio del país sudamericano.

¿Estamos en presencia de otro chavismo? ¿Se trata acaso del mismo chavismo con un disfraz liberalizador? ¿Se está dando forma, más bien, al nacimiento de un modelo similar al pseudo-capitalismo mafioso a la usanza de Putin en la Rusia post URSS? ¿Ha entendido Maduro que para mantener el control político necesariamente tenía que crear válvulas de escape ficticias en la economía?

Muchas preguntas vienen al caso, pero el asunto es que, al menos simbólicamente, nada está más lejos del rancio socialismo real que las luces de neón y el dinero corriendo en las mesas de un casino.

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