«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Imponen una visión consistente en que la mujer es incapaz de valerse por sí misma

‘Menstruación digna’: el último invento de la izquierda para martirizarse y fabricar nuevos ‘derechos’

Una manifestación feminista en Madrid, en octubre pasado. EUROPA PRESS

En teoría, el feminismo se trata de igualdad. En el mejor de los casos, igualdad ante la ley o igualdad de derechos. Pero como no existe derecho alguno que tenga el hombre que no tenga la mujer, la lucha ahora aboga por políticas que en lugar de ampliar la libertad de la mujer la vuelve dependiente del Estado hasta para menstruar.

Lo que surge como una iniciativa para garantizar salud básica para las mujeres que menos tienen en la sociedad, termina por tachar de indolentes a los que se oponen. Sin embargo, no ve cómo precisamente igualdad ante la ley significa que todos se esfuercen por igual, sin exigir cuotas de dependencia.

Iniciativas similares han surgido en múltiples naciones de habla hispana. La última en la lista es Ecuador. En principio, la idea es recortar impuestos, al ser los productos de higiene menstrual una necesidad básica.

Pero los activistas que pregonan la “menstruación digna” alegan que no es suficiente. Surge una paradoja: lo que comenzó por reducir el ingreso del Estado para así reducir el costo para la ciudadana, ahora pretende garantizar que el Estado -con el dinero de los contribuyentes- financie los artículos de higiene femenina. Es decir, que lo paguen todos, no solo las mujeres.

Aunque no aplica únicamente a las mujeres. Por medio de la promoción de la diversidad sexual aplica también para personas menstruantes. Cabe entonces comprender el sostén ideológico de estas medidas, la dialéctica de la contradicción del filósofo alemán Hegel, omnipresente en la izquierda política.

Por un lado el feminismo aboga por la mujer. Por otro lado, desde la tercera ola, el de género, sostiene que la mujer no existe sino que es una construcción social. Entonces no nace mujer sino que se hace; de esa manera una mujer biológica que se cree hombre deja de ser mujer socialmente y pasa a reducirse a una persona menstruante. Así, la persona deja de ser lo que es en esencia y pasa a ser lo que es según sus actos, en este caso sus funciones.

Además, medidas como esta no tratan a la pobreza (y riqueza) como situaciones móviles sino estáticas. Son la antítesis de la movilidad social, donde la pobreza es vista como algo a superar, y se valora más bien como una especie de discapacidad, en donde la imposibilidad de la persona le vuelve dependiente de otro(s).

También refleja el fracaso del sector privado, el mercado, de proveer soluciones que permita reducir los costos de producción. En India, por ejemplo, fue un hombre quien dio el mayor acceso a toallas higiénicas en la historia.

Hasta 2018 se estimaba que 1 de cada 5 niñas abandonaba la escuela cuando empezaba a menstruar, porque no tenía los medios suficientes para acceder a productos de higiene básicos y por ende se quedaba en su casa.

Sucede también con mujeres adultas que se aíslan. Por eso Arunachalam Muruganantham creó una toalla higiénica de bajo costo. Y no solo no obtuvo el apoyo de las mujeres de su comunidad -su esposa lo dejó por lo humillante que le resultó la situación-, sino que ni siquiera las estudiantes de medicina quisieron ayudar. Entonces Muruganantham tuvo que probar él mismo el producto por medio de experimentos.

Pese a la solidaridad de hombres como él, hay medios (y políticos) ecuatorianos han pretendido antagonizar el tema como una situación de hombres contra mujeres, donde hay falta de empatía por parte de la población masculina y como si hubiese un consenso total entre mujeres.

La realidad es que no es una cuestión de sexo sino de visión política y económica, de no ver a la feminidad como discapacidad y por ende tampoco a la mujer como una persona incapaz de valerse por sí misma y por ende financiar sus productos de higiene.

Ya en México se aprobó legislación para garantizar la “menstruación digna” de las mujeres en abril del 2021. Por eso es importante reconocer cómo la palabra dignidad se está volviendo lentamente en sinónimo de dependencia estatal; una contradicción en sí misma, al considerar a la mujer incapaz de valerse por sí misma.

El mejor ejemplo de cómo el término “dignidad” está tomando un  concepto opuesto al suyo: cuando empezaron los disturbios en Chile en octubre del 2019, la Plaza Baquedano -llamada así por un libertador- pasó a llamarse Plaza Dignidad por parte de los activistas filo-comunistas. Lo hicieron los mismos que pretenden cambiar la Constitución para fomentar llamar digno a tener las necesidades cubiertas por el Estado y no por su propio esfuerzo.

Resulta preocupante que se vuelva aceptable pregonar que dignidad sea sinónimo de dependencia, cuando por definición es lo opuesto: “decoro de las personas en la manera de comportarse”. Resulta indecoroso no solo considerar a una persona como incapaz de abastecerse, de acuerdo a su sexo, y también pretender rebajar a la persona al servilismo.

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