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El presidente, cada vez más alejado de la realidad

Promesas delirantes y obediencia a Kirchner: así fue el discurso de apertura de las sesiones parlamentarias de Alberto Fernández

Alberto Fernández discurso apertura
Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. Europa Press.

El presidente argentino, Alberto Fernández, culminó el discurso de apertura de las sesiones parlamentarias citando un clásico del escritor británico Charles Dickens ‘Historia de dos ciudades’. Posiblemente, tratando de graficar los tiempos convulsionados de los que se siente piloto de tormentas, Alberto leyó: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. La edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.

Durante una hora y 38 minutos, el mandatario se deshizo entre mentiras y medias verdades, en un discurso que marca la narrativa con la que posiblemente intente continuar en el puesto el año que viene. Sus palabras parecían ―como siempre― estar dedicadas a una sola espectadora, su mentora Cristina Kirchner. De manera que puso énfasis en prometer que no iba a aplicar ningún ajuste en el gasto público elefantiásico, que iban a continuar las tarifas congeladas en precios irrisorios y aludió a los clichés kirchneristas por antonomasia como la recuperación democrática de hace 40 años y la utilización política de los derechos humanos. A su lado, la vicepresidente movía los hilos con satisfacción.

La cuestión del acuerdo con el FMI es tal vez el tema más urgente y que más procrastina el gobierno, dispuesto a ir en el camino literalmente contrario al que demanda el crecimiento. El kirchnerismo no puede permitirse ni una mueca de razonabilidad económica y es la razón por la cual, ante un atisbo de acuerdo, el hijo presidencial Maximo Kirchner presentó caprichosamente la renuncia hace pocos días. El joven príncipe, aún diputado, extendió los alcances del berrinche ausentándose del evento de marras lo que compromete la cantidad necesaria de votos para no caer, de nuevo, en un default. Alberto no tiene los votos asegurados de su propia tropa, pero confía en que la oposición acuda en su auxilio, como es costumbre.

Uno de los momentos más calientes de su discurso fue cuando, luego de culpar con saña al gobierno anterior por todos los males, amplió el marco de la diatriba al prometer ahondar las acusaciones penales a los responsables del préstamo obtenido con el organismo de crédito internacional durante el macrismo. Esta simple maniobra escénica ofendió a la bancada del partido de Macri, que azorada se levantó de sus bancas y dejó entre insultos y hostilidades el recinto. Pero la jugada fue defectuosa, ya que permanecieron sentados como si nada todos los socios de la coalición macrista. Nubarrones se ven en el horizonte opositor para regocijo del kirchnerismo.

El Presidente prometió embestir contra la Justicia, un emblema del kirchnerismo, poniendo como excusa uno de los escándalos que salpican al macrismo por el armado de causas judiciales que se destapó gracias a una cámara de seguridad. Alberto aprovechó para pontificar: “Durante la administración anterior, existieron serias interferencias de los servicios de inteligencia en el funcionamiento de las instituciones de la república, afectando los derechos y garantías de los y las habitantes de nuestra nación. A la luz de lo que hoy sabemos, no habíamos llegado a tener real dimensión del enorme daño que esas intromisiones causaron», y acto seguido arremetió con los cambios que propone en la conformación y funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia.

Otro de los clásicos de la agenda kirchnerista es contentar a la clientela de género, que se viene llevando más presupuesto que lo invertido en seguridad, defensa y educación. Alberto arrancó los aplausos del universo feminista al prometer que «Enviaremos un proyecto de ley que establezca un sistema integral de cuidados con perspectiva de género que permitirá crear más de 200.000 puestos de trabajo para quienes cuidan a más de un millón de personas». Borrascoso entender los alcances de semejante promesa que agrega más y más gasto a una administración pública destrozada.

Luego el presidente entró en una ensoñación difícil de medir: realizó una serie de promesas delirantes aderezadas con datos cuya manipulación no puede tapar el hecho de que estaba describiendo un país que en nada tiene que ver con el que gobierna. Alberto dijo que estaba luchando contra la inseguridad, el narcotráfico y el contrabando, calamidades que crecieron notablemente durante su gestión.

Dijo, sin ponerse colorado, que la empresa estatal de energía YPF está en el camino del crecimiento. Que se habían construido cientos de miles de viviendas y otorgado créditos en un país en el cual comprarse una casa es un privilegio de millonarios. Enfatizó el logro de la conectividad en las escuelas, burlándose de la escandalosa cantidad de niños que dejaron definitivamente sus estudios luego de la ridícula e inutil cuarentena que él mismo impuso.

Habló de leyes de estímulo a la cadena agroindustrial cuando tiene al sector del campo asfixiado por los impuestos que en algunos casos superan el 80% de la actividad y también habló de una ley de desarrollo hidrocarburífero cuando se está atacando a la actividad desde todos los frentes. Dijo que “Vamos a duplicar las exportaciones de nuestro país, con 25 complejos productivos”, imposible saber desde qué cometa hablaba el presidente a esas alturas.

En el plano internacional el kirchnerismo ha tenido unos días difíciles tratando de equilibrar sus lealtades geopolíticas. Finalmente, Cristina accedió (de mala gana) a que se haga un minuto de silencio en solidaridad con el pueblo ucraniano, ordenándoselo al presidente de ruda manera con el micrófono abierto: «Dale, pedí ahora el minuto de silencio». El dolor por tener que enfrentarse a Putin, a quien hace poco más de una semana Alberto le suplicó unas migajas de atención y alguna moneda, fue compensado con la alegría de anunciar la concreción de la sumisión a la dictadura china: «China siempre nos ha ayudado en los tiempos difíciles y han accedido a nuestro pedido de ampliación y uso del Swap en función de lo expresado en la ‘declaración conjunta’ que firmáramos en mi visita oficial”.

Un capítulo especialmente lisérgico tuvo lugar al hablar de los planes sociales que en Argentina superan largamente al empleo privado. Alberto dijo que es muy importante sustituirlos por empleo genuino y en la misma oración, como si se tratara de un pase de magia, prometía incrementarlos y crear programas de planes y subsidios nuevos. En este sentido, hizo un guiño a los movimientos sociales, oscuras corporaciones que gerencian la dádiva estatal, al prometerles más chiringuitos: «La economía popular puede colaborar con la producción, por eso ya estamos promoviendo la producción y distribución de alimentos sanos, seguros y saludables a través de los Programas Pro huerta y Sembrar Soberanía».

Finalmente, el presidente argentino ensayó un pedido de disculpas por el Olivosgate, que es el escándalo que involucra una gran fiesta de cumpleaños organizada por su mujer en la residencia presidencial mientras regían la restricciones pandémicas: “No soy infalible. Estoy lejos de serlo. Soy un ser humano”, dijo Fernández minimizando la saga de corrupción, engaño, inoperancia y arbitrariedad ocurrida durante los casi dos años en los que encerró y empobreció al país.

Alberto quiso terminar con una pátina de erudición al citar a Dickens recitando: “Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, íbamos directamente al cielo y nos perdíamos en sentido opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, en lo que se refiere tanto al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”. Peligroso paralelismo en el que se adentra Fernández, olvidando que “Historia de dos ciudades” habla de una época en la que el abuso de poder y el hartazgo popular terminaron con las cabezas de los poderosos rodando por el barro.

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