«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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El chequista mata

Putin y la OTAN, mentiras y maldiciones

Sí, es cierto que «Occidente» prometió a Moscú que no habría ampliación de la OTAN hacia el este. Es de lo poco cierto que se oye procedente de Moscú y sus muy variopintos propagandistas en Occidente. Es el argumento estrella con el que estos pretenden justificar el asalto a sangre y fuego sobre Ucrania. Una promesa verbal de dos ministros de Exteriores, el alemán y el norteamericano, cuando se negociaba la reunificación alemana. Consideran mucho más importante esa promesa verbal que los compromisos solemnes y por escrito de Moscú de respetar a Ucrania en sus fronteras reconocidas de 1991, incluidas, por supuesto, las provincias del Donbass y Crimea. Moscú firmó su respeto y garantía a esas fronteras repetidas veces. La más notoria y explícita está en el Memorándum de Budapest de 1994, por el cual Ucrania entregaba a Rusia todas sus armas nucleares a cambio precisamente de esas plenas garantías al respeto de las fronteras, violadas primero en el Donbass, después en Crimea y ahora en toda Ucrania.

Es obvio que los geográficamente más cercanos a Rusia buscaron refugio en la OTAN por miedo a que, tras los tiempos de armonía y bonanza, llegaran de nuevo brisas frías en la historia

Sí es, por tanto, cierto que se prometió que no habría ampliación al este. Pero no fue la OTAN ni, por supuesto, los países afectados que pronto harían cola para hacer presión para entrar en la OTAN porque llevan siglos viviendo y sobreviviendo junto a su vecino. Quienes viven cerca de rusos y alemanes quieren garantías porque tienen memoria. La promesa verbal de que no habría expansión la hicieron por tanto dos individuos muy importantes, pero sin poder para formularla y mantenerla. Fueron Hans-Dietrich Genscher y James Baker, ministro de exteriores de la RFA y Secretario de Estado de EEUU respectivamente. Y fue en el marco de la negociación de los 2+4 sobre la reunificación alemana. Moscú había pretendido inicialmente que la RDA no podría entrar en la OTAN. Eso ponía a Helmut Kohl ante el inaceptable dilema de tener que elegir entre una neutralidad de la nueva Alemania y la renuncia a la reunificación. Finalmente, se aceptó que la Alemania unificada, es decir, con la RDA, quedara en la OTAN a cambio de esa promesa no escrita de que ningún otro país del este entraría en la Alianza Atlántica.

No está escrita, porque no podrían haberla escrito ni unos ni otros, ya que desde la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) de Helsinki en 1975, y aunque entonces fuera solo pura teoría porque el Pacto de Varsovia era un pacto impuesto por la fuerza del Ejército Rojo, se establecía el derecho soberano de los estados a elegir alianza. Y en la Carta de París que se firma en la gran cumbre de cierre de la Guerra Fría del 19 al 21 de noviembre de 1990 en París y en la cual yo estuve presente y cubrí para un periódico español entonces muy importante, se establece por escrito el derecho de cada país a elegir alianzas. «Finalizada la división de Europa, nos esforzaremos por conferir una nueva calidad a nuestras relaciones de seguridad respetando plenamente la libertad de cada uno de elegir en esta materia». Eso es todo lo que se dice sobre los bloques con los que todos los participantes [Moscú también] firman allí el compromiso de respetar la voluntad soberana de todos los estados de integrarse en las estructuras de seguridad o alianza que mejor responda a sus intereses. El hecho de que en aquella cumbre solamente de armonía sin precedentes aun existiera la URSS y, por tanto, no era firmante Ucrania, no merma en absoluto el compromiso de Rusia con lo firmado.

Todos temían en un futuro precisamente lo que está pasando. Y muchos de ellos están seguros de que si no les ha pasado antes nada es porque están donde están, es decir, en la OTAN

Nadie podía, por tanto, negar a Polonia, Hungría, Rumanía o Bulgaria y, tras la disolución de la URSS, a los países bálticos, su derecho a buscar refugio en una alianza como la OTAN. Y es obvio que los geográficamente más cercanos a Rusia buscaron refugio en la OTAN por miedo a que, tras los tiempos de armonía y bonanza, llegaran de nuevo brisas frías en la historia como todos los viejos pueblos de la región saben ley de vida. Todos quisieron protegerse en tiempos amables porque sabían que volverían los que no lo serían. Así, no fue la OTAN la que avanzó hacia el este. Es más, los miembros viejos y especialmente Alemania y EEUU no tenían ninguna prisa en ello y si cierta pereza por costos y complicaciones en la integración que siempre requería esfuerzo. Pero la presión de los países de Mitteleuropa, el Báltico y Balcanes orientales, tan escarmentados todos por la historia, era constante y, como muchos recuerdan, atosigante en su impaciencia. Todos temían en un futuro precisamente lo que está pasando. Y muchos de ellos están seguros de que si no les ha pasado antes nada es porque están donde están, es decir, en la OTAN.

Putin les ha dado ahora toda la razón a estos países que con sus muy razonable miedos y ansias de protección obligaron a la OTAN a esa ampliación hacia el este. En 1997, la firma del protocolo de Rusia y la OTAN ya asumía plenamente y sin objeción alguna por Moscú la ampliación de la OTAN. «La OTAN y Rusia han arrinconado la guerra fría. Inauguraron ayer una nueva era para la seguridad europea y mundial basada en la cooperación. El secretario general de la Alianza, Javier Solana, y el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Yevgueni Primakov, acordaron en Moscú el texto de un Acta fundacional de cooperación mutua, en una dura negociación en la que participó el presidente Borís Yeltsin. El acta abre la vía a la ampliación sin conflictos. Se firmará el próximo día 27 en París. Y asegura el éxito de la cumbre de Madrid que acogerá en la OTAN a ex miembros del Pacto de Varsovia«, rezaba la crónica de Xavier Vidal-Folch en El País.

El único golpe era el de Yanukovich, que quería vender Ucrania a Putin. Desde entonces Ucrania ha tenido muchas dificultades, muchas decepciones y frustraciones por su herencia soviética, por la corrupción, por la desconfianza de unos y otros…

No fue hasta el 2008, ya con Putin de jefe supremo, cuando la demanda de Georgia y Ucrania de entrar en la Alianza provoca los primeros enfrentamientos y el comienzo de la estrategia rusa de ocupar regiones de los estados soberanos con apoyo del ejército ruso para desgajarlas del poder de dichos estados y extremar la coacción y el chantaje. Este proceso se abre con Abjasia y Osetia en Georgia y con Lugansk y Donetsk en Ucrania y Transnistria en Moldavia. Estas regiones separatistas son claves para entender la estrategia a largo plazo de Vladimir Putin en la desestabilización de los estados surgidos de la URSS para iniciar una nueva ofensiva para la reconstrucción del espacio soviético, esta vez por las vías de las armas. Porque las otras formas culminaron en el fracaso rotundo del Euromaidán, eso que la narrativa de Moscú ha convertido en un golpe y en realidad fue un levantamiento popular con el posterior apoyo del Parlamento para evitar que el presidente Yanukovich diera ese golpe que devolvía a Ucrania a la hegemonía de Moscú.

La vitalidad y la profundidad del patriotismo ucraniano ha sido una sorpresa para algunos. No para quienes sabemos de los colosales esfuerzos de los núcleos más activos de la cada vez más pujante sociedad civil

Georgia y Ucrania no entraron en la OTAN cuando lo pidieron, pero eso no disminuyó los apetitos del Kremlin. En 2014, el presidente ucraniano Viktor Yanukovich, un apparátchik exsoviético, fue convencido, comprado o forzado por Putin a un acuerdo para suspender el inminente acceso de Ucrania a un acuerdo de asociación con la UE y cambiarlo por su inmediato ingreso en una Unión Aduanera con Rusia que los devolvía de golpe a la órbita de Moscú. La noticia corrió como la pólvora y la sola idea de romper con un futuro europeo y volver a la obediencia a Moscú sacó a los ucranianos a la calle y, tras días de violentas manifestaciones y muchos muertos bajo los disparos de la guardia de Yanukovich, el Parlamento ucraniano depuso a Yanukovich que huyó a Moscú. Ni golpe de estado ni niño muerto. El único golpe era el de Yanukovich, que quería vender Ucrania a Putin. Desde entonces Ucrania ha tenido muchas dificultades, muchas decepciones y frustraciones por su herencia soviética, por la corrupción, por la desconfianza de unos y otros, y por las campañas permanentes de desinformación procedentes del Kremlin.

Pero en todos estos años también se ha desarrollado una sociedad entre muchas dificultades que ha asumido un creciente patriotismo y autoestima de una nación fuerte y capaz del sacrificio como ahora se ha visto. Del nihilismo pos-soviético y el imperio de la mafia se ha pasado a una sociedad que se va desarrollando en el mejor sentido incluso en ciudades pequeñas de la Ucrania agraria y remota siempre tradicional y religiosa. Y que cada vez tiene más similitudes con Polonia, una de las sociedades más vitales de Europa. La vitalidad y la profundidad del patriotismo ucraniano ha sido una sorpresa para algunos. No para quienes sabemos de los colosales esfuerzos de los núcleos más activos de la cada vez más pujante sociedad civil que desde hace ya cuatro lustros ha desafiado el terror de las mafias pos-soviéticas en el poder, la administración y el servicio a los oligarcas.

Hoy, Putin ha perdido a Ucrania para siempre y aunque no deje a nadie vivo en ese bellísimo país y lo convierta en un inmenso cementerio y campo de escombros, jamás volverán los ucranianos que queden vivos a ser parte de nada relacionado con Rusia

Es a esta evolución de una sociedad libre y pujante a lo que teme Vladimir Putin, no a ninguna de las armas que los países centroeuropeos puedan tener en su territorio. Ninguno es un peligro militar para Rusia. Sí son todos, y Ucrania muy en especial, un peligro como ejemplo de que la libertad puede tener éxito y no necesariamente ser pasto de violencia y caos como sucedió en la Rusia de Yeltsin y que es el espantajo que Putin utiliza para defender su despotismo. Si los hermanos ucranianos pueden tener un país democrático y libre que funciona, existe el peligro de que los hermanos rusos lleguen a la conclusión de que ellos también. Eso es lo que teme Putin. Por eso dice que va a destruir la anti-Rusia que Occidente le ha puesto delante de la puerta. Lo que tiene delante de la puerta no va contra Rusia, sino que es una sociedad que va contra la tiranía, y se siente muy afectado con mucha lógica.

Las mentiras que componen la narrativa contra Ucrania como un nido de nazis y golpistas que tienen secuestrada a una población que quiere volver a abrazar a sus hermanos rusos comenzaron a difundirse tras el Euromaidán con ayuda de la inmensa red de medios de comunicación y voceros oficiales, oficiosos y subliminales financiados por todo el mundo. Todo con objetivo de preparar el terreno político para lo que ahora está sucediendo. Lo cierto es que hoy Putin ha perdido a Ucrania para siempre y aunque no deje a nadie vivo en ese bellísimo país y lo convierta en un inmenso cementerio y campo de escombros, jamás volverán los ucranianos que queden vivos a ser parte de nada relacionado con Rusia hasta que Putin sea un mal recuerdo.

Ahora que [Putin] está en plena campaña de destrucción y ciudades y asesinato en masa de la población civil no deja de ser una broma siniestra que sus acólitos en Occidente anden con la ridícula monserga de la «promesa occidental» para justificar el genocidio que perpetra

¿Y la promesa, qué? La promesa no autorizada de dos amigos ministros, Genscher y Baker, sirvió para allanar el terreno al acuerdo de la unificación de Alemania, pero jamás podía haber frenado las ansias y los derechos de los estados soberanos de Mitteleuropa a buscar en la OTAN un refugio que como Putin ahora ha demostrado era absolutamente necesario para su seguridad e integridad. Aquella promesa verbal es absolutamente anecdótica comparada con los compromisos escritos y rubricados por Moscú que aceptan esa decisión soberana de sus antiguos estados vasallos en el Pacto de Varsovia a ingresar libre y voluntariamente en la OTAN. Firmas de Moscú tan indignamente violadas por Vladimir Putin como sus compromisos y acuerdos de respetar las fronteras de Ucrania.

No vale como héroe ni como consuelo [Putin]. Porque es sobre todo una maldición para los rusos y ahora ya para el mundo

Ahora que está en plena campaña de destrucción de ciudades y asesinato en masa de la población civil no deja de ser una broma siniestra que sus acólitos en Occidente anden con la ridícula monserga de la «promesa occidental» para justificar el genocidio que perpetra. El chequista que ha embaucado a izquierdistas y derechistas en Occidente se ha convertido en un asesino de ucranianos sin haber hecho ni un bien a los rusos, a los que sustrae la riqueza nacional que reparte con sus cómplices oligarcas; a los que maltrata sistemáticamente en una economía que vive de exportar exclusivamente armas y materias primas como un país tercermundista y a los que mata, encarcela o deporta a poco que molesten. En resumen, lo más lejano a ese héroe que ven en él algunos occidentales con razón enfadados con Occidente. No vale como héroe ni como consuelo. Porque es sobre todo una maldición para los rusos y ahora ya para el mundo.

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