Así como Trotsky planteó la tesis de la “revolución permanente”, el chavismo ejecuta una conjura permanente, que con la muerte en cautiverio del general chavista Raúl Baduel, se muestra otra vez en toda su oscuridad.
El chavismo conjura, conspira y planifica el mal de forma continua, al punto de fagocitarse a sí mismo, en acciones criminales que después de desatadas, ninguno es capaz de detener. Puede verse con Baduel, elevado al rango de héroe cuando encabezó la acción militar que reinstaló a Chávez en el poder después de la chapuza golpista de abril de 2002. Puede verse con los otros generales que, siendo chavistas por convicción o necesidad de supervivencia, han caído en la guerra interna silenciosa que el chavismo libra contra el propio chavismo.
Raúl Baduel, Clíver Alcalá Cordones, Hugo Carvajal Barrios, Miguel Rodríguez Torres, no son meros nombres en el santoral uniformado del chavismo. Forman parte, real o figurativamente, de la promoción “4-F”, como se denomina a los militares del chavismo que participaron en el golpe de estado que Hugo Chávez lideró contra la democracia el fatídico cuatro de febrero de 1992. Pero lo realmente notable de los mencionados no es solo que formen parte del grupo mencionado de golpistas, sino que son los purgados que pagan hoy con cárcel su defección de las filas del socialismo del siglo XXI al cual le sirvieron sin pudor a lo largo de su carrera militar.
Baduel ya no está en la cárcel, sino muerto. Los tres restantes siguen presos. Solo Rodríguez Torres en Venezuela. Carvajal, aún espera en España su extradición. Cliver Alcalá Cordones fue entregado por Colombia a las autoridades de los EEUU y, se supone, que está preso en ese país.
Pero ¿Qué hay de Baduel?
El penúltimo juramentado.
El camino de Baduel puede determinarse con su participación en el núcleo inicial del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, fundado por cuatro oficiales militares ganados a la conjura militar contra la democracia, tan temprano como en 1982. Hugo Chávez, Jesús Urdaneta, Felipe Acosta Carles y Baduel, se van ante los despojos de un viejo árbol, ya muerto, donde cuenta la leyenda descansaban los héroes de la independencia en los años de batalla contra el imperio español.
Fieles al fetiche patriotero, los cuatro oficiales repitieron el juramento que la leyenda afirma fue pronunciado por Bolívar en el Monte Sacro. Según la mitología chauvinista venezolana, en un viaje a Europa luego de la muerte de su esposa, Simón Bolívar habría jurado en el Monte Sacro romano que “liberaría a Venezuela”. Nadie explica como pudo Bolívar ser independentista en 1805 cuando ni siquiera Francisco de Miranda lo era y cuando aún no había sido España de la invasión napoleónica. Pero qué más da. Igual los conjurados, con Chávez a la cabeza, se fueron al tronco seco de lo que una vez fue el dichoso samán y ahí juraron que acabarían con la democracia venezolana.
Lograron hacerlo, sin duda. Lo que no lograron del todo fue sobrevivir a dicho juramento. De los cuatro juramentados, hoy solo queda uno: Urdaneta, que desertó del chavismo apenas llegado Chávez al poder al constatar, según él, que el rumbo que se llevaba era equivocado. Pero los otros tres, han pasado a mejor vida.
Pero a mejor vida ha pasado también aquel “chavismo originario” del cual fueron semilla. La denominación de “originarios” se le enrostra a quienes estuvieron en los dos golpes de estado del año 1992 y a los que estuvieron con Chávez en su ascenso al poder en cargos ejecutivos o de elección popular. Se supone que Nicolás Maduro es un originario a medias, pues no participó en los golpes de estado a pesar de ser ficha de movimientos de izquierda insurgentes ya en esa época.
Pero la llegada de Maduro al poder significó en mucho la purga de los originarios. Y la muerte de Baduel es un símbolo importante de dicho proceso cismático.
Compadre, héroe, villano, mártir
Baduel juró alzarse en armas junto a sus compañeros de juramento. Llegado el día, no cumplió el juramento. A pesar de eso, como permaneció activo en las fuerzas armadas durante los 7 años que mediaron entre el golpe de estado y la elección de Chávez, cobró el triunfo de su compadre con los intereses.
Chávez lo llevó a su lado por años en la Casa Militar. Luego, lo asignó a la Tercera brigada de infantería, el más importante bastión de la fuerza terrestre. Y fue ahí donde Baduel actuó al rescate de Chávez, cuando el 11 de abril de 2002 una inmensa movilización popular expulsa al tirano del poder.
Fue Baduel el encargado de activar el poder de fuego de su brigada para rescatar a Chávez, más no a la democracia. Ese triunfo lo volvió a cobrar con dos tres importantes lauros: nombrado primero Comandante General del Ejército, luego ascendido a General en Jefe y Ministro de la Defensa.
Colaboró con Chávez en la inserción de los agentes castristas en los intríngulis del poder venezolano. Asistió a innumerables cónclaves con Fidel Castro y el alto mando militar cubano. Asumió la consigna de “Patria, Socialismo o Muerte” en los cuarteles. Participó sin pudor en actos de proselitismo partidista junto a Chávez, en uniforme militar, dentro de los cuarteles. Fue, sin que quepa una sola duda, un gran ejecutor de la destrucción de la institución militar que hasta entonces fue garante de nuestra soberanía. La destrucción de esa institución era el primer paso para convertir al estamento militar en el partido chavista uniformado. Baduel lo hizo posible.
Al pasar a retiro, algo pasó y no sabemos precisamente que fue. Pero Chávez y Baduel rompieron y, por supuesto, Chávez lo encarceló. Acusado de corrupción en un proceso tan peculiar como lo fue la “Causa N° 1” que Fidel Castró ejecutó contra su general Ochoa, en el caso chavista a Baduel se le suspendió la condena y, presumiblemente, “se le dejó morir”.
Y esto hay que decirlo no por lástima ni condescendencia con una víctima de hoy que siempre estuvo cómodo en su papel de verdugo. No. En realidad hay que decirlo porque es necesario dejar clara la voluntad criminal del chavismo hasta consigo mismo. No hay ni un ápice de piedad en la acción del socialismo del siglo XXI y lo dejan claro en cada acción.
Como lo dejaron claro cuando lanzaron desde el piso diez del edificio del tenebroso SEBIN al concejal Fernando Albán. O cuando le lanzaron un misil anti tanque a la casa donde se refugiaba el comando policial insurgente dirigido por Óscar Pérez, que a pesar de rendirse, fue igualmente ejecutado.
Mucho más claro lo dejaron cuando asesinaron al capitán Acosta Arévalo, quien luego de una sesión de tres días de torturas, dejó de respirar exhausto nada más y nada menos que al momento de ser presentado frente a la juez que se encarga de negarle la justicia a los presos políticos del régimen chavista del cual Baduel fue uno de sus más conspicuos constructores.
El saldo de sus acciones: en el momento en que se escribe esta nota, hay en Venezuela 260 presos políticos, de los cuales 133 son militares, 15 son mujeres y 1 es menor de edad. Las cifras de la organización no gubernamental Foro Penal dan cuenta de que, en efecto, aquellos cuatro conjurados que al pie de un tronco seco juraron implantar el socialismo en el país, finalmente lo han logrado.
Aunque no vivan para contarlo.