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MADURO PREPARA SU FARSA Y GUAIDÓ SU CONSULTA

Venezuela: en la inercia rumbo a 2021

Foto: Jonathan Méndez – Unsplash

La Real Academia Española define el término inercia como la “propiedad de los cuerpos de mantener su estado de reposo o movimiento”. Una segunda acepción, más breve y más clara, plantea simplemente que la inercia es “rutina, desidia”.

La palabra viene a cuento puesto que permite describir perfectamente el drama que atraviesa Venezuela en el momento actual y, peor aún, el que le tocaría experimentar en los meses próximos.   

En Venezuela el chavismo se ha metido de lleno en la configuración de una nueva chapuza “electoral”. Convoca con bombo y platillo a la escogencia de diputados a la Asamblea Nacional en una “elección” el 6 de diciembre próximo. Eso en un país en el que los procesos electorales han perdido toda su transparencia desde hace un buen rato, pues se han revelado como inefectivos para provocar cambios políticos reales.

Para el chavismo la apuesta en los días por venir es clara: seguir la vida como si nada. Poner sobre la mesa un proceso electoral que tiene más carácter de show que de otra cosa.

Aunque la Unión Europea haya aprobado en días recientes la extensión de las sanciones económicas a la cúpula del régimen por 1 año más y que el virtual nuevo Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, diga que seguirá haciendo todo lo posible por lograr que Venezuela retome la senda democrática, Maduro sabe que entre el dicho y el hecho hay mucho trecho.

El ilegítimo ocupante de la silla de Miraflores tiene perfecto conocimiento de que a casi dos años de su puesta en marcha el “gobierno interino” de Juan Guaidó no ha logrado controlar ninguna porción importante del poder político dentro de Venezuela. Por ende, buena parte de la “comunidad internacional” puede comenzar a verle como un pesado lastre del que hay que ir desprendiéndose en cámara lenta. Más allá de los comunicados a la opinión pública y la retórica, está la cruda realidad.

En los países democráticos las elecciones normalmente entrañan un gran margen de incertidumbre tanto para quienes tienen el poder como para para quienes, desde la oposición, pretenden conquistarlo.

Por el contrario, en las tiranías –como ocurre en el caso de Cuba, Corea del Norte, China y varias otras desventuradas naciones– la apelación al voto, si es que existe, no es más que un pretexto para revestir de democracia lo que hace ya mucho dejó de serlo.

La elección se convierte así en un acto ritual que se pone en marcha de tanto en tanto para legitimar a quienes ya gobiernan. Termina siendo el perfecto modo que emplean las tiranías para hacerse potables y buscar “legalidad” frente al mundo.

Tal es el convencimiento al que han llegado Maduro y compañía; y en ese sentido apuestan al establecimiento de una nueva normalidad: esa en la que se saben despreciados por la mayoría de los venezolanos, pero en la que, en ausencia de una fuerza real desde dentro y desde fuera para desalojarles del poder, su permanencia se prolongará hasta que la cúpula roja lo disponga.

Así las cosas, han procedido a organizar esta “elección” de diciembre como un partido de mero trámite en una liga de fútbol. Con un resultado que ya está cantado y que deja poco margen a la sorpresa. Es, a fin de cuentas, una puesta en escena “democrática” para un país en el que no hay democracia.

La Venezuela de Maduro en la nueva normalidad incluso ha puesto en funcionamiento un casino dolarizado en un lujosísimo hotel reinaugurado recientemente en el cerro El Ávila, la esplendorosa montaña que bordea a Caracas.

El hotel Humboldt –una construcción que data de la época de la dictadura militar del General Marcos Pérez Jiménez– ha sido reacondicionado para que esa nueva clase social local bautizada como “boliburguesía” y alguno que otro turista con los bolsillos abultados, tengan un espacio perfecto para dar rienda suelta a sus vicios y excesos. Todo ello mientras las grandes capas de la población venezolana perciben salarios mínimos que no llegan a 5 euros al mes.

La lección cubana se ha aprendido completa.

Esa misma falsa normalidad nos lleva a la campaña electoral del chavismo de cara a diciembre. En ella no hay propuestas políticas específicas, ni se promete nada concreto. Se invita a la gente a votar porque sí, sin más.

No han faltado candidatos que en ese culto a la banalidad en el que se ha convertido la propia campaña, se remitan a hacer ridículas coreografías, más destinadas a cobrar viralidad en redes como Tik Tok que a otra cosa.

Tal es el caso de Carmen Zerpa, candidata chavista a la Asamblea Nacional por Caracas:

https://twitter.com/laurymar_gomez/status/1327462731746783232

Por su parte, Juan Guaidó no ha tenido mejor idea que promover una “Consulta Popular”; una suerte de referendo consultivo que se realizará tanto presencial como virtualmente, para que participen también los millones de venezolanos que están fuera del país.

La consulta se hará entre el 5 y el 12 de diciembre.

Son más que obvias las semejanzas de la iniciativa de Guaidó con respecto al plebiscito organizado por la oposición hace más de 3 años. En aquella ocasión se le preguntó al soberano si adversaba al chavismo, si estaba de acuerdo con el rol que cumplían los militares dentro del país y si querían que la oposición siguiese luchando contra el régimen. Una colección de obviedades que están implícitamente presentes en la nueva consulta.

En aquella oportunidad la oposición no logró hacer valer los resultados de un plebiscito que, según se dijo, contó con la participación de 7,6 millones de venezolanos.

En esta ocasión parece repetirse la historia: aunque se diga que constitucionalmente la consulta tiene carácter vinculante, la realidad es que en un país secuestrado por mecanismos de fuerza, los organizadores no tienen cómo hacer valer los resultados que de ella puedan emanar.

Es, nuevamente, la inercia haciendo su trabajo dentro de la política venezolana y su esclarecido liderazgo.

Este será un trance en el cuál el chavismo se impondrá a través de un nuevo proceso forajido que dejará la puerta abierta a la puesta en remojo del gobierno interino de Guaidó (quien en enero cumplirá 2 años de haber salido al ruedo).

En ausencia de mayores presiones provenientes de Europa y con Estados Unidos prácticamente encaminado a entrar en la era Biden, Maduro seguirá contestando el teléfono presidencial desde el Palacio de Miraflores, en Caracas. Lo hará fundamentalmente a través de la ilegalidad y la coacción, pero lo hará.

El caso de Venezuela podría encaminarse peligrosamente a una fase de descomposición en la que han caído con antelación otros regímenes autocráticos. Esa en la que entes como la Organización de Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea y distintos grupos de la “comunidad internacional” democrática se conduelen del sufrimiento que propician tiranías como la cubana o la norcoreana, pero no arriesgan mayores recursos para intentar resolver sus entuertos.

Es la triste fase en la que brillan los comunicados públicos “lamentando” o “rechazando” las violaciones a los Derechos Humanos que allí se producen, pero no ocurre mucho más que eso. A fin de cuentas, es una mera formalidad.

Maduro apuesta a resistir, a reinar sobre la ruina de lo que alguna vez fue un país modelo para la región y una de las pocas democracias establecidas en una Latinoamérica azotada de cabo a rabo por dictaduras militares.

El tirano piensa hacerlo fundamentalmente a través de la inercia que impone la normalidad de su presencia y la del chavismo al frente de los destinos de Venezuela, así esto no le guste a la mayoría.

En medio, por supuesto, está esa mayoría de venezolanos sufriendo y haciendo maromas para sobrevivir mes a mes y renegando incluso de quienes dicen oponerse a Maduro con una consulta popular como mecanismo de lucha, pues no ven en ellos un referente alternativo al engaño chavista. 

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