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ESTA ES LA HISTORIA QUE PRECEDE AL FRAUDE DEL PRÓXIMO 6 DE DICIEMBRE

Venezuela sin Congreso, sin Pavía y sin caballo

Nunca un episodio ficticio ha sido más interesante –para muchos– como el famoso bulo histórico que da cuenta de la entrada a caballo del General Manuel Pavía en las cortes españolas de la Primera República, la mañana del 3 de enero de 1874.

El suceso, que no incluía héroe a caballo mas sí una acción arbitral de importancia histórica, ha quedado en la memoria colectiva de muchos españoles como real, quizás porque como hispanos nos es mucho más fácil pensar en los hechos a través de la imagen del héroe que actúa con la solemnidad de las estatuas ecuestres, de sable desenvainado y en alto.

Dejando claro que estoy prevenido sobre la falsedad del momento ecuestre, reivindico la figura de Pavía y su acción contra el Congreso republicano de la época –en función del orden y la tranquilidad pública– para aproximarme a las elecciones que el próximo 6 de diciembre tendrán lugar en Venezuela para renovar el parlamento.

Parto del recuerdo de Pavía, para entrar en el recuerdo del Parlamento Venezolano, asesinado un aciago día de 1999, a manos de las huestes del chavismo y sus engendros falsos opositores.

La muerte del Parlamento venezolano

El chavismo tuvo claro, desde el principio, que el poder para ellos era completo, sin frenos ni fiscalizaciones previas o posteriores. Así, desde el principio de su postura, promoviendo la convocatoria a una Asamblea Constituyente como parte de su campaña electoral, expusieron ante el país su intención de no contar con el Parlamento que se elegiría un mes antes de las elecciones presidenciales.

Fue un momento extraño. Hugo Chávez quería ser presidente, producto de las elecciones del 6 de diciembre de 1998. Pero un mes antes, el 8 de noviembre, habría elecciones de gobernadores y del Congreso Nacional. Esa división de las elecciones, que debían ser conjuntas, fueron la última carta que se jugaron los partidos tradicionales para salvarse: querían evitar a toda costa que el aluvión de votos a favor de Chávez, le diera el control absoluto del Congreso, prefiriendo que el peso de la elección parlamentaria descansara en los hombros de los liderazgos regionales, en su mayoría identificados con el establishment que Chávez quería derribar.

Pero a pesar de esa jugarreta, y aunque él vendía la idea de que el Parlamento debía desaparecer para darle paso a una Asamblea Constituyente, Chávez presentó candidatos al Congreso.

Por ninguna parte de la constitución vigente para la época, la promulgada en 1961, se establecían mecanismos para la convocatoria de una constituyente. Tampoco una “hoja de ruta” para la transición entre un orden constitucional y otro, de ser el caso.

Cuando aquel 8 de noviembre se dieron los números que las urnas reflejaban, se veía un muro de contención lo suficientemente claro y nítido como para tener esperanzas en un freno a las ambiciones de Chávez: las fuerzas chavistas no lograron aprobar el examen de esta elección. Sus oponentes se quedaron con la mayoría de los escaños en ambas cámaras.

Las razones por las cuales ese electorado posteriormente decidió ir a votar masivamente por Chávez, quedan para otra ocasión. Pero los resultados fueron, al final, extraños: un presidente electo por más de la mitad de los votos nacionales frente a un parlamento conformado en un 60% por sus oponentes.

Privaron las viejas costumbres de los pactos de caballeros, para que se permitiera al chavismo presidir el congreso. Así, un coronel chavista, Luis Alfonso Dávila, llegó a presidente del parlamento, mientras que un joven e inexperto niño rico caraqueño llegaría a presidente de la Cámara de Diputados: era Henrique Capriles, electo en las listas del tradicional partido socialcristiano Copei.

Fue ese el primero de una larga lista de errores. El siguiente fue permitir que Hugo Chávez se invistiera con el cargo de Presidente, burlando el juramento de ley al eludir decir el reglamentario “Sí, juro” posterior a los deberes que iba a cumplir, prefiriendo la profanación del “juro sobre esta moribunda constitución…”.

En cualquier parte del mundo, un Congreso digno habría impedido que se vulnerara el primer acto de un gobernante, que es jurar su cargo. Pero la Venezuela que llevó al chavismo al poder estaba completamente rendida: lo aceptó el presidente saliente, Rafael Caldera, lo aceptó el presidente de la Cámara de Diputados Henrique Capriles y lo aceptaron todos los parlamentarios presentes. Ninguno hizo siquiera el amago de irse, para no convalidar dicha violación.

A nadie sorprendió entonces que, recién electa la Constituyente en julio de 1999, el chavismo exigiera al Congreso que se rindiera y se declararan de vacaciones.

Ese Congreso, que ante la urgencia republicana que se vivía más bien debió declararse en sesión permanente en defensa del orden establecido, decidió suicidarse. Acordaron las vacaciones “hasta octubre de 1999”, pero nunca se reincorporaron. Ni los viejos caudillos como Henry Ramos Allup, jefe de la bancada de su partido, ni la generación de relevo con Henrique Capriles se dieron por enterados de la urgencia.

Unos, pidieron su jubilación. Otros, empezaron a preparar su futuro dentro del sistema que el chavismo arrancaba a construir.

Y de allí hasta acá, hay poco que explicar.

Legislativo ornamental

Aquella Constituyente le reservaría al poder legislativo los peores destinos que se pudiesen imaginar. En principio, el parlamento había sido estigmatizado por el chavismo como una institución que estorbaba a la marcha del país, lleno, según ellos, de vagos y maleantes que cobraban un sueldo por simular que legislaban.

Basados en eso, en el tema de la reducción de personal, impusieron la tesis del parlamento unicameral. Nacía así la joya del sistema chavista: el parlamento que no legisla, ni controla, ni intercede ni equilibra. Para que no quedara dudas de la receta cubana, se le nombró de la misma manera que al parlamento unicameral de la isla: Asamblea Nacional.

Murieron así en Venezuela las normas básicas del ejercicio de la política, que mantenían en el parlamento el equilibrio que la sociedad reclamaba e imponía a través del voto. Nunca más hubo representación proporcional de las minorías ni debates de fondo sobre las materias de especial necesidad.

Las interpelaciones a los ministros, se convirtieron en larguísimos “derechos de palabra” que más parecían una rueda de prensa. No tuvieron nunca más los representantes del ejecutivo el deber de contestarle a los parlamentarios. Las comisiones especiales de investigación, se convirtieron en recuerdo, en un país donde nadie podía investigar al poder.

Y como si todo eso fuese poco, al Presidente de la República se le ocurrió que lo  ideal era gobernar por decreto. Así, le pidió al parlamento todas las leyes habilitantes que se le ocurrieron, para gobernar por decreto y convertir al parlamento en un simple y sencillo comité de beneficencia para la manutención de 168 parlamentarios sin hogar.

De forma ininterrumpida ese ha sido el panorama parlamentario venezolano desde 1999. Y eso no cambió con la llegada de la oposición a la mayoría parlamentaria de 2015. Por el contrario, empeoró.

No hay Pavía ni caballo

Merecería la pena un arbitraje de facto para un régimen que se decidió a disolver al parlamento. En este caso, no sería para que el Congreso se rindiera, sino para que se negara a rendirse y cumpliera con sus deberes. Eso, podría decir cualquier desprevenido con el sistema chavista.

Pero sucede que el chavismo no es una organización política. Tal y como lo he dicho en esta tribuna como principios básicos de aproximación a la política venezolana, no hay en el chavismo nada de fuerza política. Ni hay en Venezuela escenario de acción política para expulsar al chavismo del poder, ni hay una oposición genuina organizada para tal fin.

Pierdan toda esperanza en estas elecciones chavistas. No se juega allí ni el destino de una Nación, ni siquiera el destino del parlamento. El sistema chavista no le da al Poder Legislativo las atribuciones que en el resto del mundo el poder legislativo posee. Lo que tendremos será una simple puesta en escena de máquinas, consignas, discursos y posturas, que darán como resultado unos números que nadie auditará, que nadie dará por ciertos y que resultarán el lo de siempre: el régimen gana y se impone sobre todos los demás sin que se les pueda detener o el régimen pierde y se impone sobre todos los demás sin que nadie los pueda detener.

Es el lamentable panorama que nos deja el camino de seguir por la vía política contra una organización del crimen transnacional, contra la que bien valdría un Pavía, ecuestre o pedestre, capaz de decir con las armas y no con los argumentos, lo que se requiere: una casta criminal enquistada en el poder debe ser expulsada a la fuerza, para poder restaurar la República, la democracia y ver el regreso, ahora sí, de elecciones confiables y valederas.

Lo demás, es ficción.

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