Un viejo maestro del Periodismo decía una vez a sus discípulos que las cuestiones políticas complicadas tratáramos de explicárselas a un marcianito. Es decir, que escribiéramos como si el lector no tuviera ni idea de lo que estamos hablando y le tuviéramos que llevar de la mano por el planeta Tierra para entender lo que está pasando.
Sinceramente, aquí quiero ver a ese viejo maestro, porque lo que ha pasado los últimos dos días en el Parlamento español no lo iba a entender ni un marciano entregadísimo y receptivo.
Los antecedentes de la moción de censura presentada por VOX, la formación liderada por Santiago Abascal y tercera fuerza en el Congreso de los Diputados tienen todo que ver con la existencia al frente de los designios de España de un Gobierno Frankenstein entre socialistas y comunistas bolivarianos (el partido Podemos) con el apoyo de separatistas catalanes, nacionalistas vascos, hiperregionalistas cántabros, y turolenses y, lo que le haría estallar la cabeza al marcianito, con el «sí» del partido político Bildu, heredero de Batasuna, el brazo político de la banda terrorista ETA que durante 50 años dejó miles de heridos, decenas de miles de exiliados y asesinó con bombas-lapa y tiros en la nuca a 856 españoles, incluidos politicos del PSOE, el partido al que ahora apoyan y que, es lo peor se deja apoyar por los filoetarras.
Este Gobierno Frankenstein, con ser una mala noticia para España, es una pésima realidad objetiva porque es el que han tenido que soportar los españoles al frente de la respuesta al virus chino llamado Covid-19 y que ha dejado, entre otras miserias, un rastro de más de 58.000 muertos, un millón de contagiados, decenas de miles de empresas destruidas y un Estado de Alarma que todavía domina la irreductible Comunidad de Madrid (gobernada por los centristas del PP y los liberal-progresistas de Ciudadanos con el apoyo puntual de VOX, la formación que lidera Santiago Abascal).
Durante los primeros meses, la acción del Gobierno fue caótica y falaz con un filósofo al frente del Ministerio de Sanidad y un médico que no es doctor al frente de las operaciones. El Gobierno, con esos mimbres, primero negó la pandemia para que pudera celebrarse un akelarre feminista en las calles de Madrid; luego negó la efectividad de las mascarillas quirúrgicas para detener el contagio (luego reconocieron que esa negativa era táctica porque en realidad no había mascarillas) y validó todas sus decisiones agitando un supuesto Consejo Asesor Científico del que luego se supo que jamás existió. Y ahí siguen. Sin una dimisión.
No me hagan hablar de las ayudas económicas para paliar el desastre económico y laboral que supuso el confinamiento y que todavía hay españoles que no han cobrado, ni cobrarán. Si quieren saber de lo que les hablo, vayan cualquier día a un comedor social de la Orden de Malta (por ejemplo). Cuando antes sus magníficos voluntarios preparaban doscientas comidas al día para personas en situación de necesidad, ahora dan cuatrocientas. Se ha doblado la pobreza en sólo nueve meses. Y el futuro inmediato de toques de queda y restricciones al comercio es, sin duda, peor. A lo mejor la Orden de Malta tiene que empezar a preparar más de 600 comidas).
En resumen, el Gobierno Frankenstein español y un superado Estado autonómico (en España hay una descentralización parecida, si no igual, a la de un Estado federal) dieron la peor respuesta a la pandemia en todo el mundo. Cifras cantan. Si lo niegas es que eres de los que te crees que esa mentira alucinante de que España es el segundo país del mundo con más desaparecidos por detrás de Camboya.
En pleno verano, la formación VOX, que hasta hace dos años no tenía representación en el Congreso español y que ahora es la tercera fuerza parlamentaria por detrás del PSOE y del Partido Popular de Pablo Casado, anunció la presentación de una moción de censura después de la negativa de Casado a presentarla en el ejercicio de su condición de líder de la Oposición.
La moción, sin duda, estaba condenada al fracaso… numéríco. VOX, con sus 52 diputados, sólo podría sumar, si acaso, los 92 del Partido Popular y quizá el de algún diputado honrado de pequeñas formaciones regionales conservadoras como la Unión del Pueblo Navarro o el Foro Asturias. De Ciudadanos, la formación naranja que asombró a España —aliados del presidente francés Macron— y al que su veletismo ha colocado al borde de la desaparición, no se esperaba nada, o por lo menos, poco. No defraudaron.
El pasado miércoles, uno de los diputados catalanes de VOX, Ignacio Garriga, defendió la moción de censura en un discurso institucional y solvente en el que presentó la candidatura de Santiago Abascal a la presidencia del Gobierno. El discurso político de Abascal que siguió al de Garriga fue alabado por la práctica totalidad de la prensa conservadora (si es que tal cosa existe): consistente y sincero, aunque se reprochó su antieuropeísmo (?).
Uno tras otro, todos los grupos políticos de Oposición… a VOX, subieron a la tribuna del Congreso para rechazar en los términos más duros (ultraderecha, franquista, racista, xenófobo, homófobo y otras decenas de etiquetas), la posibilidad de unirse a la moción de censura. Todo lo esperable. Los brazos, las piernas y el cerebro del monstruo de Frankenstein siguen unidos con fuertes puntos y algún que otro tornillo caído (Teruel Existe).
Pero lo que no sé si voy a poder explicarle al marcianito es lo que ocurrió en la mañana del jueves cuando el hasta entonces líder de la Oposición al Gobierno, el popular y todavía joven Pablo Casado, se arrancó con un discurso mucho más duro que el pronunciado por cualquier otro grupo parlamentario (salvo el de los proetarras, que no lo escuché, aunque sí que presté atención a la respuesta de Santiago Abascal que consistió en leer la lista de asesinados por la banda ETA. Desde el guardia civil José Pardines, en 1968, hasta el gendarme Jean Serge Néin, en 2010. 856 nombres que no deben permanecer en el olvido y que estarán, gracias a Abascal, para siempre en la memoria del Diario de Sesiones del Parlamento español.
Pablo Casado, —líder una formación histórica que hasta 2014 fue el refugio de los conservadores españoles y que hoy es un partido-dormitorio de autodenominados ‘reformistas’ y ‘modelogestionarios’—, con un tono de una altísima beligerancia, acusó a VOX de urdir una política «de destrucción. VOX es el partido del miedo, de la ira, del rencor, de la revancha y de la involución frentista». Jamás se escuchó hablar a Casado en esos términos y en ese tono airado del Gobierno Frankenstein, pero no quedaba ahí la cosa.
El líder del PP, buscando desesperadamente el centro moderado y dejando toda la derecha —la reacción— a VOX, arremetió personalmente contra Santiago Abascal, un viejo amigo de Casado. «Usted sólo trae problemas, fractura e inestabilidad a los españoles. No es que no nos atrevamos, sino que lo que ocurre es que no queremos ser como usted, porque no queremos ser como usted, así de sencillo». Casado también recurrió a un viejo mantra socialista, el de recordar que el presidente de VOX ya ocupaba cargos públicos «cuando yo todavía estaba en el colegio», que es otra forma de acusarle de político profesional que sólo vela por sus intereses y no por el bien general. Como si Casado no llevara en política desde los 26 años como diputado y antes como presidente de Nuevas Generaciones del PP. No sé si me explico, marciano, pero te aclaro que VOX es un partido que, con aciertos y errores (nadie es perfecto), defiende valores constitucionales como la Monarquía, la separación de poderes, la independencia judicial, el derecho de los padres a elegirla educación de sus hijos, el control presupuestario y, por supuesto, la indisoluble unidad de la nación española. Ahí está la mayoría de los españoles.
Casado, con cierta preocupación, había ordenado disciplina de partido a sus diputados para que votaran No a la moción de VOX. Algo lógico si se tiene en cuenta que un día antes, ni un solo diputado del PP sabía qué tenía que votar al día siguiente, y algo de cajón cuando todas las encuestas señalaban que más del 80 por ciento de los votantes del Partido Popular insistían en que Pablo Casado votase Sí o, como mal menor, que se abstuviese.
Con su discurso, Pablo Casado incendió los puentes entre las dos formaciones, pero Santiago Abascal, aunque «perplejo» por la contundencia despectiva de su antiguo amigo, mantuvo la sangre fría y echó un cable sobre el puente por si hubiera posibilidad de reconstruirlo. El líder de VOX, aunque sorprendido por la ingratitud de casado, le confirmó que no dejaría caer los gobiernos regionales de PP y Ciudadanos —Andalucía, Murcia y Madrid, además de decenas de ayuntamientos—que cuentan con el apoyo de VOX, aunque mostró su pesar por «la desesperanza» que la decisión del líder popular provocaba con su discurso a millones de españoles.
Si había alguna duda de que la posición de Pablo Casado iba a ser difícil de entender por los votantes del Partido Popular, esta se disipó cuando el vicepresidente del Gobierno, el chavista Pablo Iglesias, pidió el uso de la palabra para felicitar a Pablo Casado «por su extraordinario discurso», aunque le auguró que su negativa a VOX le pasaría factura de acuerdo a las encuestas realizadas entre votantes del Partido Popular. Hasta un reloj estropeado dice la verdad dos veces al día.
Santiago Abascal, antes de que comenzara la votación que finalizó con 52 votos a favor (los diputados del Grupo Parlamentario VOX) y 298 en contra (todos los demás), sentenció que «aunque algunos españoles han podido caer en la desesperanza, deben saber que no están solos. Son cada vez más los millones que están comprometidos con la unidad de España que atacan pactando con separatistas, la defensa del Estado de Derecho y la separación de poderes que ustedes atacan. Los españoles, hartos de las mentiras contra VOX y las estigmatizaciones, pueden estar seguros de que les seguiremos representando».
Y entre estas y otras cosas, como la constatación de que el liderazgo de la Oposición lo tiene ahora VOX, hasta aquí puedo leer, marciano. Espero haberme explicado lo mejor posible.