«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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SU FIGURA SE ENGRANDECERÍA

¿Y si Trump no lo consigue?

Todo está bien. Todo el mundo sabe que Trump ha ganado las elecciones y todo el mundo sabe que los demócratas se han lanzado al fraude masivo. Todo el mundo. Si alguien le dice lo contrario, miente.

Asegurar que no ha habido fraude es absurdo porque en todas las elecciones norteamericanas lo hay, aunque sea anecdótico y no vaya a cambiar el resultado final: el sistema lo pide a gritos. No es nada nuevo. Lo único nuevo es la magnitud, absolutamente masiva, y el descaro. Si Trump va ganando en Pensilvania y apareces con 23.277 papeletas recién ‘encontradas’ y quieres que cuele, no haces que las 23.277 sean para Biden. Salvo, naturalmente, que no te importe en absoluto que se sepa, que es mi teoría.

¿Y por qué no? Quiero decir, si de verdad crees que Trump es “peor que Hitler”, como no es difícil leer en redes sociales, ¿quién no vería justificado impedir que gobierne a cualquier precio? Por eso es normal que muchos antitrumpistas vean lo mismo que ve todo el mundo y mientan con toda la boca y la conciencia tranquila.

Trump, naturalmente, va a dar la batalla y ha reunido un escuadrón de abogados con los que planea caer sobre Filadelfia y llegar, si hiciera falta, al Supremo, que para algo lo ha dejado como un sanluis, con sus tres nominados y el juez Thomas. Y, sin embargo…

… Y, sin embargo, no sé, algo me dice que sería un error llegar así a la Casa Blanca. Antes de que me tiren piedras, permítanme explicarme, empezando por una advertencia: no estoy nada seguro, en absoluto, de esta intuición. Entiendo que es desde el poder donde se pueden cambiar las cosas, que los demócratas van a maniobrar cuando lleguen para asegurarse de que no vuelven a perder el control y que la cosa puede ponerse muy, muy difícil para el americano del ‘flyover country’.

Pero consiéntanme pensar en alto un momento.

Trump no ha hecho nada estos cuatro años. Oh, sí, ha dejado una situación económica de dulce y no se ha lanzado al entretenimiento favorito de todo presidente americano, que es el de bombardear alguno de esos países que ni un americano entre diez sabe localizar en el mapa. Bien por él. Pero será herencia que deja a los demócratas, nada más.

Cuando digo que no ha hecho nada es que no ha empezado siquiera a ‘drenar la ciénaga’, probablemente la promesa más esperanzadora de su programa. Toda la estructura está intacta. Los jueces de distrito, una proporción no despreciable de los cuales ‘nombrados’ por Soros, siguen operativos y dispuestos a torpedear cualquier iniciativa de la Casa Blanca que no les guste.

Las tecnológicas, pese a las amenazas de bravucón de Trump, han salido del rifirrafe sin un rasguño, sin que se les aplique regulación perjudicial alguna y controlando el discurso público.

Los grandes medios pueden seguir vendiendo ‘tramas rusas’ al por mayor impunemente.

Los servicios de inteligencia pueden seguir haciéndose los listos a expensas de Trump.

Black Lives Matter y Antifa -pese a lo que anunció el presidente- no han sido registrados como organizaciones terroristas y seguirán con sus algaradas ‘mostly peaceful’, como llaman los cronistas de CNN a sus aceifas de pillaje, incendio, violencia y destrucción, próximamente en su propia ciudad.

La administración sigue con más topos que un sembrado, sin que el presidente pueda nombrar un ministro que no le aseste la puñalada en cuanto se dé la vuelta o le ponga palos en todas las ruedas.

Es decir, todo está como estaba, de modo que la cosa puede seguir avanzando hacia el abismo al ritmo normal, y el trumpismo habrá sido un mero retraso de cuatro años (¡gracias por la economía, majo!) sobre el horario previsto. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas.

El segundo mandato suele ser otra cosa. Tendría las manos más libres, habría aprendido de la experiencia y podría ponerse manos a la obra. Pero, ¿puede hacer eso después de haber llegado a la Casa Blanca por sentencia judicial, de la mano de un ejército de abogados? El ‘not my president’ ha sido constante estos cuatro años. ¿Qué será cuando puedan considerarle ‘ilegítimo’ por la forma de alcanzar el poder?

En este último siglo, año arriba, año abajo, ha pasado una cosa muy divertida: izquierda y derecha han intercambiado sus posiciones sin cambiar un ápice sus actitudes. La izquierda -el progresismo- gobierna omnímoda sobre el terreno pero mantiene su ‘look & feel’ de rebelde malote, su retórica de resistencia y barricada, su pretensión de contracultura y sus excusas para recurrir a vías poco ortodoxas de procurar el poder.

La derecha, en cambio, pierde en todos los frentes, se ve literalmente desposeída de cualquier poder o influencia, y actúa como si mandara, con su amor por la ley y el orden, su pánico a las escenas, su respeto a las reglas del Marqués de Queensbury. No sé, pero a estas alturas quizá sería cuestión de preguntarse si queremos seguir perdiendo un siglo más.

Ahora, imaginen que a Trump no le sale bien esta jugada. Imaginen que Biden es investido, le dimiten a los seis meses “por motivos de salud” y preside Kamala Harris, casi tan odiosa a primera vista como Hillary Clinton. ¿Por qué no podrían los trumpistas tomar la calle, tomar el espacio de la izquierda, la protesta insoportable y continua?

Podrían recordar a toda hora que han llegado a la Casa Blanca mediante un fraude descarado, repitiendo hasta que lloren vídeos, fotos, diagramas, cuadros y cifras. Podrían adoptar la desobediencia civil masiva, podrían boicotear el gobierno ilegítimo.

La figura de Trump se engrandecería por días. La gente solo recordaría lo bueno, y con su trágica y desleal derrota se convertiría en un poderoso símbolo, mucho mejor aún que el presidente que fue. Se enfrentó a todos, resistió en solitario, y solo pudo ser derrotado con la traición y el juego sucio. Eso es muy potente. Y el trumpismo sin Trump podría arrasar en las siguientes elecciones y en las midterms al Senado y al Congreso.

En cualquier caso, la ciénaga que hay que drenar es mundial, y quizá sea necesario un revulsivo que haga despertar al común, a quien la victoria de Trump enseñó que ni está solo ni está loco ni es imposible lo que pretende.

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