La victoria de Donald Trump no puede sorprender a nadie que haya seguido estas Crónicas del Atlántico Norte durante los últimos meses, que aquí hemos traído a bailar decenas de firmas de analistas conservadores que han ido radiografiando tanto el ascenso del ganador como el hundimiento de la perdedora Kamala Harris.
En los análisis postelectorales, resulta de interés la variedad de apuntes que encontramos en National Review, medio conservador no siempre demasiado entusiasta hacia Trump, pero quizá uno de los que mejor ha ido contando la muerte anunciada de los demócratas. «Se pueden señalar mil razones por las que Donald Trump y los republicanos del Congreso ganaron, o, más específicamente, por las que los demócratas perdieron», es significativo el comienzo del análisis de Judson Berger en National Review. «La negativa de Joe Biden a abandonar su candidatura a la reelección desde el principio», prosigue, «la elección de Kamala Harris como vicepresidenta, su incapacidad para articular en qué se diferenciaría del presidente en ejercicio, la frontera, el crimen, la inflación, Afganistán y la absoluta impopularidad de cualquier forma que se quiera describir lo que comúnmente se conoce como conciencia y todas sus ramificaciones en los asuntos corporativos, académicos y gubernamentales». «Todos estos factores cuentan la historia, o parte de ella», concluye.
Si las izquierdas y el caldo mainstream mediático han quedado noqueados y sorprendidos es porque creían que todo lo que hicieron contra Trump debía ser bastante para derribarlo. «Dos juicios políticos, una guerra judicial incesante e innumerables acusaciones penales», recuerda Daniel McCarthy en The American Conservative, «dos intentos de asesinato y un coro incesante de los medios de comunicación más poderosos del país que lo calificaban de fascista no pudieron detenerlo». «A pesar de toda esa adversidad, Trump no ha hecho más que fortalecerse», señala, y ahí está la clave. No es fácil saber si Trump ha ganado a pesar de todo eso, o gracias a todo eso.
En el otro lado de la balanza, la crisis de los demócratas, la conclusión del artículo de James W. Carden en la misma revista es tan simple como definitiva: «Los demócratas de todo el país están tomando conciencia de lo que quizás, en el fondo, siempre supieron: Kamala Harris nunca fue la respuesta».
Si en las columnas de estas semanas encontramos puñaladas para todos, el más original tal vez sea abofeteando a los extremistas del centro: «No hace falta ser partidario de Trump para haber sentido un placer descomunal al ver cómo los sensibles centristas — las personas más insensatas e insufribles de la vida pública — se daban cuenta de que Trump iba a volver a echar por tierra sus presuntuosos pronósticos».
Slater recuerda que Harris se postulaba para arreglar el país que ella misma había estropeado: no podía resultar demasiado convincente. «Los demócratas pusieron a Harris, que aparentemente no tiene idea de lo que piensa sobre nada, y mucho menos de lo que está haciendo, y habla como generador de mensajes de Hallmark que funciona mal», añade. Después vinieron los intentos de vender «alegría» y una sucesión de estrategias que parecían tomar por rematadamente idiotas a sus propios votantes.
«Cuando todo lo demás falló», concluye, «los demócratas recurrieron a su estrategia favorita y segura: difundir sueños febriles histéricos sobre que Trump es la segunda venida de Adolf Hitler y criticar al electorado como escoria por siquiera pensar en votar por él». ¿Qué podía salir mal?
R. Emmet Tyrrell lleva tiempo asegurando que ganaría Trump, al veterano analista no le cabía la más mínima duda. En opinión del fundador de The American Spectator, hay dos momentos clave en la campaña: «su genialidad al ponerse un delantal de McDonald’s para dar vuelta las hamburguesas», y llegar «al meollo del problema económico al reflejar la perspicaz pregunta de Reagan sobre si estás mejor que hace cuatro años».
Cree el autor que este mandato de Trump estará marcado por la libertad y encuentra una y otra vez el espíritu de Reagan en los nuevos matices del trumpismo: «Donald Trump está a favor de la libertad, el más preciado de los valores estadounidenses», escribe en conclusión, viendo también en el resultado electoral la mano invisible de la Providencia, «también lo estaba Ronald Reagan. Trump tiene más dones que desplegar para impulsar a Estados Unidos hacia una mayor gloria, a través de su energía ilimitada y su voz resonante, ambos dones de Dios, quien seguramente tuvo algo que ver en esta avalancha que estamos presenciando».