En junio, 16 economistas galardonados con el premio Nobel evacuaron una cartita coral contra un segundo mandato de Trump, anunciando toda clase de cataclismos económicos mundiales. Quizá leí demasiado rápido pero no encontré nada en la carta sobre la tenebrosa inflación de Biden, ni su pésima gestión económica, o en cualquier otro ámbito que se mire. Bruce Giley explica en The Federalist que la carta de marras es, «si nos basamos en el pasado», «probablemente el respaldo más poderoso a la presidencia de Trump hasta el momento».
«Los autores de las cartas no son socialistas. Como todos los buenos economistas, saben que el libre comercio, los mercados libres, la moneda sólida y los presupuestos equilibrados son, en general, una buena idea. También saben, como saben los buenos economistas, que los políticos deben intervenir de vez en cuando para mantener a flote el buen barco del capitalismo —explica—, ahí es donde las cosas se complican. Los economistas no saben cómo pensar en la compleja interacción entre política y economía. Como resultado, tienden a recurrir a una simple regla de oro: confiar en el gobierno cuando está dirigido por tecnócratas de centroizquierda como ellos. Si hay populistas involucrados, se oponen incluso si los resultados serían buenos. No se dan cuenta de que los populistas de derecha suelen ser mejores administradores de la economía que los tecnócratas de centroizquierda o los populistas de izquierda».
Recuerda además el autor que «en 1986, cuando el presidente Reagan estaba usando sus habilidades populistas para obligar a Japón a reducir las barreras proteccionistas, un grupo de 12 premios Nobel pidió al presidente», en una iniciativa similar, que «resistiese las presiones para adoptar medidas proteccionistas»; «Reagan era un ferviente defensor del libre comercio, pero también entendía mejor que los economistas la política de reducción de las barreras comerciales». «Cabe señalar —concluye— que los economistas también han dado la voz de alarma sobre los populistas de derecha, como el actual presidente populista libertario de Argentina, Javier Milei, y la ex primera ministra conservadora populista británica, Liz Truss. El Reino Unido está a punto de descubrir cuánto deseaba que Truss hubiera sobrevivido a su batalla con los mercados, mientras que el FMI espera que la dura medicina de Milei reduzca la inflación de Argentina del 250 por ciento este año al 60 por ciento el año próximo».
Acaba de conocerse el informe de empleo de junio en Estados Unidos. Bradley Devlin lo expone en The American Conservative con imparcialidad, señalando que «aunque el mercado laboral parece encaminarse hacia una desaceleración, las cifras son bastante sólidas teniendo en cuenta el entorno de altas tasas de interés». Sin embargo, concluye con algo que sin duda resonará en el entorno del presidente durante las próximas semanas: «La verdadera pregunta es: ¿son estas cifras lo suficientemente buenas como para salvar al presidente Joe Biden en noviembre? Pero una economía estadounidense que apenas avanza no es la mayor preocupación del presidente en este momento».
Uno de esos problemas es la traición persistente a los principios fundadores de la nación. «Casi dos siglos y medio después, este equilibrio de poder cuidadosamente construido ha sido trastocado por un ejército de burócratas federales, que han usurpado el poder que nuestros Fundadores dieron a nosotros, el pueblo a través de sus representantes», recuerda Brad Wenstrup en National Review. «Las agencias federales han ido apoderándose poco a poco de los poderes otorgados al Congreso y al pueblo estadounidense a lo largo de los años, emitiendo normas que distorsionan el significado claro de nuestras leyes y eludiendo repetidamente la supervisión del Congreso». «Esta regla impuesta por decreto ejecutivo —añade— amenaza los derechos y las libertades de nuestros innovadores, las pequeñas empresas, la industria energética, los cazadores y pescadores, los pacientes y los médicos, y todos los estadounidenses».
«Las agencias federales reciben financiación de los contribuyentes estadounidenses y deben rendir cuentas ante nosotros —concluye— hace tiempo que el Congreso debería reafirmar los poderes que nos dieron los Fundadores y exigir responsabilidades a las agencias. Si no cumplen la ley, el Congreso debería retenerles la financiación y las agencias deberían esperar represalias. Si los agentes del Gobierno Federal violan la ley, deberían lamentarlo». Interesante planteamiento del autor, también en esta hora triste de perversión de lo público y gubernamental en España. Sí, deberían lamentarlo, deberían arrepentirse.