La izquierda posmoderna, ya lo sabes, ha perdido la cabeza. Su agenda cultural está repleta de locuras para micro-minorías con propuestas de acción política que hacen arrugar la nariz incluso al más entusiasta. Malos tiempos, en realidad, para militar en las filas del socialismo. Lo ha visto muy bien Bradley Devlin en The American Conservative al detectar el movimiento de timón del Partido Republicano, de defender la etiqueta de «conservador» a defender la del «sentido común». Tal vez haya un camino interesante por explorar ahí.
«Otros han sugerido que la izquierda, con su agenda de niños trans, educación esencialista racial y aborto a demanda, está librando una guerra contra la normalidad, y el Partido Republicano es el único partido que se mantiene firme en esa brecha», escribe. «¿Es la derecha estadounidense, en esencia, contracultural o es la expresión natural de la tradición política estadounidense?», se pregunta, «Desde Hollywood hasta Harvard, desde el sindicato United Auto Workers hasta las empresas de Wall Street, el liberalismo está al mando. La única manera de recuperar esas instituciones, creen estos comentaristas, es mediante actos de infiltración o subversión radical: deponer o destruir. La izquierda es la máquina. Estar a la derecha significa enfurecerse contra ella».
No es un asunto menor que la izquierda esté al mando en todo aquello que puede dirigir la opinión pública. «El lunes, The Post informó de que la herramienta de IA de Meta estaba difundiendo desinformación sobre el intento de asesinato del 13 de julio contra la vida de Donald Trump en Butler, Pensilvania, calificándolo de ‘ficticio’ y ofreciendo pocos detalles verdaderos (y muchos evidentemente falsos)», relata un editorial de New York Post. «Todo ello mientras se ofrece abundante información sobre la campaña de la vicepresidenta Kamala Harris. Por supuesto, esta no es la primera vez que las grandes tecnológicas se equivocan con los datos, pero los errores siempre parecen favorecer a un lado: la izquierda». Conviene tenerlo en cuenta. Y denunciarlo, siempre.
«La izquierda no oculta la necesidad de que su agenda cultural se imponga desde arriba», de nuevo Devlin, «los padres no tienen derecho a saber lo que sus hijos aprenden en el aula, y mucho menos la transición de género de sus hijos», a fin de cuentas, porque «sabe que el pueblo estadounidense nunca lo hará por su cuenta»; de modo que «favorecer los intereses de la gente normal parece una buena manera de que el Partido Republicano gane elecciones».
Y luego está la habilidad del líder para aunar a las diferentes familias conservadoras. A Trump no se le ha dado mal. «Donald J. Trump no es católico», apunta S. A. McCarthy en The American Spectator, «pero sí designó a una Corte Suprema de mayoría católica que revocó el desastroso fallo Roe v. Wade. Su política de inmigración está en consonancia con las enseñanzas de la Iglesia católica sobre la soberanía nacional y la identidad cultural. Ha condenado la persecución de los católicos tradicionales por parte de la actual administración. Los católicos estadounidenses se están uniendo cada vez más en torno a Trump y sus políticas sensatas». Por el contrario, «la vicepresidenta es manipuladora, políticamente astuta y, a pesar de su crónico síndrome de meter la pata, es una amenaza viable para los principios católicos y, de hecho, para los cristianos en todo el país».
En realidad, el abanico de posibles votantes de Trump se amplía a medida que se profundiza en el análisis del candidato. Lo hace Peter Tonguette en The American Conservative en un detalle aparentemente nimio, como los gustos musicales y su estética cultural, pero que ayuda a forjarse una imagen más completa de él. «Donald Trump es una figura agresivamente convencional y desafiantemente centrista: en sus gustos culturales y estéticos, Trump es posiblemente uno de los últimos tribunos de la cultura estadounidense de clase media, que alcanzó su apogeo en algún momento del siglo pasado y que posiblemente esté extinta en el actual».
«En un mundo asediado por Lady Gaga y los Swifties», concluye el autor tras comentar las elecciones musicales más frecuentes en los actos públicos del expresidente, «el hecho de que a Trump le guste una música tan abiertamente emotiva, melódica y totalmente disfrutable habla bien de él, algo que, en un registro mucho más grave y profundo, Melania Trump expresó en su carta al pueblo estadounidense tras el intento de asesinato contra su marido: en un punto de la carta, la ex Primera Dama se refirió a la ‘risa, el ingenio, el amor por la música y la inspiración’ de Trump. Ese ‘amor por la música’ seguramente representa uno de los vínculos más sinceros de Trump con el estadounidense promedio». La clase media. El sentido común. La normalidad. Hay un filón ahí, una mayoría electoral.