Hay un cierto consenso en torno a la idea de que la única posible tabla de salvación para Harris es sonreír y no decir nada. En cuanto abandona el discurso de la alegría, homenaje a la política cursi y al ombamismo más irrelevante, y saca a pasear propuestas reales, los republicanos se frotan las manos, y los demócratas se las llevan a la cabeza. El caso más sangrante: el control de precios. «La candidata Harris puede contar con el apoyo de los medios de comunicación —escribe James P. Pinkerton en The American Conservative— pero le convenía más centrarse en generalidades alegres, en lugar de en detalles políticos. Pero luego pisó un rastrillo, deliberadamente, con ese plan de control de precios. Era de esperar que los republicanos la reprendieran, pero el equipo de Harris no esperaba que los demócratas moderados también quisieran vomitar».
El autor indaga en las razones de tan estúpida propuesta, insinuando que podría ser algo estratégico para finalmente concluir que, en realidad, Harris tan solo ha sacado todo lo que lleva dentro, detrás de la máscara de la «alegría»: «Ella realmente es izquierdista. Después de todo, nació en Oakland, se crió en Berkeley y Canadá, fue a la universidad en Washington y luego completó su educación y comenzó su carrera en San Francisco. No hay muchos conservadores, o incluso moderados, que sigan esa senda». «No es de extrañar que fuera la senadora más izquierdista —prosigue— que en 2019 llevara a cabo una campaña presidencial de izquierda (de corta duración), que fuera la zarina de la frontera abierta y que dejara de lado a los simples liberales para elegir a un compañero de fórmula de extrema izquierda, Tim Walz».
Michael Goodwin detalla en el New York Post cómo los medios están promoviendo a una Kamala Harris «insubstancial, igual que Obama en 2008». «Un año después de que Barack Obama llegara a la presidencia, Sarah Palin, ex gobernadora de Alaska y compañera de fórmula de John McCain en 2008, preguntó en tono burlón a un grupo del Tea Party: ¿Cómo está funcionando todo eso de esperanza y cambio?», recuerda Goodwin, y hubo risas en el auditorio porque tan solo doce meses después del inicio de la Administración Obama, las sonrisas, el buen rollo y la esperanza, «habían reemplazadas por duros giros políticos hacia la extrema izquierda».
Recuerda el autor que su única gran aportación política, la única propuesta que ha vertido hasta el momento, es la polémica del control de precios, «algo que incluso los economistas demócratas denunciaron». «En otro paralelismo con Obama, Harris es birracial», añade, recordando que los medios que están promoviendo a la candidata son hoy más woke que antaño, e insisten en la idea de que es «racista y sexista incluso cuestionar su preparación».
¿Por qué no se atreve Harris a hablar de políticas concretas? «O bien no tiene ideas claras que perseguir —concluye Goodwin— o las tiene, pero no quiere que el público sepa cuáles son».
La revista libertaria Reason Magazine lleva semanas denunciando que los republicanos han abandonado la bandera de la libertad, lo que ha permitido a Harris venderse como «la candidata de la libertad». El único problema es que no es creíble. «¿Partido de la libertad?, se pregunta Liz Wolfe en Reason. «Los demócratas me dificultan tener un arma. Me dificultan conseguir una cocina de gas o usar el lavavajillas que quiero. El año pasado, los demócratas de mi ciudad intentaron implementar un impuesto sobre cada envío de Amazon que llega a mi puerta». La lista de políticas, impuestos, y atentados varios demócratas contra la libertad individual es interminable.
Varios intervinientes en la convención demócrata fingieron que una nueva forma de hacer política, sin dar tanto el coñazo al ciudadano, es posible. Y es posible, pero no con ellos. Aunque Wolfe considera un avance tal pretensión, después de ocho años en los que el Partido Demócrata «ha sido cooptado por la política de identidades, obsesionado con los pecados pasados de Estados Unidos en su propio detrimento», y admite también que «lamentablemente, todo es una farsa. No es que estos demócratas crean, en el fondo de su corazón, que hay que dejar en paz a la gente; es que quieren que intervengan las personas adecuadas, no las equivocadas. Quieren poder decidir qué causas son justas y correctas. Quieren definir en qué consiste una buena vida y utilizar el poder del Estado para imponerlo».