Elon Musk ha hecho muchas cosas brillantes, además de hacerse millonario. Siempre recordaremos por ejemplo su entrada con la podadora de sectarios en el corazón de Twitter. Pero también ha hecho cosas abominables. Y una de ellas, Neurolink, parece haber pasado sin pena ni gloria en el fragor informativo de la semana. No para John Daniel Davidson, que escribe en The Federalist: «La humanidad cruzó silenciosamente un umbral esta semana cuando Elon Musk anunció en X que la primera persona recibió un implante cerebral Neuralink«, «los usuarios iniciales de Neuralink, cofundador de Musk, serán personas que han perdido el uso de sus extremidades, dando un barniz de altruismo a lo que en realidad es un proyecto radical para fusionar humanos con máquinas».
«El objetivo es marcar el comienzo de un futuro transhumano mediante la creación de híbridos hombre-máquina que serán ‘superiores’ a los humanos naturales o no mejorados», prosigue. «¿Cómo será el futuro? Yuval Noah Harari, el espeluznante subordinado del jefe del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, tiene una idea. Una vez describió un futuro en el que una tecnología informática cada vez más poderosa creará una nueva clase masiva de lo que llamó ‘gente inútil’ a la que será necesario ‘mantener feliz con drogas y juegos de computadora’. Harari también ha dicho que el futuro traerá una nueva clase de lo que él cree que son seres sobrehumanos». «Lo que ofrecen no es sólo materialismo sino paganismo, reenvasado para la era digital”, denuncia Davidson, «por supuesto, no lo llaman así, tal vez porque carecen del vocabulario teológico e histórico para articular qué es lo que realmente creen». «Tratar de fusionar al hombre con la máquina no resolverá nuestros problemas”, concluye, “nos arrojará hacia atrás a la tiranía y la esclavitud pagana».
Casualidad o no, National Review abre también este viernes con un largo artículo sobre ética y tecnología. «Hay algunas tecnologías por las que nunca dejaré de estar agradecido», escribe Michael Brendan Dougherty, «me encanta el aire acondicionado central. No anhelo pasar días sofocado por un ventilador de poca potencia. La fontanería moderna, unida a una buena ingeniería civil, sigue estando en lo más alto. No hay letrinas ni orinales. Gracias. Entonces, ¿por qué muchos de nosotros a veces deseamos no tener Internet conectado a un teléfono inteligente?». «Al darme acceso a información casi infinita en todo momento del día, me roba cada vez más las finitudes que dan forma a las vidas individuales», reflexiona, «hay una forma en que esta tecnología aplana el mundo».
«El teléfono inteligente», que en realidad es un paradigma para referirse a la explosión tecnológica posmoderna, «me hace sentir menos agente y menos individuo». Esa sensación, que es real y ya universal, conecta directamente con la peligrosa y tramposa alienación a la que aludía Davidson.
La deriva tecnológica avanza en una peligrosa ecuación, porque al tiempo disminuye la formación y preocupación por la ética, mientras la moral sigue escondida en el trastero, con las llaves al recaudo de las élites globalistas. En Spiked, Tim Black habla sobre la tormenta perfecta que podría situarnos —una vez más— a las puertas de una explosión mundial, al menos si atendemos a los debates más repetidos entre círculos de política internacional. «Para ser claros, nadie duda de que vivimos en una era cada vez más turbulenta», escribe, «sin duda, la relativa estabilidad del orden posterior a la Guerra Fría, dominado por un Estados Unidos hegemónico, desapareció hace mucho tiempo. China y otros están tratando de establecer un nuevo equilibrio de poder. La guerra hace estragos entre Rusia y Ucrania. El conflicto vuelve a agitar a Oriente Medio. Con tensiones geopolíticas tan altas, ciertamente no podemos darnos el lujo de ser complacientes».
Sin embargo, Black cree que parte de la retórica apocalíptica belicista es solo una estrategia para incentivar la inversión en defensa, entre otras cosas. “No nos equivoquemos, vivimos tiempos precarios”, concluye con una inspiradora y serena reflexión, «pero las fantasías de guerra, los sueños de reclutamiento y el apocalipticismo marcial no nos ayudan a estar a la altura de los desafíos del momento. Son pensamientos poco serios de una élite poco seria: una élite que, durante demasiado tiempo, no se ha tomado la nación, la política exterior o nuestro futuro colectivo lo suficientemente en serio».