La manida guerra cultural tiene dos tiempos: su acción en el presente y su efecto en el futuro. En Estados Unidos, como en España, las izquierdas dominan el entorno universitario y el wokismo es un río que cruza carreras, materias e iniciativas académicas. Eric Kaufman opina en New York Post que, siguiendo esta tendencia, «es poco probable que las generaciones futuras valoren la libertad y la razón»: «Estamos en una emergencia cultural».
«Cuando la complejidad del mundo se derrumba en un juego totalizador de moralidad en blanco y negro que enfrenta a la minoría ‘amable’ con la mayoría cruel», explica, «las primeras se idealizan y las segundas se deshumanizan». La receta que propone a la derecha es, de nuevo, volver a preocuparse por lo cultural, que es en definitiva volver a las ideas: «Las prioridades conservadoras deben reorientarse desde la economía y la política exterior hacia la reforma de las instituciones culturales».
Sin embargo, si se trata de llegar a las nuevas generaciones, y enfrentarlos a las ideas conservadoras, y a los valores de la verdad, la belleza y la libertad, conviene comprender cómo está cambiando también la forma de razonar de los más jóvenes. Cuando Milei logró su sonado triunfo en Argentina, no sólo se armó de las ideas más atractivas de la derecha liberal y conservadora, sino que se esforzó por emplear los canales y el lenguaje que mejor pudiera comprender los jóvenes votantes de hoy.
En ese sentido resulta interesante el análisis de Christopher Jacobs en The Federalist sobre cómo TikTok y su «economía de la atención» están deformando «nuestras billeteras y cerebros». Basándose en un artículo reciente del Wall Street Journal, el autor ahonda en el modo en que la figura de los influencers condiciona los viejos modos que teníamos de tomar decisiones sobre nuestras compras. «Los influencers profesionales en última instancia reciben un pago de personas que compran cosas como resultado de sus videos. Los productos promocionados por estos vendedores pueden ser buenos o no para sus espectadores, pero definitivamente son buenos para sus propios resultados».
«La informalidad de las redes sociales puede hacer que los vídeos de TikTok parezcan más auténticos que, digamos, un comercial de televisión tradicional. Pero ambos todavía tienen sus raíces en el afán de lucro, lo que significa que los espectadores deben mantener una buena dosis de escepticismo”, recuerda. “Para bien o para mal, el consumo ostentoso”, recuerda, existía “mucho antes de la era moderna”, “pero el hecho de que esa cultura nos haya sido introducida a la fuerza a través de nuestros omnipresentes teléfonos ha puesto el movimiento a hiperimpulso. Y nuestra sociedad haría bien en dar un paso atrás y examinar la profundidad de la alienación, la ansiedad e incluso la paranoia que ha provocado nuestra cultura, donde siempre estamos conectados virtualmente pero cada vez más desconectados en la vida real».
Craig J. Deluz, en The Washington Times, es más claro al analizar el asunto de la ausencia de pensamiento crítico entre los jóvenes: «Los estudiantes estadounidenses de hoy están siendo educados en la imbecilidad». «Durante décadas, instituciones de élite como Columbia, Harvard, Yale, MIT y Princeton han favorecido a los solicitantes que muestran las opiniones apropiadas sobre ‘justicia social’ y han contratado profesores que promueven estos ideales», recuerda, señalando al brasileño Paulo Freire como gran ideólogo de esta corriente; «en lugar de fomentar el pensamiento crítico y la apertura de mente, sus ideas han llevado a una mentalidad estrecha de miras y a menudo destructiva en algunos estudiantes. Esto tiene consecuencias de largo alcance, como se ve en la cuestión actual que rodea a Israel y los palestinos».
«La versión del marxismo que ahora prevalece en nuestras universidades ha evolucionado desde sus raíces económicas originales», señala el autor”, formuladas por primera vez por El Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, publicado en 1848. Katharine Cornell Gorka y Mike González han titulado su último libro Marxismo de próxima generación porque lo que ven ahora ha sufrido una transformación cultural en Europa y se ha distorsionado aún más aquí en Estados Unidos, añadiéndose otros elementos como la raza, el sexo y el clima”.
«Es una triste realidad que las universidades hayan permitido que este veneno se filtre en sus aulas, y ahora veremos las nefastas consecuencias en 2024. Quizás sea hora de reconsiderar a dónde va el dinero de nuestros impuestos, exigir que estas universidades se limpien de esta ideología destructiva, y dejar de educar a los estudiantes en la imbecilidad», concluye.