Despotricar es bueno para la salud. No es aseveración sanitaria certificada por doctores, sino espeleología testosterónica basada en la experiencia personal. Debemos decir que las cosas no nos gustan, que todo se está yendo al carajo, y todo eso que con tanto arte hacemos a diario los columnistas. Sin embargo, quizá eso no sea suficiente. Un sencillo pero provocador artículo de Johnny Sanders en The Federalist viene a recordárnoslo: «Consumir noticias y quedarse en eso solo te enfada. Haz que tu ira conduzca a la producción en lugar de a la apatía».
Es posible que la teoría de Sanders (el bueno) sobre el consumismo no sea muy ortodoxa, pero al menos mete el dedo en nuestra herida, cuando insinúa que retirar nuestro apoyo de aquellas empresas que atentan contra nuestros valores está bien, pero tampoco es suficiente: «Votar con tu dólar es importante. Sin embargo, aún puedes sufrir los efectos del consumismo incluso si compras en todos los lugares correctos. ¿A qué me refiero con consumismo? Te daré una definición simple de consumismo: el deseo persistente de consumir en lugar de crear». Dicho de otro modo: a veces pensamos que cambiando de Gobierno, o de líderes en la sociedad civil o en las corporaciones, todo estará arreglado. Sanders, por el contrario, prefiere quitarnos la venda de los ojos: «En lugar de simplemente buscar una gran solución para todos nuestros problemas, lo cual no es realista, sería mejor tomar medidas prácticas en nuestras propias vidas para mejorar nuestras comunidades».
Sin embargo, todo lo anterior no significa que los conservadores americanos no deban hacer todo lo que esté de su mano para lograr extirpar a Biden de la Casa Blanca, igual que los españoles debemos hacer con Sánchez, que a ambos les une la pasión por la mentira, el odio a sus compatriotas, y la fidelidad a la ruina. Tras la decisión del presidente demócrata de proponerse para el cargo otros cuatro años, los medios americanos han eclosionado en decenas de encuestas con resultados nada alentadores para Biden.
«Los votantes que respondieron las encuestas tienen razón», escriben los editores de National Review, «Estados Unidos no necesita, ni quiere en abstracto, cuatro años más de Joe Biden. Su elección de postularse nuevamente probablemente limitará a los rivales dentro del partido y alentará a los demócratas a redoblar esfuerzos para presionar a los republicanos aparentemente demasiado dispuestos a nominar nuevamente a Donald Trump, con el fin de argumentar que la otra opción es peor. Nadie que quiera lo mejor para Estados Unidos debería querer seguir este camino».
Es cierto que National Review no simpatiza a menudo con Trump, pero también lo es que la batalla electoral que se presenta, por más que ambos candidatos parezcan felices de encontrarse de nuevo, no es la misma que hace cuatro años. Biden, desde luego, no lo es: a estas alturas, cuatro años atrás, la gente todavía creía que sabía lo que decía y que podía caminar sin dificultad siguiendo una línea de puntos en el suelo; pero Trump, quizá, tampoco sea el mismo.
En diciembre de 2022 Trump comenzó un viraje en su posición respecto al activismo LGBT y al tiempo «un alejamiento del movimiento pro-vida», según el análisis que ofrece Jonathan Van Maren en First Things; si bien habría que revisar las fuentes de este cambio de paso, porque tal vez la Rolling Stone no sea la más fiable para un asunto como el aborto: «Trump ha adoptado la narrativa progresista sobre el aborto», afirma Van Maren, según Rolling Stone y otras publicaciones, «Trump está retrocediendo cuando los líderes pro-vida le piden compromisos, diciéndoles que el tema pro-vida está ‘perdiendo mucho’ y que sus temas de conversación deben centrarse en las excepciones».
En medio de este berenjenal político en el que se sumerge día tras día Estados Unidos, la voz libre de Tucker Carlson resulta más necesaria que nunca. Ajeno a grandes intereses personales o partidistas, el célebre locutor despedido esta semana por la Fox no se callaba ante nada y ante nadie, y en el siglo de la cancelación y el pensamiento único eso tiene un precio alto. «Despedir al presentador mejor valorado de las noticias por cable representa una rebelión de las élites contra la elección de los espectadores», comenta Daniel J. Flynn en The American Spectator, en un artículo que se centra en la noticia periodística de la semana pero que, en realidad, resulta mucho más profundo porque pone de manifiesto con claridad quién está realmente al mando del discurso público occidental a esta hora.
Defiende Flynn que los ejecutivos de Fox, «seguramente hartos de las demandas, las extorsiones de los anunciantes» y otras presiones, decidieron que Tucker aprovechó un trampolín mediático en lugar de admitir que en realidad lo generó él. Parte de este éxito, señala el autor de The American Spectator, está en que la estrella televisiva ofreció algo diferente a lo que hay alrededor, en particular, llevando a invitados que no procedían de los círculos seguros habituales y criticando igualmente a republicanos y demócratas cuando lo creía necesario. Eso disparó su audiencia e inquietó a las élites. «El mercado vota a los ganadores con sus controles remotos», señala Flynn, «las élites, con el control remoto universal, derrocan el mercado cuando lo eligen contra la voluntad del pueblo».
Es mejor asumir cuanto antes que el mercado, opinión pública, o los telespectadores ya no están al mando.