«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Un mundo sin bebés

Foto de archivo de un bebé. Europa Press

Una de las cosas que más me aterra del infierno es que no hay niños. Un lugar sin niños es un pozo de desesperanza. Un perfume con el aroma de la muerte. Una tristeza suicida. En cierto modo, el mundo se está convirtiendo en ese infierno. «El colapso de las tasas de natalidad que comenzó en la Europa de la posguerra se ha extendido en las décadas posteriores a todos los rincones del planeta», escribe Steven W. Mosher en New York Post, «Muchas naciones ya están sintiendo esta espiral de muerte, llenando más ataúdes que cunas cada año. Sólo el año pasado, Japón perdió casi un millón de personas y Polonia, 130.000. La gran historia viene de China, hogar de una sexta parte de la población mundial. La devastación que ha causado durante décadas la política del hijo único ha llevado a ese país, que durante siglos fue líder en población, a una decadencia absoluta».

Ojo al dato: «Por primera vez en los 60.000 años que los seres humanos llegaron al planeta, no estamos teniendo suficientes bebés para reemplazarnos«, y «por primera vez desde la Peste Negra de la Edad Media, el número de personas en el mundo disminuirá». «Todos los factores que influyen en la fertilidad, desde las tasas de matrimonio hasta la urbanización y los niveles de educación, están haciendo que los nacimientos disminuyan». Hace el autor una tímida defensa de la idea de Trump de promover la fecundación in vitro que, particularmente, me provoca náuseas. En vez de atajar la raíz del problema, algunos prefieren seguir ahondando en las mismas ideas de mierda que nos han traído hasta aquí. No se trata de fotocopiar bebés, si tal cosa pudiera hacerse, porque «los necesitamos», se trata de volver a ser seres humanos. Sólo eso. 

Sin embargo, no puedo estar más de acuerdo con la conclusión del autor, tras acusar a la ONU de manipulación (todo está mal en esa organización criminal): «La población mundial no sólo no está creciendo de forma explosiva, sino que está a punto de colapsar. Por eso es hora de poner fin a la guerra contra la población». 

Escribe con mucho sentido común Jo Bartosch en Spiked sobre las protestas de 14 miembros de Trans Kids Deserve Better frente al Departamento de Educación. «Los niños que tienen problemas con su identidad sin duda merecen algo mejor», señala, «merecen que se les diga la verdad, que se les asegure que la confusión durante la adolescencia es normal, que muchos jóvenes pasan por un período en el que odian sus cuerpos y que tomar drogas experimentales para escapar de este proceso es peligroso y, en última instancia, no será eficaz para resolver su angustia». Qué simple suena cuando se dice la verdad sin complicarse la vida en edulcorarla y matizarla. Aquí debería terminarse todo el debate. Y de paso, promover un futuro de personas sanas y felices, sin depresiones, complejos, ni rencores, capaces de formar familias y traer niños al mundo. Así sí.

En el horizonte de las elecciones de Estados Unidos, el debate pro-vida sigue en primera línea, más que por los pequeños bandazos electoralistas de Trump, por la decisiva y sin precedentes agenda de la muerte de Kamala Harris. No es un asunto local, sino global. Hay muchísimo dinero en juego (Spoiler: matar bebés es un negocio millonario, si no, nadie ofrecería tan repugnante servicio). Si gana Harris, las multinacionales del infanticidio se reforzarán en todo el mundo y su avance resultará estremecedor, más de lo que ya es actualmente. Si gana Trump, todavía hay esperanzas de que decida parar los pies a quienes negocian con sangre ajena e investigar de cerca sus vomitivas prácticas si no secretas, sí discretas (hasta que un vídeo con cámara oculta los pone en evidencia, cosa que pasa cuatro o cinco veces al año). 

El problema es que no todos están igual de optimistas sobre la marcha de Trump. «Apenas un mes después de un intento de asesinato y de la pésima actuación en el debate que obligó al presidente Joe Biden a abandonar la candidatura demócrata», escribe Spencer Neale en The American Conservative, «nuevas encuestas sugieren que el impulso de Trump se ha desvanecido y que el vals de Harris está en marcha». «Y aunque sus aliados en el Congreso y sus asistentes políticos le pidieron públicamente a Trump que se abstuviera de atacar personalmente a Harris, ayer Trump lanzó uno de sus ataques más violentos hasta el momento, sugiriendo que tanto Harris como la exsecretaria de Estado Hillary Clinton sólo alcanzaron sus posiciones de poder político a través de favores sexuales», comenta Neale, «Luego, ocurrió el incidente en el Cementerio Nacional de Arlington el lunes. Lo que en un principio parecía ser el mejor momento de Trump en la semana (un saludo militar en honor a los militares estadounidenses caídos durante la fallida retirada de Afganistán de Biden) terminó empañado por la controversia y fue noticia de primera plana por las razones equivocadas». 

Hay, de todos modos, cierta inocencia en la nota de Neale, aunque el análisis sea fiel a los hechos. Es cierto que no ha sido la mejor semana de campaña de Trump pero también lo es que, haga lo que haga y diga lo que diga, nunca va a ser portada en los grandes medios progresistas por «las razones correctas». Eso ya deberían saberlo todos los conservadores.

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