«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Una bofetada a tiempo

DC Comics.
DC Comics.

Como conservador, soy un firme defensor de la bofetada a tiempo. No la ajena, que eso allá cada cual, sino la propia. A lo largo de mi vida ha sido bastante útil recibir algún zarandeo esporádico para enderezar lo torcido y solidificar ciertas convicciones, no me refiero solo a hacer la cama y llegar puntual al colegio, que también. Ahora Michael Warren se ha remangado y ha repartido tortazos en The American Conservative a toda la derecha sin despeinarse, con la serenidad fraterna del cristiano, pero con la severidad con la que un adolescente juzga a sus padres. 

Se trata de un ensayo extenso dedicado a desmentir “el mito de la guerra cultural”. Un ensayo provocador. Hay muchas reflexiones interesantes en el artículo, quizá porque muchas son discutibles. Hay un debate abierto en cada párrafo, pero si estamos apostando por las ideas, quizá deberíamos participar en él, tenerlo en nuestro interior, y arrojarlo a los nuestros. 

La tesis central de Warren es que la civilización occidental es cristiana desde su origen y no es algo original, claro, pero sí lo son las consecuencias de sentar esa base. “Su política, filosofía, arte, poesía, música y arquitectura estaban todos orientados hacia el avance de la fe cristiana”, señala, “el cristianismo es la fuente, el alma de Occidente”. 

Con citas de C. S. Lewis, Burke, Kirk o Adams, el autor recuerda al lector cristiano interesado en los ajetreos políticos que el destino es el Cielo, no hacerse con el Gobierno. A eso está dedicada la cita central del artículo, de C. S. Lewis, que reproduzco íntegra: “Si lees la historia, encontrarás que los cristianos que más hicieron por el mundo actual fueron aquellos que pensaron más en lo venidero. Los mismos Apóstoles, que pusieron en marcha la conversión del Imperio Romano, los grandes hombres que edificaron la Edad Media, los evangélicos ingleses que abolieron la Trata de Esclavos, todos dejaron su huella en la Tierra, precisamente porque sus mentes estaban ocupadas con el Cielo. Desde que los cristianos han dejado en gran medida de pensar en el otro mundo se han vuelto ineficaces en este. Apunta al cielo y obtendrás la tierra”, zanja, “apunta a la tierra y no obtendrás ninguna de las dos cosas”.

Warren cree que la llamada guerra cultural es solo “una cortina de humo para los juegos de poder entre facciones”. “Sin duda, hay guerreros de corazón sincero por ahí”, admite, “pero son una minoría, tal como lo eran en 1992. No es que los demás seamos hipócritas, por supuesto”, añade, pero “nuestra atención está constantemente siendo desviada de la Ciudad de Dios hacia la Ciudad del Hombre”. Quizá porque, como dice en otro momento, “el punto central del conservadurismo es que una buena política se basa en algo más que la política”. 

Del ensayo no sale vivo un solo conservador, ni un solo cristiano, por más que Warren se empeña intentar salvar algunas vidas. Pero quizá por eso conviene leerlo.

Cambiando de tercio, en The Federalist han decretado el comienzo de la recesión en Estados Unidos, destapando las mentiras económicas de la Administración Biden, que sigue una estrategia que recuerda demasiado a la del Gobierno de Sánchez en España; mentir y cambiarle el nombre de las cosas para moldear la realidad. 

La declaración de “emergencia” sobre el asunto del clima es una estupidez, una falacia y es profundamente contraproducente

Y, al igual que en Europa, en Estados Unidos sigue creciendo la histeria climática en los medios de la izquierda, en el Partido Demócrata, y con el respaldo, tácito o no, de las grandes corporaciones. Ahora que la ONU ha conseguido la paridad, poniendo a un pequeño Greto a hablar al lado de Greta, y exhibiendo su capacidad interminable de pervertir a la infancia con el credo climático, un artículo de National Review planta cara a una de las mil consecuencias de la enfermedad mental del clima, esa ansiedad que lleva a los políticos a volverse locos ante el lobby verde.

Sin entrar a juzgar la opinión que cada uno tenga sobre el asunto, el editorialista de National Review sienta las bases de algo que también debería escucharse en Europa: la declaración de “emergencia” sobre el asunto del clima es una estupidez, una falacia y es profundamente contraproducente; en el caso de que existiese cambio climático en los términos que asegura la izquierda, y que el hombre tuviera alguna maldita influencia real sobre esa mutación, tratar de alterar la paz del ciudadano pervirtiendo la palabra emergencia solo terminaría por concentrar mucho el interés en el asunto durante un tiempo reducido, el tiempo que suele durar una emergencia real según nuestro estándares. Pero no intentes explicarle esto a ninguno de los calentólogos.

Quizá lo que sí es una emergencia es frenar a los políticos enloquecidos por la religión climática

“Que no hay emergencia climática es un juicio que se puede hacer independientemente de las opiniones sobre el tema del cambio climático per se, sobre el cual reconocemos que hay desacuerdo de buena fe además de una gran dosis de oportunismo político cínico”, escriben en National Review, “pero incluso si lo que nos espera son los peores escenarios del cambio climático, esta no es una emergencia en el sentido legal, es decir, en el sentido necesario para la activación legítima de los poderes presidenciales de emergencia”. “El cambio climático no es un ataque furtivo o una epidemia repentina”, concluyen recordando que llevamos 40 discutiendo sobre la política climática: “El Congreso ha tenido muchas oportunidades de promulgar cambios legislativos radicales en respuesta a las preocupaciones sobre el cambio climático y, hasta ahora, el Congreso se ha negado a hacerlo. Elegir no actuar es una elección que el Congreso está facultado para tomar sin que el presidente la anule”. 

Quizá lo que sí es una emergencia es frenar a los políticos enloquecidos por la religión climática

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