La mayor parte del tiempo, Joe Biden, obviamente, no sabe lo que dice. Pero en ocasiones, cuando sabe lo que dice, la cosa no mejora. Shawn Fleetwood, de The Federalist, se ha tomado la molestia de examinar su última conferencia tomando nota de todas las mentiras y equivocaciones y, en opinión del autor, algunas de las trolas que soltó lideran ya el ranking de las más gordas de su carrera, y es que hay mucha competencia: «Desde afirmar que Trump es su vicepresidente hasta reescribir la historia sobre Afganistán, las mentiras fueron casi incesantes».
La caída de «precios generales» ha quedado desmentida, la célebre voladura de cabeza de «mi vicepresidente Trump» o el lío entre Putin y Zelenski, la insinuación de que viajó por «15 horas horarias» en los días previos al último debate («contrariamente a lo que afirma, Biden no viajó a través de 15 zonas horarias una semana antes del debate. El presidente regresó de su viaje por Europa el 15 de junio y pasó la semana anterior al debate preparándose en Camp David», explica Fleetwood), la ensoñación de que ahora los palestinos rechazan a Hamás («Las encuestas muestran que la mayoría de los palestinos apoyan a Hamás y aprueban su ataque del 7 de octubre contra Israel», subraya The Federalist), los «cruces fronterizos», según el presidente, han caído un 50% («eso no es cierto», replica Fleetwodd, «ya que los cruces fronterizos ilegales han aumentado exponencialmente hasta alcanzar niveles récord bajo la presidencia de Biden».) o la afirmación de que entregó todas las actas y documentos tras sus reuniones con Xi Jimping («Biden no entregó todos los materiales clasificados que tenía en su poder al dejar el cargo», contesta The Federalist, «los funcionarios federales descubrieron cajas de documentos clasificados en la casa de playa de Biden en Delaware, incluidos registros que se remontan a su época en el Senado de Estados Unidos».
Fraser Myers examina en Spiked el declive de Biden. «Haber mezclado a un aliado clave de Estados Unidos con el hombre que ha violado la soberanía de su nación, arrasado sus ciudades y asesinado a cientos de miles de inocentes no es un desliz lingüístico común», denuncia, «fue el desastre diplomático más insoportable del siglo«.
«Estos fueron sólo los errores que acapararon los titulares de una actuación desastrosa», añade, «la voz del presidente estuvo ronca durante todo el discurso. Tuvo que detenerse continuamente para aclararse la garganta. Le costaba mantenerse concentrado. En un momento dado, intentó achacar sus recientes tropiezos a sus ayudantes, culpándolos de sobrecargar su agenda y obligarlo a trabajar hasta altas horas de la noche».
«Podemos sentir pena por Joe Biden«, concluye, «nadie, ni siquiera un hombre tan poderoso como el presidente de Estados Unidos, merece ser humillado tan públicamente en sus últimos años. Pero no podemos sentir otra cosa que desprecio por quienes pretendieron —y todavía pretenden— que está bien, que sigue siendo tan inteligente como un cuchillo, que sigue teniendo el control total, que sigue siendo capaz de liderar el mundo libre. No podemos rechazar la evidencia que vemos con nuestros ojos y oídos, por mucho que los demócratas nos lo imploren».
Por el contrario, las cosas parecen ir cada día mejor para Trump, no sólo por la decadencia de su contrincante. A propósito, Matt Wolfson expone una interesante teoría en un largo ensayo en The American Conservative. Las comunidades negras podrían estar en el momento oportuno para romper con la izquierda. «Según una lectura empírica de la evidencia, las tres fuerzas que han afectado más profundamente a la comunidad negra desde 1970 son la subcontratación de personal, la guerra contra el crimen y el declive del poder político en el terreno a manos de instituciones irresponsables», escribe, «los republicanos de Trump han abordado o están en proceso de abordar estos tres problemas estructurales subyacentes».
Batya Ungar-Sargon, por su parte, desmonta en Spiked la caricatura de Trump como extremista. «Si te informas a través de los medios liberales, probablemente pienses que el expresidente estadounidense Donald Trump es un extremista de extrema derecha. Supuestamente es alguien que planea convertirse en un dictador, que encarcelará a los periodistas», explica. «Y, sin embargo, la verdad es casi la contraria, al menos si se analiza la política. Lejos de ser de extrema derecha o extremista, la agenda política de Trump es extremadamente moderada. Gran parte de ella no sería ajena a un demócrata de la era de los noventa». A fin de cuentas, buena parte de su programa «refleja en gran medida lo que desea la gente trabajadora común».
«En términos de política, es un moderado, incluso un liberal, que ha asumido el tipo de agenda que habría sido muy familiar para un demócrata hace 50 años. Su base no son fanáticos de derecha. Es la vasta, multirracial y profundamente tolerante clase trabajadora, muchos de los cuales fueron demócratas en el pasado reciente, en algunos casos, en un pasado muy reciente. Ésa es la verdadera afrenta que las élites demócratas no pueden perdonarle», concluye.