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15 de abril de 2022

China es culpable (y debe unas cuentas explicaciones)

El secretario general de los comunistas chinos y presidente de la República Popular de China, Xi Jingping (EP)

China es un régimen comunista tiránico que basa la mayor parte de su crecimiento económico en la mano de obra barata, en el fomento de la irresponsable deslocalización de empresas e industrias occidentales y en el aprovechamiento de las reglas del sistema capitalista que le son favorables para invadir el resto de las naciones con productos de baja calidad, en su mayoría copias baratas, que fabrican con infinito desprecio de cualquier normativa medioambiental.

Por si fuera poco este despliegue de competencia desleal, China lleva desde comienzos de este siglo usando el dinero de su Banco Central, gobernado por el Partido Comunista Chino, para la compra, a través de empresarios que son meros agentes chinos, de empresas e instalaciones estratégicas en toda África y en Sudamérica, aprovechando las legislaciones laxas de esos países. Desde que China empezó a invertir en la Iberosfera, el avance del socialismo ha sido, hasta el momento, imparable. No es una casualidad. Cuanto más corrupto un Gobierno, más posibilidades para China. Cuanta más presencia china, más corrupción gubernamental. Hoy, estamos en la etapa de crecimiento de ese círculo vicioso. Que decaiga parece difícil, pero es imprescindible.

En otra estrategia reciente, pero que ya ofrece magníficos resultados, China hace lobby en el mundo cultural y mediático europeo y estadounidense para que los cientos de millones de baizuos que pululan por el imperio de la corrección política se traguen —y lo hacen— que debemos vivir en la multilateralidad que sólo beneficia a los regímenes tiránicos. Si el lector tiene alguna duda de la influencia de China a través de su frente internacional pagado con dinero del Partido Comunista, vuelvan a ver la rueda de prensa en la que los medios del sistema recriminaron con aspereza a Donald Trump que usara las palabras «virus chino» para referirse a un coronavirus producido en China y exportado desde China.

Respecto al covid-19, China debe al mundo una explicación y una reparación. Lo primero, la explicación, nos tememos que jamás la vamos a tener salvo que caiga el presidente Pooh, perdón, el presidente Xi, y se desmonte el comunismo que mantiene campos de concentración y reeducación en pleno siglo XXI sin que haya película alguna de Hollywood que lo denuncie. Hubo una nación soberana, Australia, que exigió esa explicación y que recibió a cambio un bloqueo de las relaciones comerciales sin que las demás naciones, y muchos de sus corruptos gobiernos, dijeran nada. Lo segundo, la reparación, depende de lo primero.

A falta de una explicación, y ya puede ser buena, que nos convenza de que China es sólo un país de inútiles comunistas a los que se les escapa un virus animal modificado para hacerlo más transmisible al ser humano y que causa millones de muertos en todo el mundo (alrededor de 150.000 en España, poco más de 4.500 en China) y el desplome de las economías occidentales (España se contrajo un 11 por ciento en 2020, China creció cerca de un tres por ciento el mismo año), por lo menos nos quedaba la esperanza de que en alguna parte, alguien, hubiera captado el mensaje y con lobby o sin lobby, a China se le exigiría más de lo que se le había exigido hasta el momento, que es nada.

Pero nos equivocamos. Una vez más. Ahora mismo, el régimen comunista chino mantiene secuestrada a un parte de su población en confinamientos que en principio son absurdos (apenas siete muertos por covid en Shanghai, pero miles por suicidios y abandono después de más de tres semanas de reclusión domiciliaria y una matanza injustificada y brutal de los animales de compañía).

Y decimos que «en principio» son confinamientos absurdos y criminales si es que las cifras de contagiados diarios (26.000 para un población de 25 millones de habitantes en un territorio como el de Shangai, la capital económica de China, tan extenso como Cantabria), de fallecidos (siete en Shanghai, según las autoridades chinas) y de vacunados (88,1 por ciento de la población), son reales.

Si son datos verídicos, lo que las autoridades chinas hacen no está justificado y a lo que asistimos es a otro experimento de ingeniería social como aviso al resto de China de lo que el comunismo está dispuesto a hacer para controlar cualquier tipo de insurrección como la de Hong Kong.

Si las cifras no son reales, el mundo entero que a duras penas empieza a levantar cabeza después de dos años para llorar en los que las estructuras del estado del bienestar han fracasado, va a necesitar que China, ese puntal de Putin dé explicaciones. Cuanto antes y que sean convincentes, no como la de que alguien se hizo una vichyssoise de pangolín con tropezones de murciélago que compró en un mercado justo a lado de un laboratorio de Wuhan en el que jamás, ni por supuesto con dinero estadounidense de Fauci & Co., se experimentó con la ganancia de función de ciertos virus.

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