«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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29 de octubre de 2022

Liberad al pájaro

Si un lector repasara los cientos de editoriales ya publicados en La Gaceta de la Iberosfera, confirmaría que nuestra máxima preocupación todos estos años ha sido la pérdida evidente de la libertad de expresión, que articula la vital libertad de pensamiento, que no puede existir, al menos en plenitud, si su expresión pública se coarta o se constriñe.

Usemos las viejas etiquetas en desuso de «derecha» e «izquierda» y veamos las notables diferencia entre una y otra a la hora de definir los límites de la libertad de expresión. La izquierda —el burro delante para que no se espante—, es decir, el wokismo activo, la histeria climática, la cultura de la muerte y la cancelación, el sentimentalismo, la memoria democrática y ese largo etcétera, plantea una definición moderna de la libertad de expresión que pasa por apartar del debate público a todo aquel que disienta de lo que ellos aseguran que son axiomas indiscutibles.

La derecha, por su parte, pone como único límite a la libertad de expresión todo aquello que suponga una ofensa objetiva y contumaz a los creencias privadas de cada persona y a las víctimas del terrorismo. En lo  demás, la derecha, el awakenismo, la cultura de la vida, el conservacionismo de la naturaleza y el imperio de las leyes justas basadas en razones científicas y morales, no quiere limitar el debate. Quizá porque los debates en libertad los suele ganar cuando esa derecha no renuncia a sus principios y tiene la gallardía y la oportunidad de defenderlos.

Durante la última década, la izquierda ha involucionado hacia posiciones totalitarias que una vez creímos aplastadas por los cascotes del Muro de Berlín. Tras imponer su relato en los medios de comunicación y como quiera que el descrédito de esos mismos medios trasladó la información a las redes sociales, la izquierda sometió a las grandes tecnológicas y exigió que las ideas que no se ajustaran a su visión sectaria, fueran excluidas. De un modo visible —como la expulsión de Twitter del todavía entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump— o limitando gracias a verificadores a sueldo el alcance de las publicaciones de cualquiera que discrepe. Facebook, Wikipedia y Twitter, por no hablar de ciertos y sospechosos resultados de los algoritmos de determinados buscadores, han sido y son hoy todavía, recursos de información al servicio del sentimentalismo progre en todos los frentes, pero sobre todo en el cultural.

Los términos y condiciones que deben aprobar los usuarios (que somos el producto que comercializan las tecnológicas) son contratos leoninos de vasallaje permitidos, incluso tutelados, por la inmensa mayoría de los Gobiernos que, por conveniencia, han rehusado y rehúsan cumplir con su obligación de velar por los derechos de sus nacionales.

Todo es así. Pero a pesar de la supremacía legalizada de la izquierda, la verdad se ha abierto camino en formas con las que los amantes de la libertad sólo soñábamos. El wokismo ha ido demasiado lejos, hasta llegar al ridículo, y ha generado una reacción mundial de descontento (Giorgia Meloni como el ejemplo perfecto) que ningún verificador y/o censor puede detener.

Hoy, el multimillonario Elon Musk, conocido por sus genialidades y extravagancias a partes iguales, y también reconocido por su rechazo al mundo woke, es el nuevo dueño de Twitter. Poco sabemos de sus planes reales, pero la sola posibilidad de que sea una persona coherente con sus ideas públicas y haga de la libertad de expresión el centro de la red social y libere al pájaro resulta emocionante. Contemplar cómo la izquierda mundial rabia ante la perspectiva de que se ponga término al régimen de cancelación inmediata del debate (definición perfecta de la intolerancia) es, más que emocionante, excitante.

Es cierto que las perspectivas están tan altas a estas horas sobre el fin del totalitarismo blando de la izquierda en Twitter, que cabe la posibilidad de que la caída sea muy dura. Pero también es posible que Elon Musk no pase a la Historia sólo por fabricar coches eléctricos, asegurar las comunicaciones en Ucrania o por su empeño de llevar la Humanidad a Marte, sino por ser un campeón de la libertad, que para un mundo dominado por la tiranía de la corrección política, es más importante que todo lo anterior.

Él sabrá. Esperemos que elija con sabiduría y que el negocio de la libertad le vaya tan bien a Musk como el negocio de la coacción del pensamiento libre le ha funcionado a Jack y a los suyos.

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