«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
«Necesitamos la poesía y el arte para afinarnos como seres humanos»

Juan Antonio González-Iglesias, poeta español: «Hay mucha belleza en la renuncia y el autocontrol, pero no se lo estamos enseñando a los jóvenes»

Juan Antonio González Iglesias, poeta y filólogo salmantino. LA GACETA

Acaba de ser distinguido con el Premio Castilla y León de las Letras, que, antes que él, recibieron autores como Miguel Delibes, Luis Mateo Díaz, Antonio Gamoneda o Carmen Martín Gaite, entre otros muchos que revelan la potencia cultural de esta tierra histórica. Clasicista de vocación y de profesión, el poeta salmantino Juan Antonio González-Iglesias está convencido de que ser clásico es una forma de estar en el mundo que resulta imprescindible rescatar en estos momentos de agitación. Autor de obras como ‘Un ángulo me basta’, ‘La hermosura del héroe’, ‘Historia alternativa de la felicidad’, o ‘Nuevo en la ciudad nueva’, su poemario combina la potencia y sabiduría de lo antiguo con la conexión con el presente y la actualidad de la cultura popular.

Acaba de recibir el Premio Castilla y León de las Letras. ¿En qué medida la tierra forma parte de su poesía?

No es algo tan visible como otros temas, pero está muy presente. Por ejemplo, yo tengo un libro entero dedicado a Salamanca, a la ciudad, y a su río, el Tormes, pero se titula ‘Selva de fábula’.

Hay algo en lo castellano que me resulta muy poético. Me gusta mucho de esta tierra la idea de que cada cosa debe estar en su sitio. Aprecio su carácter ascético y austero, la búsqueda de la esencialidad. Hay poetas a los que les gusta mucho el exceso verbal, pero yo valoro mucho la sobriedad casi espartana de la gente de aquí, que con poco dicen mucho. Eso es exactamente lo que yo entiendo por poesía: ir a lo esencial y no perderse en lo accesorio, en lo efímero. Y aquí lo encuentras en casi cualquier persona de un pueblo o una ciudad. La gente está muy concentrada en lo auténtico de la vida.

Pero también hay una relación muy constructiva entre la cultura popular y la alta cultura. Las personas sencillas del pueblo, y de pueblo incluso, tienen una gran cultura tradicional, y las personas muy cultas e ilustradas están conectadas con la gente sencilla, con la gente normal. Me parece muy importante esa conexión.

¿Ser poeta es más una rebeldía o una necesidad?

Es un destino, así que son las dos cosas. Es una necesidad porque hay que cumplirlo -o incumplirlo, pues la libertad moderna nos permite decir sí o no a lo que notamos como destino- y si hiciera falta, una rebeldía. Hay algunos momentos en la vida en los que hay que dar prioridad a la poesía.

Dicen que la suya es una poesía de resistencia moral.

Está bien visto porque, aunque en principio pudiera parecer que estoy a mis cosas: el amor, el deporte, Dios, la naturaleza… el mundo está cambiando tanto, y tan hacia mal, que ya cualquiera, también un poeta, acaba enfrentándose y resistiendo al mundo. Y sí, en mi caso es una resistencia moral, porque la poesía no es sólo estética, es una ética también.

¿Y qué le puede aportar la poesía a un mundo tan confuso, tan contradictorio y tan en ebullición como el nuestro?

Muchísimo. Empezando por lo mucho que se nota la ausencia de lo que la poesía podría aportar. Pero, como la hemos quitado de casi toda la educación, pues así estamos. Somos muy poco poéticos y vemos personas que se comportan sin la finura humana que proporcionan la poesía y el arte. La Historia nos ayuda a situar las cosas en el pasado, el presente y el futuro. Pero luego necesitamos la poesía y el arte para afinarnos como seres humanos. Nos ayuda a ver el mundo en su mejor faceta, porque el mundo está muy bien, pero puede ponerse muy mal.

En un mundo tan prosaico, y tan amante de lo explícito como el nuestro, ¿ayuda la poesía a rescatar el misterio?

Sí. La poesía rescata al misterio. Que algo sea misterioso no quiere decir que sea inaccesible, es simplemente algo a lo que hay que prestarle un poco más de atención. Hay que sentarse, hay que mirar, hay que detenerse y se ve.  Es algo que se puede encontrar en una Catedral, en un puente romano… enfrentados ante la belleza captamos eso que es más grande que nosotros. Eso es el misterio, lo que es más grande que nosotros.

Esto los orientales lo captan mejor, y así se sientan a ver cómo caen las hojas o la flor del cerezo. No nos maravillamos de eso. Pero nosotros éramos así y somos así. Somos igual de sensibles.

«No podemos seguir arrastrados por ese deterioro materialista en el que sólo cuenta lo más grosero de la condición humana»

¿Necesitamos reencantar el mundo, o al menos intentarlo?

Lo necesitamos y urgentemente. En uno de sus poemas, Jorge Guillén usa un verbo fuerte para expresar el asco que le da el mundo, tal como se va poniendo. Dice: “Vomité, rechacé del mundo lo que te sobraba, pero te guardé mi fe”. Debemos tener fe en el mundo, en hacer las cosas bien. Y ese verbo ‘encantar’ lo expresa muy bien. Encantados, o sea, a gusto y con ilusión para seguir en el mundo, individual y colectivamente.      Nji90

Al menos intentarlo, porque no podemos seguir arrastrados por esa especie de deterioro materialista en el que sólo cuenta lo más grosero de la condición humana. Llevamos muy mal camino y creo que hay que plantarse un poco. Intentarlo al menos.

¿Es posible la estética sin ética? Y, ¿de qué ética estaríamos hablando?

Los filósofos suelen decir que no puede haber ética sin estética, pero es un terreno muy peligroso. Creo que sí puede haber belleza y estética sin ética, e incluso con valores contrarios a la ética, o al menos a lo que yo entiendo por ética, que se resumiría en pensar en los otros por encima de uno mismo. A mí me gusta la ética clásica, que va de Aristóteles a Horacio, y a partir de ahí, todo lo que la mejoran la ética cristiana, la ética ilustrada…

Horacio nos aporta otra clave cuando en su Poética explica que es función de la poesía ayudar a los buenos y moderar a los furiosos. Esto parece más necesario que nunca. Vivimos en un mundo de furiosos, es decir, de locos, de personas disparatadas, y en el que vamos muy acelerados. Hay personas que no tienen ningún ninguna moderación, ni ningún equilibrio. No creo que el bien esté en estar todo el día pensando en uno mismo.

En cualquier caso, no estaríamos hablando de arte comprometido, al modo como se entiende ahora…

Eso es una categoría del siglo XX. A mí no me gusta si lo entendemos como subordinación de los creadores a personas menos creativas, y menos inteligentes que ellos, llamados políticos, que está muy bien que existan por otra parte. Pero creo que nos iría mejor si los políticos se subordinaran a la poesía.

Aparte de su labor como poeta y como escritor, es catedrático de Filología Clásica en la Universidad de Salamanca. El clasicismo, ¿es materia de arqueólogos?

Es materia viva y vigente. Sin que eso excluya a la arqueología, a la que curiosamente nadie acusa de arqueológica. O sea que cuando aparecen unas ruinas, unas estatuas, o unos mosaicos estamos todos encantados. Vemos que eso está vivo y que es uno de nuestros tesoros. Pero si aparece un poema, si aparece un texto, eso ya no está vivo.

No se trata de que todo el mundo lea en griego y en latín, pero sí importa que esas literaturas traducidas, comentadas, interpretadas, nos lleguen. Por usar la terminología de los documentalistas, no es algo que esté en el archivo, retirado, sino que está en la biblioteca. Lo grecolatino no hay que guardarlo en una caja, sino tenerlo disponible para sacarlo del estante, leerlo y escucharlo.

«Lo clásico está siempre ahí dispuesto a darnos un punto de referencia estable en un mundo muy inestable»

¿Es el clasicismo nuestra más potente tradición cultural?

Sin duda ninguna, porque lo de ahora, la llamada posmodernidad, no tiene ninguna potencia y es una cosa endeble, caótica y llena de contradicciones, cuyos fracasos estamos viendo ahora. En cambio, lo clásico es lo antiguo, lo grecorromano, pero también el cristianismo en su mejor momento, cuando hace una síntesis con el paganismo y lo oriental. Pero también el Renacimiento, o sea, es la Venus de Botticelli y es el David de Miguel Ángel, como ejemplos de hombre y mujer perfectos. Eso expresa un ideal que se ha mantenido. La Ilustración vuelve a echar mano de la antigüedad grecolatina, y en lo mejor del siglo XX hay también otro retorno a lo clásico, que está siempre ahí esperando para darnos un punto de referencia estable en un mundo muy inestable.

Ya hemos visto que quitar la religión ha tenido defectos tremendos, aunque la vivencia religiosa es cosa de cada uno, pero quitar los clásicos como punto de referencia nos conduce a un mundo delirante donde cualquiera puede hacer cualquier cosa sin poner límites. Y lo clásico es enseñarnos que tenemos límites.

Los griegos nos advertían de la hybris, de la tendencia a la desmesura, que es algo que parece muy actual.

Efectivamente, y también nos advertían del peligro de ocupar el lugar de los dioses, sean cuales sean esos dioses, y creamos o no en su existencia. Lo que es seguro es que si nos comportamos como dioses nos van a ocurrir cosas malas a todos, pero especialmente a los que actúen con desmesura. Como el karma oriental, la hybris funciona también con una especie de lógica implacable. Si un ser humano va más allá de lo que le corresponde va a tener que pagar por ello. Eso es seguro.

Hay en su obra un aprecio de los que nos precedieron, una conciencia del legado recibido, que no abunda hoy.

Entre otras cosas, nosotros estamos muy sometidos a los Estados Unidos en todo, tanto la izquierda europea como la derecha. Lo estamos viendo estos días. Y uno de los disparates últimos de Estados Unidos en los últimos años era intentar abolir todo lo que estuviera hecho por personas que estuvieran muertas, es decir, que sólo tengan valor los que están vivos. Eso es horrible, entre otras cosas, porque todos vamos a morir.

Archivar y anular todo lo que han hecho los que nos precedieron es un error muy grave. En el modelo de la tradición clásica está implícito el progreso. La noción de progreso implica ir mejorando respecto de lo que hicieron los que estuvieron antes, que hicieron muchas cosas muy buenas. El progreso tiene que asentarse en el conocimiento del pasado. Si no es así, es una planta sin raíces.

Parece que estamos empeñados en destruir pedestales. Ya sea en su forma literal, o en la forma de esas biografías desmitificadoras de las grandes figuras.

Forma parte de una de las líneas de nuestra cultura de las últimas décadas. Es un cinismo que se burla de todo eso. Es necesario desmitificar, y está bien, pero si la contracultura se convierte en cultura estamos perdidos porque eso significa que no tenemos cultura. Porque destruir es muy fácil, pero luego no queda nada. Y el sujeto contemporáneo tiende a ser muy cínico. Hablo del occidental, los demás no, los orientales no se burlan de todo lo que les ha precedido. Es muy importante admirar lo que hicieron otros, incluso si no están muertos y son personas mayores que nosotros. Uno de los problemas de Occidente es que los jóvenes no tienen maestros en la cultura. Si los tienen cuando van a aprender cocina, el chef, o cuando van a un gimnasio a aprender artes marciales, el sensei. Pero mis alumnos sufren muchísimo si me tienen que llamar profesor. Lo pasan mal. Se les ha enseñado que no hay nadie que sepa más que ellos; no hay pedestal digamos. Es más, ni siquiera hay tarima, porque existe una tendencia a quitar la tarima del aula. Es la idea de que en la clase somos iguales y el profesor no sabe más que ellos.

«La tecnología es un instrumento maravilloso, pero proporciona ilusiones muy fatuas. No puede hacer nada respecto del amor, la muerte, la enfermedad o el miedo»

¿Le penaliza a la tradición, o al clasicismo, el afán moderno y posmoderno por todo lo nuevo?

El afán por lo nuevo en realidad es moderno. La posmodernidad intentó volver a lo antiguo, pero no le salió bien porque lo malo de lo posmoderno es que lo relativiza todo. Y la modernidad, en su embriaguez por lo nuevo, y su ansia de novedades continua, ha derivado en un agotamiento, porque no se puede estar todo el día haciendo cosas nuevas. El pico de la fiebre moderna se alcanzó con las vanguardias. Después de eso nadie puede ir más allá.

Pero de lo que se trata es de buscar un equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo. Todo nuevo no puede ser y todo antiguo tampoco. Hay que equilibrar las cosas, que tampoco cuesta tanto. Pero ahora tenemos un problema añadido, que es el peso de una tecnología que no para de ofrecer novedades. Es un instrumento maravilloso, pero que proporciona ilusiones muy fatuas, porque respecto del amor, de la muerte, de la enfermedad o del miedo, la tecnología no puede hacer nada. Para afrontar esto necesitamos la fuerza de los que nos precedieron.

Ha dicho que ser clásico es una manera de estar en el mundo. 

Está en línea con lo que estamos hablando. Ser clásico implica primero una aceptación de los límites propios y un entender que las cosas tienen un límite. Es también una valoración de la belleza. De la belleza de las obras de arte, y de la belleza de lo natural. Lo clásico en el sentido mejor es también la pietas, que podemos traducir por compasión, ternura, empatía por los demás. Es el sentido de lo humano, de la humanidad. Tener en cuenta a todos los seres humanos que están ahora con nosotros, pero también a los que nos precedieron y a los que vendrán.

Esto implica también una ética de la renuncia, pero también tiene muchas gratificaciones. No es una ética civil. Lo clásico se parecería casi a una religión, salvo que no es una religión, porque no es algo revelado, y tampoco es puramente literario. Se aprende con filosofía, con historia, con poesía, con literatura…

Hablábamos antes de la poesía como resistencia moral, pero ¿es también una forma de resistir a esta pulsión por el movimiento perpetuo y permanente que nos asedia?

La poesía permite estabilidad, es lentitud, incluso antes que la estabilidad. Ir mucho más lentos proporciona independencia. Las personas o éticas, filosóficas e históricas con una fuerte formación humanística, no digo que sean invulnerables, pero son muy libres respecto de las aceleraciones tecnológicas. Todas estas disciplinas permiten tener lo mejor de lo tecnológico y de lo científico, que es muchísimo, pero sin caer en esa embriaguez de lo efímero. Que resulta casi una dependencia, una adicción. Es importante la serenidad, que es estabilidad y lentitud, pero también prudencia y equilibrio a la hora de tomar decisiones personales y decisiones políticas. Y la serenidad se consigue con el punto de referencia clásico.

Llama mucho la atención en su poesía, tan deudora como es del mundo grecolatino y del clasicismos, que incorpora elementos muy de cultura pop, como el anuncio de Marlboro o referencias a las redes sociales. ¿Hay un afán de conectar con el presente?

Hay una realidad, y es que todo esto está conectado. Está conectado en general, pero también en mí, que soy un hombre de mi momento, o sea, estoy en mi cultura con la demás gente y comparto el presente. Por eso esa coexistencia está muy bien. La categoría es exactamente esa, de POP, entendido en el sentido del movimiento artístico, pero también de cultura de masas y de popular.  El poeta tiene que estar conectado con lo popular del momento, por muy elevado que sea el estilo que elija.  Lo culto y lo popular son como los dos polos de una pila que genera energía. No me gusta esa cultura que ni conecta con el pueblo ni con la alta cultura.

Son constantes las alusiones religiosas en su obra, ya sea a la mención a la Cruz o a la Semana Santa. ¿Qué papel juega la religión en su vida y en su labor poética?

Muy grande, incluso diría que la más grande, pero eso es una opción personal mía. Para mí el cristianismo y la cultura contemporánea no están disociados. Pero luego veo que sí existe esa ruptura en mucha gente. De modo que una de las tareas que me he autoimpuesto, como una misión o como un destino, es intentar transmitir que hay más opciones aparte de las muy brutas de romper con todo por un lado, y negarse a la comunicación, por el otro. Y no creo estar solo en eso. Creo que hay mucha más gente como yo. Por otra parte, la religiosidad está en toda nuestra tradición hasta antes de ayer. O sea, que la religiosidad forma parte también de la cultura literaria y de la popular. No es que Dios sea importante, sino que probablemente es lo más importante. Tanto si crees en él como si no, porque los ateos se pasan toda la vida combatiéndolo.

Le han descrito como un hombre que equilibra las pulsiones apolíneas y dionisíacas. ¿Está de acuerdo?

Es muy bonito eso. Tengo mis problemas y mis contradicciones, pero me gustan los dos polos y creo que, por decirlo en términos bíblicos, hay un momento para cada cosa. Incluso sin necesidad de separarlo, porque yo no separaría la fiesta y lo dionisiaco de lo apolíneo, lo sereno y la luz.  Creo que todos tenemos las dos dimensiones. Hay gente que es muy extremada y solo tiene una, pero si se disfruta un poquito de las dos, pues es maravilloso.

Hay que saber disfrutar controlándose y descontrolándose, pero hoy es más necesario saber controlarse. El autocontrol es uno de los dones de la madurez, como el equilibrio y el saber renunciar. Saber renunciar es precioso, pero es algo que no nos han enseñado y que no estamos enseñando a nuestros jóvenes. Es algo que tenemos que aprender.  Hay mucha belleza en la renuncia y en el autocontrol. También en el descontrol. Efectivamente hay un tiempo para cada cosa. No lo sé explicar, pero sí lo sé hacer.

Álvaro Pombo defiende que la narración y la creación tienen que estar al servicio de la verdad porque, de lo contrario, su seducción puede usarse para manipular y hacer pasar lo malo por bueno.

Estoy de acuerdo con Álvaro Pombo, que es un sabio, además de un místico, un asceta y un teólogo. Pero llevamos ya unos cuantos siglos en los que no se actúa así, lo que permite que la obra de arte, ya sea novela o poema, se ponga al servicio del mal. Una de las cosas más interesantes de Álvaro es su ética creadora que le lleva a optar por el bien, en minúscula y en mayúscula. Dicho evangélicamente, hay que actuar así porque somos las manos de Dios en el mundo. Y lo somos también al usar el lenguaje.

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