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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Epístola bilduitarra al Emperador

Gracias al diario El Mundo, se ha conocido esta semana el contenido de una carta de felicitación enviada por EH Bildu al nuevo Gobierno de los Estados Unidos de América encabezado por Donald Trump, destinatario último de una epístola dirigida al Embajador de los Estados Unidos en España, James Costos. Al pie de la misiva figura el nombre de Marian Beitialarrangoitia Lizarralde, portavoz del aludido grupo en el Congreso de los Diputados, ex alcaldesa de Hernani, y periodista radiofónica condenada a un año de cárcel por enaltecimiento del terrorismo, pena que le fue impuesta por pedir un aplauso para los etarras detenidos por el Atentado de la T-4 de Barajas, que habían denunciado, siguiendo el prontuario de la banda terrorista, torturas por parte de la Guardia Civil.

La carta al Emperador Trump, aunque breve, incorpora una serie de afirmaciones que llaman la atención y piden un cierto análisis. Veamos:

El primer párrafo hace extensivas las felicitaciones al Gobierno al «pueblo americano» por las «democráticas y vibrantes elecciones celebradas». El redactor vascongado evita el término nación, pues no en vano, las sectas vasquistas, pese a su anhelo de construir una nación política basada en componentes étnicos, racismo y altas dosis de hispanofobia, siempre han apelado a un concepto más borroso, el de pueblo. Parece pertinente recordar aquellos deseos: «Queremos una iglesia pobre, con el pueblo humillado y despojado libre de servilismos al poder y al dinero. Indígena con pastores nacidos del pueblo y encarnada íntegramente en el pueblo trabajador vasco», que dejaron escritos los sesenta sacerdotes vascos encerrados en el Seminario de Derio en 1968. Hablando de pueblo a pueblo, el texto actual elogia el democratismo norteamericano, enalteciendo las urnas que la formación representada por Beitialarrangoitia, apelando al célebre «derecho a decidir» -a decidir unilateralmente la secesión, aclaramos-, pretende emplear, tras décadas de asesinatos y violencia, para mutilar la nación española.

Prosigue el texto con una afirmación que ha causado extrañeza: «queremos trasladarle nuestra absoluta disposición, tal y como lo hemos hecho durante estos últimos años», palabras que, teñidas de cierta altanería, al tiempo que sugieren cierto equilibrio y continuidad en las relaciones entre nada menos que el Gobierno de los Estados Unidos y el entramado filoetarra, establecen una suerte de bilateralidad entre la nación norteamericana y la nación vasca, recreando de este modo la habitual petición de principio que distingue a los sediciosos españoles, tan dados a presuponer la realidad de una nación política para la que reclaman el derecho de autodeterminación. En este aspecto colaborativo, existen también lejanos precedentes atlantistas. Tras la Guerra Civil, en el contexto de la Guerra Fría, una aristócrata vasca, Carmen de Gurtubay Alzola, y un clérigo jesuíta, Alberto de Onaindía Zuloaga, el radiofónico «Sacerdote doctor Olaso», trabajaron a favor de los intereses norteamericanos, pero también de los del PNV de los que surgirían los precedentes de Bildu.

El siguiente pasaje recuerda «los lazos históricos que a través de la numerosa diáspora vasca unen a nuestros respectivos países», palabras que remiten de inmediato a la colonia de pastores de origen vasco que se afincaron en Idaho, lugar donde han conservado un costumbrismo muy apreciado por el esencialista aparato propagandista nacionalista mientras hacían guiños al Partido Republicano. Existe otra diáspora sin duda olvidada por los redactores de la carta, la de los cientos de miles de vascos que hubieron de abandonar las tres provincias huyendo del terrorismo etarra.

Patético brindis al Sol, la carta parece estar destinada no a Trump, sino a la propia parroquia bilduitarra, necesitada de este tipo de voluntaristas espejismos internacionalistas. Sin embargo, la realidad de las mentadas relaciones entre ambas partes es muy otra, como se ha podido comprobar recientemente cuando el hombre de paz –Zapatero dixit- que responde al nombre de Arnaldo Otegui, no ha podido acudir a los funerales de Fidel Castro, pues para comparecer en tan largas e itinerantes exequias, su batasuno cuerpo debía penetrar en el espacio aéreo de los Estados Unidos, ámbito vetado para el de Elgóibar, incluido en una lista internacional de terroristas. Al cabo, y si de imperios y zonas periféricas a estos se trata, parece obligada la paráfrasis: Estados Unidos no paga traidores.

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