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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿El futuro de Francia será árabe?

Pasajeros se protegen con mascarillas en la terminal 4 del aeropuerto Adolfo Suarez Madrid Barajas.

La Europa del futuro será radicalmente distinta de la que es hoy desde un punto de vista étnico: no es una cuestión de si, es una cuestión de cuando. Mientras las poblaciones autóctonas han entrado en un invierno demográfico del que no se ve el final —también porque no se han formulado políticas de éxito—, la elevada propensión a la natalidad de minorías concretas está redibujando, silenciosamente, el panorama de los distintos contextos nacionales.

Es el caso de Centroeuropea y de una parte consistente de los Balcanes, cuya lengua del futuro será, con mucha probabilidad, el romaní. Y en el caso también de Francia, donde la lengua del mañana podría ser el árabe.

Los datos de una revolución silenciosa

No se puede contar esta historia sin hacer, antes una premisa: comprender la composición étnica real de Francia es imposible porque, a día de hoy, las autoridades no recogen este tipo de datos sobre la población. Sin embargo, en años recientes, diversos centros de investigación y universidades empezaron a investigar sobre la cuestión, en el intento de hacer una reconstrucción aproximada, pero verosímil, del panorama general.

El modo más sencillo al que han recurrido los investigadores, que es también el más inteligente y seguro, es el análisis de los nombres de los recién nacidos. Y es precisamente a través de este método que el Instituto nacional de estadística y estudios económicos (Insee) ha certificado que en 2019 se ha dado un nombre árabe al 21.53% de los recién nacidos. En otros términos: cada cinco nacimientos, uno es árabe y/o musulmán.

Esta situación abarca todo el territorio nacional pero varía, y mucho, de región a región. Existen zonas, de hecho, en la que la (des)proporción de los recién nacidos escritos a contextos musulmanes es especialmente elevada en el total de la población: es el caso del departamento de Sena y Marne, donde se ha dado un nombre árabe al 54% de los nacidos en 2019. Se pueden encontrar números similares, es decir, por encima de la media, también en los departamentos de Loira, Vaucluse, Rodano, Hérault, Alpes marítimos, Bocas del Ródano y Gard.

Estos números tienen un aspecto más significativo si se considera que en 1969 los recién nacidos con nombre árabe representaban solo el 2,6% del total. En el arco de cuarenta años exactos, ese 2% ha pasado a ser un 21%: una verdadera revolución demográfica, que ha tenido lugar en el más absoluto silencio, y que está empezando a recibir atención solo hoy a causa del fracaso del modelo de integración francés, evidente por la difusión de los llamados territorios perdidos, el yihadismo y la pesadilla del denominado separatismo islamista.

Números elevados, pero infravalorados

Los porcentajes del Insee, aunque útiles, podría subestimar el alcance del fenómeno. Según Fdesouche, que ha analizado con detalle los gráficos realizados por el instituto para el año 2019, los hijos de familias musulmanas podrían ser muchos más, quizás un cuarto del total. El Insee, según los análisis de Fdesouche, se equivocaría al basar el recuento en consideración solo de los nombres de origen árabe, porque en muchas familias musulmanas hay tendencia a elegir nombres «exóticos», es decir, étnicos.

Fdesouche, para confirmar su hipótesis, ha sondeado la realidad de los nombres exóticos y ha concluidos que, en el periodo de referencia en cuestión, los nacidos de familias musulmanas no sería el 21.53% sino, verosímilmente, el 25%. El mismo ente también ha observado que se trata de un porcentaje que crece anualmente. Respecto a 2017, por ejemplo, el aumento ha sido del 0.4%.

¿Cuántos son los musulmanes en Francia?

Aun en ausencia de cifras oficiales, los estudios independientes llevados a cabo por universidades, centros de investigación y organismos estadísticos, concuerdan unánimemente en afirmar un punto esencial: Francia es la casa de la comunidad más amplia del Viejo Continente. Según un estudio que hace referencia al año 2016 del prestigioso Pew Research Center, se trataría de una realidad formada por 5 millones y 720 mil individuos, es decir, el 8.8% de la población total.

Este récord no se explica solo haciendo referencia a la elevada natalidad de quienes llegaron al país en la segunda posguerra, huyendo de las excolonias, sino que es obligatorio tener en consideración otros dos factores: las olas de inmigración de los años recientes y la política de asilo muy flexible del Eliseo.

El año pasado, con datos en la mano, el Ministerio del Interior emitió 276 576 permisos de residencia y recibió 132 700 peticiones de asilo —en ambos casos se trata de personas procedentes en gran parte de países de mayoría musulmana—, y habría que tener en cuenta las decenas de personas que llegan de los mismos contextos y que pasan diariamente, de forma ilegal, las fronteras francesas.

En los próximos decenios, a menos que se invierta la tendencia de manera radical e imprevisible, la elevada inmigración y las fuertes diferencias entre el índice de natalidad de los autóctonos, parado a 1.4 hijos por mujer, y el de los residentes de fe musulmana, verosímilmente comprendido entre 3.4 y 4 hijos por mujer, podrían llevar a un cambio de paradigma étnico (y religioso) en el país. Según un análisis de este escenario llevado a cabo por el economista Charles Gave, adelantamiento podría suceder alrededor de 2060.

Un futuro distópico

Todo parece indicar que esta revolución etnorreligiosa no sucederá de forma pacífica:de la guerra silenciosa contra el cristianismo, con la desaparición de cruces, iglesias y catedrales, hasta el fenómeno más palpable del terrorismo islamista, que el 25 de septiembre ha causado nuevas víctimas en París, Francia es una polvorera que, lentamente, ya está explotando.

Desde hace varios años, Francia es el país más golpeado por el terrorismo islamista que azota el Viejo Continente. En París, pero también en Niza, se han llevado a cabo algunos de los atentados más sangrientos de la reciente historia europea, con el fondo de las revueltas urbanas periódicas en los «barrios difíciles», en las periferias de mayoría afroárabe y, de la caja de Pandora, ya abierta,  de la peligrosa infiltración yihadista en los cimientos de la República: fuerzas del orden y ejército.

Este escenario lo oscurece aún más las recientes declaraciones de Emmanuel Macron, que desde hace unos meses ha empezado a denunciar la existencia del llamado separatismo islamista, un fenómeno que corre el riesgo de minar la unidad y la integridad territorial de la nación por vía de la proliferación de Estados paralelos.

Estos Estados paralelos, conocidos popularmente como los «territorios perdidos», según lo que averiguó la Direction générale de la Sécurité intérieure (Dirección general de la Seguridad Interior; Dgsi), serían hoy en día 150. Se trata, en sustancia, de barrios, prevalentemente periféricos y barrios-dormitorio, que están fuera del control de las instituciones y que están comandados por redes vinculadas, de manera más o menos formal, al yihadismo y el islam radical. Son los barrios en los que la sharia ha sustituido a las leyes civiles de la República y en los que la carencia de perspectivas de movilidad social e integración ha creado bombas de relojería que explotan periódicamente, dejando muertos y heridos.

La gran mayoría de los casi dos mil franceses enrolados en las filas del Estado islámico desde el inicio de la guerra civil siria a hoy procede de estos territorios perdidos. Dos mil, una cifra enorme, que hace que Francia sea el país, junto a Bélgica, Gran Bretaña y Alemania, más golpeado por la radicalización; sin embargo, representa solo la punta del iceberg, porque bajo la vigilancia de las autoridades hay otras quince mil personas radicalizadas, terroristas verificados o supuestos e imanes extremistas.

Este ejército invisible, cuyos soldados salen periódicamente de la sombra para realizar atentados, como el del 25 de septiembre, está difundido sobre todo el territorio nacional que, en conjunto, tiene unas 750 zonas de riesgo, sensibles y vulnerables a la proliferación del fundamentalismo islámico porque se caracterizan por altos índices de criminalidad, paro y otros indicadores de degrado social.

Esta dramática situación concierne a una Francia en la que los musulmanes representan, hoy, menos del 10% de la población; se puede intuir que, si los que toman las decisiones a nivel político no encuentran una solución al dilema de la integración, en los próximos años el país podría hundirse en un escenario de Nueva Edad Media, dominado por la anarquía, guerras civiles moleculares y desorden crónico.

 

Publicado por Emanuel Pietrobon en InsideOver.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta.

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