Cuando los estudiantes de la Sorbona acudieron a las fĆ”bricas a que los obreros franceses se unieran a ellos, Ć©stos les recibieron a pedradas. Los trabajadores dejaron de seguirles, fue la gran lección de mayo del 68: la izquierda cambió al obrero autóctono por el forĆ”neo, de modo que el inmigrante se convirtió en la nueva clase revolucionaria. Y asĆ hasta el siglo XXI, en que un nuevo sujeto polĆtico ha llegado para quedarse: la mujer.
La izquierda posmoderna lleva al menos década y media centrando sus propuestas en ella. Citando de memoria, en España se han aprobado en los últimos años leyes contra la violencia de género que rompen el principio de igualdad hombre-mujer y la presunción de inocencia del varón, otras que obligan a la paridad en la contratación o una reforma del aborto que permite eliminar al bebé en gestación de forma libre hasta las 14 semanas de embarazo.
Es verdad que otras imposiciones no se han hecho a golpe de BOE, pero sĆ de costumbre. La mĆ”s destacada es el lenguaje inclusivo, algo de lo que muchos se reĆan hace aƱos pero que hoy usa hasta la izquierda al otro lado del charco, como vimos en el juramento de la nueva vicepresidenta de Colombia, Francia MĆ”rquez, el 7 de agosto: Ā«Juro ante mis ancestros y ancestrasĀ».
Del mismo modo que se difunde un modo de vida especĆfico para la mujer en la literatura, el cine, el trabajo (Ć©xito profesional) o el ocio (mejor sin hombres), la izquierda ha entendido que hay un nicho potentĆsimo ahĆ y a ello se entrega con entusiasmo. Zapatero constituyó el primer Gobierno paritario en 2004 y desde entonces (aunque ellos siguen mandando) ningĆŗn lĆder progresista se ha atrevido a nombrar a mĆ”s hombres que a mujeres en su gabinete.
Como sucede con las minorĆas homosexuales o inmigrantes, las mujeres sufren los mismos problemas que el comĆŗn de los mortales y serĆa un error creer que no es asĆ. Sin embargo, la izquierda ha logrado colectivizar a gran parte de ellas, que votan en clave femenina, dejando al margen realidades que afectan a toda la población como el paro, la inflación o la subida de la luz y los alimentos. Mejor pasar hambre a que gobiernen los malos. Es el planteamiento que ya han introducido en otros sectores de la población convencidos de que sus derechos desaparecerĆan si ganase el rival. Se trata, por tanto, de fabricar un voto gregario y cautivo ajeno al devenir de los tiempos.
Prueba de ello es la extraordinaria capacidad de movilización de la izquierda cada 8 de marzo (DĆa Internacional de la Mujer), Ćŗnica causa que le permite recuperar la iniciativa en la calle. No sucede con ningĆŗn otro asunto: ni la lucha por unos salarios dignos, ni la vivienda, ni el acceso al empleo de los jóvenes, ni la inmigración⦠son banderas inservibles para una izquierda que ya no tiene discurso que ofrecerles.
El mejor ejemplo son los sindicatos que, vendidos al poder, cada vez representan a menos trabajadores que les acusan de traidores. AsĆ, mientras UGT y CCOO han guardado silencio ante la reforma laboral, el encarecimiento de los carburantes, la luz, el gas o la cesta de la compra, sĆ se manifestaron en CataluƱa contra el espaƱol en la escuela junto a los acosadores del niƱo de Canet de Mar. Es decir, no responden a criterios objetivos (defensa de los obreros), sino a los intereses partidistas de quienes les untan de dinero.
En cualquier caso, el verdadero Ć©xito del 8-M es que ha obligado a todos a posicionarse. Desde los partidos hasta los medios de comunicación pasando por bancos y grandes multinacionales, por eso ya no escandaliza que en EspaƱa el mayor patrocinador del feminismo sea el Banco Santander, ni que la propia Ana BotĆn declare que ha sido objeto de prejuicios a lo largo de su carrera. La presidenta del primer banco espaƱol, una vĆctima.
Este alineamiento no es ajeno, por supuesto, al periodismo, donde la mayorĆa de empresas colaboran con el movimiento, las periodistas acuden a la huelga y las estrellas hacen de altavoz. Para la historia quedan referentes como Susanna Griso, que animó a acudir a la manifestación de 2020 cuando el covid ya campaba a sus anchas por EspaƱa. Ni ella ni tantas otras, que lo sabĆan, se atrevieron a desmarcarse por la presión social. Ā«Nos va la vida en elloĀ», llegó a decir Carmen Calvo.
Sabemos que ninguna de ellas pidió perdón, pero no a cuĆ”ntas mujeres se les caerĆa la venda al ser utilizadas como carne de cañón ese 8 de marzo. Si aquello sirvió para algo fue para recordarnos que la mujer es usada, como antes el inmigrante o el obrero, como abstracción, concepto y palanca revolucionaria con la que empuƱar consignas y transformar la sociedad.
Por ello, se comparta o no este feminismo de Estado, cualquier opción polĆtica que aspire a crecer deberĆ” enfrentarse a la realidad: existe el voto femenino.