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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Irene Montero y sus comuneros

13 de febrero de 2022

Irene Montero es, sin ninguna duda, la dramaqueen del Gobierno de España. Tiene todos los ingredientes: se lo toma todo de forma personal; interpreta todo en el ámbito emocional, no el racional; es egocéntrica; es la sufridora por excelencia; fue la primera mujer que al quedar encinta notificó al mundo que su cuerpo sufriría cambios; se convirtió en la primera madre de España; desempeñó el papel de primera ‘portavoza de lo que fuera’ de la democracia -aunque ya le habían precedido unas cuantas- como la gran conquista de la mujer; cualquier cosa mala que le suceda es culpa de otro —hombre, por supuesto—. Se podría decir que Montero es la Pantoja de la izquierda. Yolanda es intensita, Irene es una dramaqueen de libro. Y así hay que quererla. O no.

La ministra de Igualdad no es de este siglo. Ella vive en el siglo XIX, en pleno romanticismo. Cuando habla al pueblo experimenta tal tensión emocional que si fuera una guitarra se le romperían todas las cuerdas. Se sitúa en el centro del escenario, micrófono en una mano y la otra en el bolsillo, adopta una estudiada actitud reflexiva consciente de que su salvífico discurso cambiará vidas -su tiempo con Pablo le ha dejado huella-, posa su mirada en el suelo así como ensimismada y, tras la necesaria pausa dramática, se dirige a su siempre entregado público al borde de las lágrimas con un discurso suplicante, reivindicativo y siempre desquiciado.

Si prende esa llama comunera que tanto añora Irene Montero, se queda sin Ministerio, sin aborto, sin ideología de género y, además, le exigen por las armas una bajada de impuestos

Su último mitin a propósito de las elecciones en Castilla y León rezumaba ese romanticismo decimonónico que si ya era ajeno a la realidad en su tiempo, imaginen lo que es en el siglo XXI: pura extravagancia. Eso sí, una extravagancia muy bonita. Evocaba la ministra con la voz estremecida parte del Canto de Esperanza, de Nuevo Mester de Juglaría:

Quién sabe si las cigüeñas
han de volver por San Blas
si las heladas de Marzo
los brotes se han de llevar.
Si las llamas comuneras
otra vez crepitarán
cuanto más vieja la yesca
más fácil se prenderá
.
Cuanto más vieja la yesca
y más duro el pedernal
si los pinares ardieron
aún nos queda el encinar

Precioso. El público con la carne de gallina. Castilla. Los comuneros. Visto así, los castellanos ya no caemos tan antipáticos ni tan españolazos a las llamadas comunidades históricas. Se nos puede hasta perdonar.

Ione, he estado bien, ¿verdad?

Genial, tía. Lo de los comuneros, un puntazo.

Lástima que la realidad no tuviera nada que ver con lo que Montero quería decir. Da incluso cierta pena sacar del error a nuestros nuevos castellanos podemitas de copia y pega convencidos de que el movimiento comunero era una modernidad de la época que defendía la libertad del pueblo oprimido por el absolutismo monárquico extranjerizante. 

A ver quién les explica que Bravo, Padilla y Maldonado no son calles del muy cayetano Barrio de Salamanca, sino que fueron férreos defensores del espíritu feudal, la tradición medieval y que se oponían a un Estado fuerte y centralista -mucho más moderno para la época- cuyo representante era Carlos V; que los comuneros defendían a Juana de Castilla, reina por cierto con una educación perfecta para ejercer como tal en contraposición a muchas princesas europeas que no sabían hacer la o con un canuto, pero que representaba la monarquía más tradicional.

Ignora la ministra de Igualdad que los comuneros, tal y como explicaba Gregorio Marañón —que no es sólo un hospital—, entraban en combate al grito de “¡Viva la Inquisición!”. Vamos, que no es que fueran católicos, es que desconfiaban del catolicismo extranjero del emperador por flojito. En una palabra, que si prende esa llama comunera que tanto añora Irene Montero, se queda sin Ministerio, sin aborto, sin ideología de género y, además, le exigen por las armas una bajada de impuestos. 

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