«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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INVASIÓN INMIGRATORIA (III)

Evitable e innecesaria: desmontando el movimiento inmigracionista que asola Europa

Cayuco llegado a San Sebastián de La Gomera. La Gaceta de la Iberosfera

Uno de los principales argumentos del movimiento inmigracionista que asola Europa, y por extensión la decadente civilización occidental, es que la inmigración es un hecho incuestionable, ineludible e inevitable. Afirman que no hay nada que hacer, que el fenómeno inmigratorio siempre ha existido, y que punto y final. Con ello, pretenden acabar el debate, cerrar la discusión y convertir en irrefutables sus políticas de efecto llamada y de promoción de la invasión inmigratoria.

El segundo argumento es el de la necesidad de mano de obra en Europa, que ya refuté, al menos parcialmente ayer, con datos extraídos de los propios informes que maneja la Comisión Europea.

El tercer argumento, vinculado al anterior, es el de la supervivencia de nuestros sistemas de pensiones y prestaciones públicas. Ante el descenso vertiginoso de la natalidad y el envejecimiento de nuestras sociedades, dicen, es preciso incrementar la población europea y por ello procede incentivar al máximo la llegada de inmigrantes, legales o ilegales, aunque en el fondo eso es irrelevante para la “élite” gobernante, el “intelectual” de pasquín, el tertuliano de pago.

El mensaje que se lanza a las ya adormecidas sociedades occidentales es inevitabilidad y necesidad. Un discurso falsario sustentado en una visión economicista del mundo, que huye de profundizar y que se pretende imponer sin debate y sin preguntar a los españoles. Y ahí están todos, no tengan dudas, desde la izquierda a los “gestores” pasando por los separatistas y los autodenominados liberales. O lo tomas o serás condenado por nuestros grandes medios de comunicación al ostracismo y a la muerte civil, pena de extrañamiento social. Refutación.

Primero, efectivamente siempre ha habido fenómenos inmigratorios pero el progreso y la prosperidad de las comunidades humanas llegó con el sedentarismo, el dominio de la tierra y la creación de organizaciones políticas, sociales y culturales más complejas basadas precisamente en la identificación con un territorio en el que la comunidad se fortalece con lazos espirituales, de experiencia individual y comunitaria, culturales, afectivos, de solidaridad económica. El fenómeno inmigratorio es una realidad pero en modo alguno necesariamente buena.

Además, ese fenómeno bondadoso del traslado de poblaciones que el inmigracionista promueve e idealiza desde organizaciones internacionales – gubernamentales o no pero todas sostenidas sustancialmente con fondos públicos -, es tan incierto como el discurso de Rousseau sobre el “buen salvaje”. Los fenómenos inmigratorios de hace 5.000 años no se realizaban cruzando fronteras de Estados-nación, incumpliendo leyes aprobadas por parlamentos soberanos ni aprovechando los ingentes recursos del llamado Estado del bienestar, sufragados por la población de recepción, con sus impuestos. Normalmente, daban lugar a guerras y conflictos. Que es lo que sucede en las calles de Europa. Ergo si lo que queremos es preservar la paz y la seguridad, hemos de controlar severamente la inmigración.

Segundo, el envejecimiento de una comunidad nacional es negativo en sí mismo. Las sociedades con crisis demográfica tienden a la desaparición. Siempre. Pero entre promocionar la natalidad, fortalecer los vínculos familiares propios, fomentar la iniciativa personal y familiar, reindustrializar, ayudar a los jóvenes a forjarse un futuro con empleos estables, retribuciones suficientes y seguridad en las calles; y forzar las migraciones y el conflicto cultural con dinero público, hay un abismo.

El determinismo inmigracionista proclama y consolida la derrota de nuestra civilización. Si ellos quieren darse por derrotados, nosotros no. Les venceremos a fuerza de trabajo, estudio, ilusión y defensa de estas comunidades nacionales europeas que no van a desaparecer a pesar de sus esfuerzos.

Hace unos meses, junto a otros eurodiputados del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, tanto de VOX, como de Fratelli de Italia, Demócratas Suecos y PIS de Polonia, pregunté a la Comisión Europea por qué, en lugar de condenar, no se reconocía el efecto disuasorio de modelos de asilo como el de Australia (Fronteras soberanas), Dinamarca o el recién anunciado en Reino Unido consistente en trasladar el control de legalidad de las entradas de extranjeros a Ruanda. En Australia, las muertes en el mar se redujeron a cero, y el negocio de las mafias también.

En el Reino Unido, en 2020, hubo 8.404 entradas ilegales por el canal de la Mancha en pequeñas embarcaciones. En 2021, 28.526. En 2022, las autoridades británicas asumían la llegada de más de 60.000 inmigrantes incumpliendo las leyes nacionales; lo cual era plausible al ver que solo en marzo, se había pasado de 831 (2021) a más de 3.000.

Tras el anuncio en 14 de abril de que los inmigrantes ilegales serían enviados, sin excepción, a Ruanda, a fin de “cribar” ahí la seriedad de las peticiones de asilo y el procedimiento de entrada, la situación cambió de golpe. Entre 20 de abril y 1 de mayo, no se detectó ni una embarcación, ni un inmigrante.

La respuesta de la Comisión Europea, que me ha llegado esta semana al despacho en Bruselas, dice: “La Comisión no tiene intención de examinar cómo podría modificarse el Pacto sobre Migración y Asilo propuesto en 2019 para incluir la tramitación externa de las solicitudes de asilo”. Esta es la realidad. Prejuicio inmigracionista frente a protección de fronteras y respeto a las vidas humanas. Los responsables políticos de las muertes en el Mediterráneo no están en las filas del sentido común ni en los barrios de España sino en quienes quieren rendir la Frontera Sur animando el efecto llamada, sin combatir las mafias y aplaudiendo a las oenegés cómplices, consolidando un modelo de negocio más parecido al esclavismo que a otra cosa.

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