Ayuso trajo la libertad y Almeida la «City». Por si fuera poca la generosidad, esta semana el alcalde ha prometido que Madrid competirá con Londres gracias a la creación de un distrito financiero con un marco jurídico propio. Esto hará de Chamartín norte, sostiene José Luis, «la zona de Europa con mejores condiciones para invertir». ¿No es maravilloso?
Nadie en su sano juicio podría oponerse al plan del alcalde simpático, y mucho menos la molesta y menguante clase media -felices pobres del mañana- que ya no puede meter el coche en el centro ni dentro de la M-30 si el vehículo tiene distintivo A (sin etiqueta). Los paletos del extrarradio tendrán una labor mucho más importante: pagar más impuestos verdes, circular en patinete y callar cuando una cumbre les confine en casa.
Así, en este futuro que nos muestran en pequeñas píldoras en forma de código QR, marcos jurídicos ad hoc para inversores con turbante y minijobs para licenciados, no están incluidos los autóctonos salvo para poner la cama. Y esto, hay que ser justos, no es solo cosa del PP.
Por este motivo el bipartidismo se funde en el abrazo 2030 que reparte dádivas a los de arriba y ruina a los de abajo. Dice Ricardo Ruiz de la Serna que ambos partidos difieren en gestión, pero no en modelo de sociedad, y es muy cierto si vemos el último tongo de reforma laboral aprobado por el Gobierno. ¿Alguien recuerda a una multinacional enfrentándose al PSOE? ¿Acaso no han sido Felipe González, Zapatero y Sánchez tan amables con el gran capital como Aznar o Rajoy?
La nueva «City» que ha anunciado Almeida encarecerá la vivienda, restringirá aún más la circulación a los coches e impondrá el modelo de explotación laboral de las Big Four
La prueba del algodón la vemos estos días en que todos los poderes se tiñen de arcoíris, auténtica vanguardia del sistema. Esta atmósfera asfixiante que penetra en todas las capas públicas y privadas nos recuerda que, por mucho que vayan a las urnas, los ciudadanos se enfrentan a cambios que no han elegido, rasgo esencial de nuestra época.
Claro que en Madrid no han hecho falta unos juegos olímpicos para entrar en la modernidad. En su lugar tenemos los machetazos y la «City», las importaciones que entre todos nos hemos dado para ingresar de pleno derecho -como en los ochenta- en el eje Washington-Bruselas. Nuestro atraso histórico («Spain is different») al fin está siendo corregido cada vez que la Policía tiene problemas para entrar en determinados barrios.
Almeida, nuestro Napoleón en Chamartín, dijo que derogaría Madrid Central, pero está haciendo de Carmena una abuelita entrañable de las que al menos no mienten. En su lugar, el alcalde nos trae Londres y su modelo de zonas circulares que expulsa a los vecinos del centro a la periferia para dejar su sitio a pisos turísticos, rascacielos y restaurantes.
La nueva «City» encarecerá la vivienda, restringirá aún más la circulación a los coches e impondrá el modelo de explotación laboral de las Big Four, verdadero Herodes contemporáneo. Naturalmente, las pymes serán arrasadas y nuestros jóvenes podrán elegir la forma de subir al rascacielos: trajeados (si tienen carrera) y en bici (riders) quien no. Desde arriba, desde luego, no hay diferencias: todos parecen hormiguitas pedaleadoras.
Llegados hasta aquí habrá a quien todavía no le haya convencido (¡desagradecidos!) el futuro dorado que nos espera. Para los más reticentes, ya están los Rallos preparados para loar las bondades de esta Singapur castiza. La ciudad crece, pero hay cada vez menos espacios para sus ciudadanos, súbditos de la nueva ciudad-estado. Si España es una nación de naciones, como dice el PP, ¿por qué no un cantón madrileño?
A falta de una figura mitológica tipo Sabino Arana o Blas Infante, Madrid tiene la libertad y la «City», hecho diferencial que anima a algunas voces liberales a esgrimir los mismos argumentos que Pujol y su clan en Cataluña (España nos roba) para levantar fronteras fiscales.
El bipartidismo, lejos de retratarse, seguirá instalado en la ficción derecha-izquierda que le compran -a muy buen precio- los medios para azuzar la aparente animadversión que genera el ruido necesario para que nada cambie. Al fin y al cabo, es un alivio para el PSOE que sea el PP quien traiga la «City» a Madrid, así puede disimular la misma pose indignada de los recortes impuestos desde Bruselas en 2012.