Esta semana hemos conocido que los verdaderos patriotas españoles son los de Bildu, que no llevan pulseritas con la rojigualda pero sacan adelante las leyes de Sánchez. Lo dijo el delegado del Gobierno en Madrid y Otegui, agradecido, reconoció que llevaba razón. La alianza del PSOE con los socios de ETA se normaliza en los desayunos del Real Casino de Madrid ante los peces gordos del Ibex, a los que no se les atraganta el cruasán mientras patronal y sindicatos sean patas del mismo banco.
En este proceso de blanqueamiento han participado numerosos actores en los últimos 15 años. El fundamental es Zapatero, arquitecto de la incorporación etarra a la vida pública, que arrastró al PSOE a recuperar el frentepopulismo de los años treinta, modelo que hoy propicia que Bildu esté en la dirección del Estado o en la mesa del parlamento navarro gracias a la abstención socialista.
Nada de ello mueve a escándalo a quienes conceden beneficios penitenciarios y acercamientos a terroristas a cárceles vascas que, cuando salen en libertad, son homenajeados sin que Marlaska mueva un dedo. Esta impunidad hace que Bildu, socio preferente, se permita el lujo de incluir a asesinos en las listas electorales. No es problema, son cosas del pasado, ‘exterroristas’, como les denomina la brigada político-mediática de Prisa.
Haber cumplido la condena, sin embargo, no es aplicable a otros casos de mucho menor castigo penal. Hace unos días Ángeles Barceló (¡Pablo, no te vayas!) afeaba al PP el pacto con VOX en Valencia porque su candidato, Carlos Flores, fue condenado en 2002 por violencia psicológica habitual. La periodista de la SER lo considera al mismo nivel que un asesinato etarra. «El PP se rasgó las vestiduras por haber exmiembros de ETA con condenas cumplidas en las listas y no tiene ningún problema por que un condenado por terrorismo machista, porque es otro tipo de terrorismo, esté en las listas de sus socios de coalición».
Apenas dos días después del acuerdo en Valencia la noticia es que el torero Vicente Barrera ocupará la vicepresidencia de la comunidad asumiendo la competencia de Cultura. Intolerable para gran parte de la izquierda, que considera la tauromaquia tortura y, por tanto, un torero no puede dedicarse a la política. Su nombramiento ha suscitado carcajadas y desprecio a partes iguales desde la extrema izquierda hasta el centro, casi todos obviando que también es licenciado en Derecho, o sea, que ya tiene más currículum que el ministro Iceta.
También hay destacadas voces centristas que ven mal que un torero acabe en política. Luis Herrero comunicaba así la noticia en EsRadio el jueves: «Que de repente un torero se convierta en vicepresidente de un Gobierno autonómico no me termina de gustar […] que de repente sin que tengas ninguna experiencia pública, sin que hayas gestionado ni un sólo euro de dinero público, te nombren vicepresidente de un gobierno autonómico, pues a mí me choca».
Un argumento legítimo que, sin embargo, no se emplea con el resto de la clase política, ni con la de ayer ni mucho menos con la de hoy. ¿Qué había gestionado Ayuso antes de ser presidenta de Madrid? ¿Y Felipe González cuando llegó a la Moncloa en 1982? ¿Alguien recuerda críticas similares a Pablo Casado cuando se convirtió en candidato a la presidencia del Gobierno?
La elección de un torero ha resultado una provocación intolerable en la España que traga los ongi etorri, que Josu Ternera fuera miembro de la comisión de derechos humanos del parlamento vasco y Otegui un hombre de paz reciclado en estadista. Tal desajuste es posible porque la clase política va de la mano de los humoristas y periodistas del régimen —valga el pleonasmo— para normalizar el terrorismo de ETA. Y quien rechiste, sobre todo si es artista, recibe peor trato que un etarra. No es una exageración.
Esta semana Pitingo volvió a ser objetivo de la banda de la SER. Un tal Héctor de Miguel arremetió contra el cantante: «Txapote ya ha cumplido su deuda con la sociedad, pero Pitingo ahí sigue ejerciendo el terrorismo musical, sin pedir perdón a las víctimas ni nada, lo de Txapote al menos era rápido, es que lo de éste es una agonía». Son los mismos que se mofaron de Andy y Lucas cuando dijeron, con la claridad con la que no hablan los politólogos, que irían al orgullo gay «pero no con Bildu, que son etarras».
El 28 de abril de 2022 un periodista de La Sexta fundó un nuevo género periodístico, el #graciasBildu: «Mucho ‘yo soy español, español, español’, mucha banderita bordada en la camisa y mucha ‘Constitución o muerte’ pero mañana tienes un descuento en el precio de los combustibles gracias a Bildu. Qué cosas».
En esta atmósfera degenerada el PP ha encontrado su coartada más tramposa: si tú pactas con Bildu yo puedo hacerlo con VOX. Así, España es una alianza entre el PSOE, el golpismo catalán y ETA con Feijoo pidiendo perdón por gobernar con los votos de Abascal. A tal impostura ha llegado el gallego, que con una mano estrecha la de VOX para gobernar en 140 municipios y varias regiones y con la otra suplica a la izquierda que, a pesar de la incomodidad del pacto, no le considere fuera del rebaño. Es la misma actitud masoquista de Cs cuando acudió al orgullo gay y salió de allí rociado de salivazos y orines.
Claro que a los representantes de ETA no sólo los ha blanqueado la izquierda. En 2013 el alcalde de Vitoria, Javier Maroto, presumía de sus pactos con Bildu. «No me tiemblan las piernas para llegar a acuerdos con nadie. Y creo que eso es bueno. Ojalá sucediese en más foros. Ojalá cundiese el ejemplo, no hay ningún inconveniente para el acuerdo, el acuerdo es bueno […] yo he tenido el coraje de llegar a entendimientos con ustedes». Maroto, que además presumía de peluquera de Bildu y de irse de vinos con ellos, no era un verso libre en sus filas. Borja Sémper dijo ese mismo año que «el futuro de Euskadi se tiene que construir también con Bildu».
No hay que irse tan lejos, hace un par de meses Elías Bendodo situaba al partido de Ortega Lara en el mismo plano que el de Otegui. «Podemos, VOX, Bildu, ERC, Junts… esos son los que dicen que suman, pero que luego dividen y los que están en ese lado de la orilla».