La calentología es una religión con ropajes científicos. Como esas sectas milenaristas, sus chamanes nos anuncian el fin del mundo cada cierto tiempo y, una vez cumplido el plazo sin que nada haya ocurrido, vuelven a poner el reloj a cero. Sus acólitos, impertérritos, les creen, aunque ninguna de sus promesas se haya hecho realidad. Otra de las ventajas de su condición irracional es que los chamanes, trabajen en la ONU o las universidades, pueden contradecirse sin que eso les afecte en sus carreras o su prestigio.
El verano pasado se registraron en España muchos más incendios forestales (se quemaron 310.000 hectáreas por unas 70.000 hectáreas en los seis primeros meses de este año) y, encima, hizo más calor, debido en parte a la erupción del volcán Hunga Tonga Hunga-Ha’apai. Pero la corta memoria de los hombres parece haberlo olvidado, con la colaboración de unos medios de comunicación volcados en el alarmismo y el presentismo.
Los incendios, en su mayoría causados por la acción humana, sea debido al dolo o a la torpeza, se están concentrando en Italia, Grecia y Argelia. La península ibérica está quedando por ahora a salvo de ellos. Los peores se sufrieron en marzo y abril en regiones como Asturias y Extremadura. Y aunque estemos tranquilos, la tribu de los expertos sigue haciendo propuestas para reducir los incendios, alguna de ellas sorprendente.
En los periódicos tanto de papel como digitales han aparecido nuevas secciones como cambio climático y feminismo que quitan espacio a otras clásicas como internacional y economía, más complicadas y más caras. En éstas no abundan los dramas ni las noticias inspiradoras, neologismo importado de la lengua inglesa. En las clásicas también escasean los patrocinios, que en las nuevas son posibles. Por ejemplo, El País ofrece una sección de vacunas y filantropía patrocinada por la Fundación Bill y Melinda Gates, esos multimillonarios admiradores de China.
El digital El Confidencial cuenta con redactores especializados en medio ambiente desde hace años. Su último reportaje es el siguiente: ·¿Por qué cada verano los incendios son más peligrosos? En España sobran árboles«. Y añade: «Muchos expertos empiezan a señalar que cortar árboles es una de las medidas más efectivas a la hora de frenar los incendios». Otras frases del reportaje son éstas: «En el caso de España, tenemos un 70% más de bosques que en 1978. Y, aunque suene extraño, es un riesgo para nosotros«.
Ya se sabía desde hace varios años que España es cada vez más verde gracias a las mediciones de los satélites de la NASA y a informes como uno presentado en el Congreso de los Diputados en 2016 según el cual el 54% de la superficie de España está cubierta de bosques. La masa boscosa aumenta unas 180.000 hectáreas anualmente. La novedad es que la expertocracia que nos aterroriza con el cambio climático proponga talar árboles para combatir los incendios en vez de limpiar de maleza los montes durante el invierno y la primavera. Quizás sea porque las vacas y las ovejas que pastan no cobran a los ayuntamientos o porque las normas agrícolas vigentes ponen todo tipo de trabas a la acción humana.
Lo curioso es que El Confidencial informe en 2023 de que en España «sobran árbolesQ cuando en los años anteriores sus periodistas ambientales gritaban de pánico por el avance imparable del desierto en nuestro país.
-«La desertificación se come España. Este proceso, potenciado por el calentamiento global, ya está poniendo en jaque muchos entornos naturales de nuestro país». (27-5-2022)
–«El desierto avanza sin control en tres cuartas partes de España«. (17-6-2021)
-«El 20% de España ya es un desierto. La desertificación es una de las consecuencias más visibles del cambio climático». (19-5-2016)
¿Cómo puede ser posible que en un artículo en el que se citan fuentes tan sesgadas como la ONU, el World Wildlife Fund y el Ministerio para la Transición Ecológica se afirme que en España «el desierto avanza sin control» y al año siguiente se publique otro artículo en el que se sostiene que «sobran árboles» en tal cantidad que se propone su tala? Porque donde hay árboles no hay desierto, a no ser que también aquí la nueva ciencia haya cambiado los baremos y las definiciones.
¿Ha decidido el IPCC convertir al árbol en el nuevo enemigo de la Tierra después del motor de combustión y el ganado? Hasta hace poco se nos insistía en la necesidad de plantar millones de árboles para convertirlos en sumideros de carbono. Esta ventaja parece haber desaparecido de pronto. Ser adicto de la calentología supone estar tan pendiente de las nuevas consignas como los comunistas del Pravda soviético para saber a quién considerar enemigo del proletariado.